Ramón
Vasconcelos
Cuando
Roland Dorgelés trajo de Oriente ese título pintoresco, se creyó que tras él no
había más que un tema literario. Pero ahora una expedición científica
organizada por el Instituto Internacional de Antropología va a demostrar que el
asunto tiene gran importancia especulativa para el sistema colonial francés.
Dentro de pocos días la caravana sin camellos partirá
de Marsella, llegará a Argel y atravesará el África del norte a sur, hasta el
lago Tchat; después volverá hacia el norte de Túnez, con material para tres o
cuatro pabellones de la exposición colonial que patrocina el viaje.
Al frente de los exploradores va el comandante
Bernard Le Pontois, africanista de autoridad, y lo acompañan meteorologistas, geógrafos,
filmadores de películas, delegados del
Instituto Pasteur, de Instrucción Pública, de la Escuela del Louvre, de la Cruz
Roja y del Ministerio de la Guerra, periodistas y técnicos, cada cual con una
inquietud y un instrumento de trabajo distintos. ¡Lo que se ha andado desde el tiempo de
Livingstone y Stanley, pioners del
africanismo británico, y del general Laperrine y el padre Foucold (sic), muertos en
servicio de la penetración francesa!
De entonces acá el europeo ha ido avanzando en
la selva, abriendo caminos y extendiendo sus dominios, aunque sin preocuparse más
que de extraerle al suelo conquistado sus inmensos tesoros vírgenes por los medios
más rudimentarios. El marfil, las pieles y las maderas preciosas los transportaba
a la costa el pobre negro, más perseguido por el hombre civilizado que la misma
fiera. Esto empieza a cambiar, no por razones de humanidad, sino por razones
económicas. Al fin, la máquina libertará al esclavo.
Aquel congo que afirmaba que el mejor invento del hombre era el buey, porque
de haber existido éste él hubiera tenido que tirar de la carreta, hoy tendría
motivos para regocijarse por los progresos de la mecánica. El camión será el
verdadero civilizador del África. Hasta el Sahara misterioso será vencido esta
vez. Sus diez millones de kilómetros cuadrados inútiles en el presente,
quedarán bajo el control de la civilización y ni los terribles simunes, ni las
fieras, ni las bandas de beduinos impedirán en lo adelante la marcha regular y rápida
de las caravanas de camiones que irán desde la costa mediterránea hasta Tombuctú.
Los topógrafos clavetearán de puntos de escala
el inmenso arenal inseguro y darán orientaciones precisas en esa pista móvil; los
higienistas indicarán las medidas que convenga adoptar en las distintas zonas
del recorrido para librarse de la fiebre; los meteorologistas establecerán un
cuadro de las condiciones climatéricas, magnéticas y eléctricas para que
automovilistas y aviadores puedan aventurarse sin riesgos a través de la más
inhospitalaria región de la tierra; los etnólogos darán informes exactos sobre la
psicología de las tribus, con el fin de ganar su confianza y su amistad en vez
de inspirarles sentimientos hostiles; los economistas y los ingenieros
suministrarán datos concretos sobre la producción posible de ciertas fajas del
desierto, y los técnicos del automovilismo aconsejarán las modificaciones que
sea conveniente introducir en los vehículos que se utilicen.
Por primera vez los camiones van a hacer la
etapa In-Salah-Niger sin necesidad de renovar la provisión de gasolina y de agua
escalonando caravanas en el camino. Y si los progresos no fallan, desaparecerán
los peligros de incendios por combustión espontánea y las evaporaciones
violentas; y las blancas osamentas humanas amontonadas en la arena no evocarán
la tragedia del espejismo, la sed abrasadora y el viento de fuego. Y podrán
descansar los lentos camellos que durante siglos han sido el
único
medio de transporte sahariano. Esta expedición de sabios traerá del Africa tropical
una documentación valiosísima sobre lugares casi inexplorados, como el Tanezrouft,
llamado el Desierto de la Sed, horno infernal llano hasta la monotonía, sin
vida, alucinante, que las caravanas atraviesan con terror; como los pantanos y
lagunas del valle del Níger, de fauna y flora desconocidas, y como los macizos
montañosos del Hoggar, llenos de grutas y tumbas, y del mítico recuerdo de
Antinea, popularizada por La Atlántida
de Fierre Benoit.
Nada escapará a su investigación. Ni los microbios,
ni los dioses implacables de las tribus, ni el matriarcado de los tuaregs ni las huellas aisladas de la
prehistoria. En una palabra, la expedición de Le Pontois va a descubrir el África.
Dentro de tres meses sus colecciones
zoológicas, fetiches y hallazgos pintorescos ocuparán su sitio en la exposición
colonial, y un film sonoro revelará
al mundo las costumbres medioevales de los tuaregs,
sus torneos, sus bodas, y toda la emoción salvaje de una cacería de fieras en
plena selva.
¿Y luego?
Luego vendrán las empresas regulares de transportes y las compañías de turismo
con los autocars, los ciceroni de megáfono y el paquete de tickets para todas las fondas y cabarets
de los oasis del Sahara con cocktails caros y danzas del vientre... importadas
de Marsella.
Bulevar. Iluminaciones sobre el Sena, Cultural S.A, 1938, pp. 183-88.
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