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lunes, 5 de junio de 2017

La esclavitud en el Mar Rojo

    


 Lino Novás Calvo

 Todo el que ha seguido este problema a través de libros y relatos de viajeros sabe que la esclavitud persiste en varias regiones de África y de Asia con todos sus rasgos seculares. Y no sólo la esclavitud: la trata de esclavos, el mercado de esclavos también. Los viajeros, sin embargo, disimulan o evaden por lo general este hecho. Por dos causas: o por no herir el prestigio de los países europeos que pretenden haber terminado con la esclavitud en todas las partes del mundo, o porque no le conceden importancia.  Existen misioneros y trásfugas europeos por los países independientes del Asia occidental y del África oriental que han llegado a aclimatarse de tal modo que se sienten identificados con el viejo espíritu del país en que habitan y no experimentan la menor sublevación de conciencia al ver que la esclavitud se perpetúa allí como en la época de los descubrimientos.
 Esa esclavitud se opera, disfrazada, hasta en varias colonias europeas, y sin disfraz en las regiones independientes. En Liberia mismo, país formado por negros libertos de América, la mayor parte de los repatriados ha retrogradado al salvajismo, y la condición de la masa pobre es económicamente la misma que antes de que los portugueses dieran la vuelta al cabo Bojador.
 Pero donde la esclavitud y la trata se hallan en toda su pujanza es en las dos orillas del mar Rojo. La caza, compra, venta y trasporte de esclavos se hace allí abierta o subrepticiamente, pero se hace. Una misión particular francesa, encabezada por el escritor J. Kessel y apoyada por "Le Matin", ha hecho a este respecto descubrimientos terminantes, contenidos en el libro de Kessel "Marches d'Esclaves", acabado de publicar.


 El hecho fundamental es éste: en Abisinia, país independiente, representado en la Sociedad de las Naciones, se cazan o compran cantidades de esclavos que luego son trasportados clandestinamente a la costa de Arabia a través del mar Rojo.
 Siempre ha sido Abisinia, o Etiopia, una copiosa fuente de esclavos. Cuando la trata era libre, los cazadores árabes desembarcaban en la costa de Somalia y emprendían tempestuosas expediciones al interior, regresando con interminables caravanas de cautivos que seguían luego por el golfo de Adén hacia las plantaciones de América.  Cuando estas plantaciones se cerraron a la esclavitud, las "razzias" disminuyeron; sólo les quedaban los mercados árabes, que persisten aún, en menor escala, desde Siria al golfo de Adén. Gradualmente, los países europeos se fueron apoderando de la costa africana del mar Rojo, y adoptaron medidas de represión contra la trata. Inglaterra ocupó el Sudán; Francia, una parte de la Somalia; Italia, la Eritrea. Los cruceros comenzaron a recorrer el mar Rojo. Detrás de estas posesiones costeñas, hacia el interior, quedó encerrada Abisinia, país independiente, con su trata. El país, dominado por señores tribales, sostenido sobre el sistema de la esclavitud por muchos siglos, se resistió a toda reforma de ese sistema, y las medidas del negus resultaron fallidas. La esclavitud persistió en el interior con todos sus caracteres. Los delegados europeos reciben aún hoy con frecuencia esclavos en calidad de regalos. La región, dominada por una raza mestiza de árabe y negro, está poblada a trechos por razas negras primitivas rudimentarias —los chancalla, los sidamo, los oulano— que llevan sobre sí el estigma atávico de la esclavitud. Se les reconoce a simple vista. Son razas resistentes para el trabajo, cobardes para la lucha, incapaces para la organización. El hombre más fuerte o más capaz somete al más débil o inepto. Los tribunales de justicia no escuchan las quejas de los esclavos; un acuerdo tácito entre los jueces hace nula la orden de liberación promulgada por el negus.


 La trata es el corolario de esos hechos. Los comerciantes árabes organizan una expedición a Abisinia. Hay en práctica dos medios de adquirir cautivos: o comprándolos a sus señores —que los venden para pagar impuestos, acumular fortuna o porque les sobran por haberlos conquistado en acción de guerra con otras tribus—, o enviando partidas a los alrededores de las aldeas de agricultores o pastores a cazarlos. Este último procedimiento se aplica sobre todo en los niños. El ladrón de niños se embosca a la orilla de un vericueto por donde sabe ha de pasar su víctima. En el momento oportuno salta sobre su presa como un gavilán, la envuelve en una tela y huye con ella a cuestas hacia donde le aguardan otros raptores con otras presas. La partida se pone entonces en marcha hacia el depósito, centrado en alguna población de agricultores aragoubas, donde los cautivos permanecen encerrados en sótanos hasta que se forma la caravana. Esta se pone entonces en movimiento hacia la costa por parajes desiertos.
 Para llegar a la costa, las caravanas tienen que pasar por el Sudán inglés, la Somalia francesa o la Eritrea italiana, "donde los niños salvajes saludan a lo fascista". Aun suponiendo que los tratantes operen alguna vez en complicidad con las autoridades europeas, siempre les quedará el peligro de ser sorprendidos por algún crucero de guerra en el mar. Pero en la tierra, las caravanas, conocedoras de las regiones salvajes, hallan medio fácil de esquivar las autoridades y de llegar a los embarcaderos secretos de la costa. Además, van bien armadas, y sus winchesters disparan a la menor sospecha contra el que trate de atravesárseles en el camino. La provincia de Harrar es un centro importante de esclavitud. Pero en la misma Adidis-Abeba, capital de Abisinia, la compra, venta y posesión de esclavos se hace regularmente a ojos de las delegaciones europeas. En el mismo Sudán, posesión inglesa, perdura la esclavitud. ¿Qué se le ha de hacer? Sería necesario todo el Ejército y la Marina británicos para vigilar y contener cada una de esas pequeñas y furtivas transacciones. En cuanto a la posesión de esclavos, ¿quién puede probarle a un jefe de tribu o señor feudal que los seres que tiene a su servicio no lo están voluntariamente en calidad de sirvientes, con la complicidad de todo el ambiente en su favor?
  Una vez en la costa, el mercader o cazador de esclavos los cede a un intermediario, encargado de trasportarlos en pequeños y rápidos veleros a la costa de Arabia. Este viaje es peligroso. Los cruceros de guerra corren más que los veleros, y las tormentas son frecuentes. Contra los cruceros sólo tienen el recurso de lanzarse a pasajes estrechos o poco profundos por donde los vapores no puedan navegar, escapando así a sus garras. Si éstos los sorprenden en alta mar, sólo algún ardid ingenioso puede salvarlos. Kessel cita las palabras de uno de esos marinos traficantes que fue arropando esclavos al agua, para que los del crucero que le daba caza se detuvieran a recogerlos y le dieran tiempo de escapar. "¿Por qué —dice— los extranjeros aman tanto a los esclavos, que por salvar uno dejan escapar un velero tan precioso como el mío?"


 Estos cargamentos de esclavos pasan a Yemen, Asir o Hedjaz, Estados árabes independientes, desde donde se extienden hasta Siria y Persia. Todo jefe árabe, nómada o agricultor, tiene sus, esclavos domésticos o en forma de guardias o como guerreros. Contra este estado de cosas han querido adoptar medidas los soberanos de esos países, pero el resultado ha sido idéntico al obtenido por el negus de Abisinia: la acción de la ley se rompe contra la resistencia de la tradición. El Corán autoriza la esclavitud. ¿Quién ha de atreverse a desautorizar al Corán?
 De los Estados árabes compradores de esclavos, Yemen parece ser el más propicio, y en el que desembarcan la mayoría de los cautivos trasportados de Abisinia. Yemen está hoy sometido al poder teocrático del imán lahya, que no ha admitido jamás en su país Delegaciones oficiales de las potencias. Sin embargo, parece ser que Yemen, país pobre y superpoblado, es más bien un puente que un centro de trata. Los esclavos pasan al interior o suben hacia el norte. Algunos suben hasta Siria. Otros se quedan en la Meca.
 Las peregrinaciones a la Meca es otro de los instrumentos que aprovechan los tratantes de esclavos. Existen en el mar Rojo vapores de carga que trasportan anualmente grandes masas de peregrinos a Chedda. Esos peregrinos van de Etiopia, de Egipto, de las Somalias, de Eritrea. Son negros o mestizos africanos mahometanos; señores feudales y grandes dignatarios que viajan con sus servidumbres. Entre éstas, ¿quién puede distinguir los esclavos de los que no lo son? Claro que se distinguen. Se les conoce por las facciones, que delatan la tribu a que pertenecen (he dicho ya que hay tribus condenadas a la esclavitud por una fatalidad orgánica); se les conoce por el modo de mirar, de andar, de reaccionar frente a lo que les rodea. Pero eso no es una prueba; a lo sumo, es una convicción. Los calmosos marinos ingleses que los trasportan fuman tranquilamente sus pipas y beben su whisky sin preocuparse mucho de su llevan un cargamento de esclavos o de peregrinos. En el fondo viene a ser la misma cosa.


 Además de estos esclavos de importación existe en los distintos señoríos de Arabia la cría de esclavos. El hijo de una esclava lo es desde que nace y pertenece a su dueño. Así el nieto, el bisnieto. De aquí que se aliente y fomente la maternidad, ofreciendo premios a las esclavas cada vez que dan un nuevo esclavo a su señor. Un esclavo nacido en casa equivale a ochenta libras que puede costar un esclavo importado de África.
 En este continente el problema del trabajador ofrece hoy tres aspectos bien definidos, que son tres problemas arduos de resolver. En algunas colonias donde se ha establecido un salario libre razonable, se ha creado una masa migratoria, desprendida de la familia, compuesta de seres desmoralizados, errantes, borrachos. En aquellas en que el trabajo se efectúa por contrato con los jefes del país el trabajador es de hecho esclavo, no de los blancos, sino de sus propios jefes. En los países independientes, como Abisinia, ya se ha visto lo que pasa. Una sola ventaja parece haber tenido para los naturales la conquista de África por los europeos: la exterminación de los ritos sangrientos de algunos pueblos, como los achantis y los dahomeyes.
 En todo lo demás las cosas siguen, socialmente, poco más o menos que hace tres siglos.


 “Trata de negros. La esclavitud en el Mar Rojo”, Luz, Madrid, 4 de agosto 1933, p. 8.

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