Benjamín
Jarnés
Toda legítima poesía va siempre en creciente.
El poeta verdadero no se empobrece, sanea a diario su caudal. Cuando pareció
quedarse desnudo, fue por haber averiguado que el mejor traje es la misma piel.
El poeta verdadero, al entrar en años de madurez, va arrojando doradas
baratijas —que quizá en la adolescencia fueron ídolos— y se complace en
presentarse como un mendigo. Su riqueza es ya firme. Gran parte de su herencia
sufrió —como el primitivo “stock” de sus temas— esas operaciones de Bolsa que
convierten el dinero ajeno en bienes propios. De otra gran parte se hizo una
saludable almoneda. El poeta verdadero no agota, no exprime sus talentos, los
negocia.
Nacen
estas líneas del bello título —"Poemas en menguante"— del nuevo libro
de Mariano Brull…
No
sabemos que haya publicado otro volumen desde “La casa del silencio”, aparecido
en 1916. Desde entonces, la poesía ha sufrido algunas transmigraciones, algunas
volteretas. Anduvo del “ yo” íntimo a lo más desolado del mundo exterior, del
espíritu a la cante; de las severas ligaduras clásicas a la franca libertad —a
veces, al pleno desenfreno— ; de la pompa heredada de los llamados
“modernistas” a la implacable desnudez, al cinismo; del ardiente ecuador sentimental,
en fin, al frío polo cubista. Pero hay valores independientes del clima y de la
mayor o menor abundancia de equipaje: la aristocracia, la vibración profunda,
el poder de contagio. Tres calidades de la poesía de Mariano Brull, que ya eran
patentes en “La casa del silencio”, que se afirman en “Poemas en menguante” con
vigor extraordinario. No es la poesía de Brull ostentosa, muy rica en
estructuras verbales inesperadas; lo es, en cambio, en refinados matices de
permanente y alta tensión del espíritu. Es el estado de gracia del poeta,
tantas veces independiente, siempre anterior a toda fórmula —a toda realización
idiomática. La idea poética exige una armonización verbal, pero a la gran
orquesta puede preferirse el cuarteto. Toda la poesía de Mariano Brull está
escrita para pocos y finos instrumentos. Copiemos este momento lírico.
En el aire están las flores —invisibles
serafines suspensos.
Y el árbol crece para alcanzar su flor.
Y el sol crece para llegar hasta su rosa.
Empínate muy alto —vida— hasta mi flor
¡maravilla no vista en los jardines!
Poesía
equilibrada, subordinada al pensamiento, de una luminosa intimidad. Poesía en
creciente. En marcha hacia la suma estilización, hacia la perfecta riqueza.
Revista
de las Españas, octubre de 1928.
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