José Zacarías Tallet
Habiendo devorado a Herrera Reissig, se me ocurrió darle una broma al purista –luego compañero y amigo mío cuando, en 1926, ingresó en la redacción de El Mundo, Félix Callejas (Billiken), parodiando cierta manera del mencionado poeta uruguayo, doce sonetos en versos alejandrino, disparatados, pero bien medido y rimados, y con el consiguiente y musical ritmo poético.
Habiendo devorado a Herrera Reissig, se me ocurrió darle una broma al purista –luego compañero y amigo mío cuando, en 1926, ingresó en la redacción de El Mundo, Félix Callejas (Billiken), parodiando cierta manera del mencionado poeta uruguayo, doce sonetos en versos alejandrino, disparatados, pero bien medido y rimados, y con el consiguiente y musical ritmo poético.
Los mecanografié esmeradamente y José Manuel Acosta, mi fraterno amigo y más íntimo camarada, aficionado al dibujo y la pintura como yo a la poesía, los ilustró con admirables bocetos ad hoc e hizo al cuaderno una magnífica portada en colores a la aguada. Lo aderezamos con elegante cordón de seda roja como Dios nos dio a entender, y me dispuse a enviarlo a Billiken, pidiéndose su opinión sobre aquellos versos a los que di por título “Vesania zahorí” y por subtítulo Versificaciones mixtificantes. Aparecía como su autor Dante Chateaubriand Fernández y estaban dedicados a: “A A.H.A., precursor inconsciente. A. H. A. era Antonio Hernández Alemán, el popular rapsoda matancero del disparate, más conocido por Seboruco a quien, entre otros del mismo jaez, se le atribuían estos versos: “Calamar, calamar / sal del mar / ¿Ya saliste? / Vuelve a entrar / que el toro embiste.”
La carta rimbombante con que pensaba enviar los versos a Félix Callejas, que en esto no me ha flaqueado la memoria –porque la tal carta se perdió-, comenzaba diciendo: “Maestro: Tal vez tocado de semilunático temerarismo, heme atrevido a coleguizar con usted, dando a luz mis más cara lucubraciones estéticas que debí haber forzado con adamantina volición a un quietismo incógnito en las más sinuosas reconditeces de mis órganos cogitatorios.” ¿Qué les parece?
Para muestra de lo que eran aquellos versos, he aquí un soneto de los que integraban la “Vesania zahorí”.
Biobalzaciceme en
hospedomos clásicos
esplinizado en fútil
lasitud anodina;
letalicé mi espíritu en abyecta sentina,
escorial nauseabundo de residuos diastásicos.
Un anonadamiento de mis principios básicos,
tarambaneando en rancia batahola supina,
entre cirrucidades de niebla ultraopalina
anacronismisome a los milenios triásicos.
Evidencié asquizado
fangosos bovarismos,
nepentearon en torno
de mí, perogrulladas,
actoré en niquelarios
sórdidos cataclismos,
hasta que mis madrinas
protejodientes hadas,
latinizaron férvida
música de Dinorah,
sopraneando en mi
tímpano: “Periculum in mora.”
Pero ni el soneto ni la carta llegaron al columnista de El Mundo. Empezaron a correr aquellos de mano en mano entre íntimos amigos, y en tanto ocurrió un acontecimiento que iba a ser, aunque yo no podía ni remotamente sospecharlo, el turning point, el punto decisivo en mi –llamémosla así- “carrera literaria”. Un amigo mío, Hermenegildo Hernández, ya difunto, diletante de las letras, amigo también de José Antonio Fernández de Castro, y conocedor de “Vesania zahorí” y acaso de algún que otro esbozo de ulteriores poemas serios que garrapateé por entonces, nos presentó. José Antonio, tan generoso de su amistad, me la brindó plenamente. Se entusiasmó con la “Vesania” y con aquellos bocetos serios que, ante su acogida cordial y sincera me atreví tímidamente a mostrarle; y me proclamó poeta de tomo y lomo. Me llevó a las tertulias de la revista El Fígaro y conmigo a mi inseparable José Manuel Acosta –se me olvidaba decir que era hermano menor de Agustín, a quien, mediante él conocí- y nos presentó a Rubén Martínez Villena, a Enrique Serpa y a otros jóvenes intelectuales de la antigua tertulia del Teatro Martí a las que yo nunca concurrí. La “vesania” siguió corriendo de mano en mano, ahora de “intelectuales”, hasta que fue a parar a las del periodista español Manuel Aznar que vivía en esa época en La Habana, donde era director de El País. Aznar se quedó con el cuaderno y al marcharse para España más adelante se lo llevó como una curiosidad. A pura memoria hube de reconstruir posteriormente, a petición de mi hijo, los ya “famosos” sonetos, pues no dejé ni copia, aunque sí debe de haber por ahí alguien que guarde una de illo tempore. Me introduje, pues, en los círculos literarios por la puerta excusada de unas imitaciones extravagantes de un gran poeta.
Pero ni el soneto ni la carta llegaron al columnista de El Mundo. Empezaron a correr aquellos de mano en mano entre íntimos amigos, y en tanto ocurrió un acontecimiento que iba a ser, aunque yo no podía ni remotamente sospecharlo, el turning point, el punto decisivo en mi –llamémosla así- “carrera literaria”. Un amigo mío, Hermenegildo Hernández, ya difunto, diletante de las letras, amigo también de José Antonio Fernández de Castro, y conocedor de “Vesania zahorí” y acaso de algún que otro esbozo de ulteriores poemas serios que garrapateé por entonces, nos presentó. José Antonio, tan generoso de su amistad, me la brindó plenamente. Se entusiasmó con la “Vesania” y con aquellos bocetos serios que, ante su acogida cordial y sincera me atreví tímidamente a mostrarle; y me proclamó poeta de tomo y lomo. Me llevó a las tertulias de la revista El Fígaro y conmigo a mi inseparable José Manuel Acosta –se me olvidaba decir que era hermano menor de Agustín, a quien, mediante él conocí- y nos presentó a Rubén Martínez Villena, a Enrique Serpa y a otros jóvenes intelectuales de la antigua tertulia del Teatro Martí a las que yo nunca concurrí. La “vesania” siguió corriendo de mano en mano, ahora de “intelectuales”, hasta que fue a parar a las del periodista español Manuel Aznar que vivía en esa época en La Habana, donde era director de El País. Aznar se quedó con el cuaderno y al marcharse para España más adelante se lo llevó como una curiosidad. A pura memoria hube de reconstruir posteriormente, a petición de mi hijo, los ya “famosos” sonetos, pues no dejé ni copia, aunque sí debe de haber por ahí alguien que guarde una de illo tempore. Me introduje, pues, en los círculos literarios por la puerta excusada de unas imitaciones extravagantes de un gran poeta.
Fragmento de “Yo poeta…”, en José Zacarías Tallet. Poesía y Prosa, Editorial Letras Cubanas, 1979, 402-03.
Trabajando con Portuondo, en mis ratos de ocio, compuse en la propia oficina unos sonetos disparatados, parodiando a cierto lenguaje de Herrera Reissig. (El primero que hice lo leyó Agustín Acosta al educador don Eduardo Meireles, diciéndole que era de Herrera y Reissig. Don Eduardo se escandalizó y acabó por rechazar aquella paternidad al ver que en el soneto se empleaba la palabra “agrupelamiento”, el conocido barbarismo cubano.) Era una colección de doce sonetos, titulada “Vesania zahorí”, por Dante Chateaubriand Fernández. Bien mecanografiados fueron todos ilustrados por José Manuel Costa, y llevaba una portada en colores. El cuaderno estaba dedicado a “A.H.A, precursor inconsciente”, es decir, a Antonio Hernández Alemán, el disparatado bardo que Matanzas conocía por Seboruco. El propósito de aquellos versos era tomarle el pelo al periodista y poeta Billiken (Félix Callejas) que en su sección “Arreglando el Mundo” arremetiera contra modernas formas poéticas. Acompañaba a los versos una carta cuyo primer párrafo recuerdo. Decía así: “Maestro: Tal vez tocado de semilunático temerarismo, heme atrevido a coleguizar con usted, dando a luz mis más cara lucubraciones estéticas que debí haber forzado con adamantina volición a un quietismo incógnito en las más sinuosas reconditeces de mis órganos cogitatorios.” Pero ni versos ni carta fueron enviado a Billiken. Algo más adelante el cuaderno hizo furor entre los que iban pronto a ser mis amigos literarios y perdí el original que se llevaría para España, como una curiosidad, el periodista que vivió y trabajó en Cuba, don Manuel Aznar. Yo no tenía copia, aunque por ahí alguien hizo alguna. Después he reconstruido los que no recordaba íntegros. Algunos de los que hoy conservo son iguales a los primitivos. Otros parcialmente, no más…”.
Fragmento de "Autobiografía”, en José Zacarías Tallet. Poesía y Prosa, Editorial Letras Cubanas, 1979.
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