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sábado, 3 de junio de 2017

La caravana sin camellos



  Ramón Vasconcelos

 Cuando Roland Dorgelés trajo de Oriente ese título pintoresco, se creyó que tras él no había más que un tema literario. Pero ahora una expedición científica organizada por el Instituto Internacional de Antropología va a demostrar que el asunto tiene gran importancia especulativa para el sistema colonial francés.
 Dentro de pocos días la caravana sin camellos partirá de Marsella, llegará a Argel y atravesará el África del norte a sur, hasta el lago Tchat; después volverá hacia el norte de Túnez, con material para tres o cuatro pabellones de la exposición colonial que patrocina el viaje.
 Al frente de los exploradores va el comandante Bernard Le Pontois, africanista de autoridad, y lo acompañan meteorologistas, geógrafos, filmadores de películas, delegados del Instituto Pasteur, de Instrucción Pública, de la Escuela del Louvre, de la Cruz Roja y del Ministerio de la Guerra, periodistas y técnicos, cada cual con una inquietud y un instrumento de trabajo distintos.  ¡Lo que se ha andado desde el tiempo de Livingstone y Stanley, pioners del africanismo británico, y del general Laperrine y el padre Foucold (sic), muertos en servicio de la penetración francesa!
  


 De entonces acá el europeo ha ido avanzando en la selva, abriendo caminos y extendiendo sus dominios, aunque sin preocuparse más que de extraerle al suelo conquistado sus inmensos tesoros vírgenes por los medios más rudimentarios. El marfil, las pieles y las maderas preciosas los transportaba a la costa el pobre negro, más perseguido por el hombre civilizado que la misma fiera. Esto empieza a cambiar, no por razones de humanidad, sino por razones económicas. Al fin, la máquina libertará al esclavo.
 Aquel congo que afirmaba que el mejor invento del hombre era el buey, porque de haber existido éste él hubiera tenido que tirar de la carreta, hoy tendría motivos para regocijarse por los progresos de la mecánica. El camión será el verdadero civilizador del África. Hasta el Sahara misterioso será vencido esta vez. Sus diez millones de kilómetros cuadrados inútiles en el presente, quedarán bajo el control de la civilización y ni los terribles simunes, ni las fieras, ni las bandas de beduinos impedirán en lo adelante la marcha regular y rápida de las caravanas de camiones que irán desde la costa mediterránea hasta Tombuctú.
 Los topógrafos clavetearán de puntos de escala el inmenso arenal inseguro y darán orientaciones precisas en esa pista móvil; los higienistas indicarán las medidas que convenga adoptar en las distintas zonas del recorrido para librarse de la fiebre; los meteorologistas establecerán un cuadro de las condiciones climatéricas, magnéticas y eléctricas para que automovilistas y aviadores puedan aventurarse sin riesgos a través de la más inhospitalaria región de la tierra; los etnólogos darán informes exactos sobre la psicología de las tribus, con el fin de ganar su confianza y su amistad en vez de inspirarles sentimientos hostiles; los economistas y los ingenieros suministrarán datos concretos sobre la producción posible de ciertas fajas del desierto, y los técnicos del automovilismo aconsejarán las modificaciones que sea conveniente introducir en los vehículos que se utilicen.


 Por primera vez los camiones van a hacer la etapa In-Salah-Niger sin necesidad de renovar la provisión de gasolina y de agua escalonando caravanas en el camino. Y si los progresos no fallan, desaparecerán los peligros de incendios por combustión espontánea y las evaporaciones violentas; y las blancas osamentas humanas amontonadas en la arena no evocarán la tragedia del espejismo, la sed abrasadora y el viento de fuego. Y podrán descansar los lentos camellos que durante siglos han sido el
único medio de transporte sahariano. Esta expedición de sabios traerá del Africa tropical una documentación valiosísima sobre lugares casi inexplorados, como el Tanezrouft, llamado el Desierto de la Sed, horno infernal llano hasta la monotonía, sin vida, alucinante, que las caravanas atraviesan con terror; como los pantanos y lagunas del valle del Níger, de fauna y flora desconocidas, y como los macizos montañosos del Hoggar, llenos de grutas y tumbas, y del mítico recuerdo de Antinea, popularizada por La Atlántida de Fierre Benoit. 
 Nada escapará a su investigación. Ni los microbios, ni los dioses implacables de las tribus, ni el matriarcado de los tuaregs ni las huellas aisladas de la prehistoria. En una palabra, la expedición de Le Pontois va a descubrir el África.
 Dentro de tres meses sus colecciones zoológicas, fetiches y hallazgos pintorescos ocuparán su sitio en la exposición colonial, y un film sonoro revelará al mundo las costumbres medioevales de los tuaregs, sus torneos, sus bodas, y toda la emoción salvaje de una cacería de fieras en plena selva.
 ¿Y luego? Luego vendrán las empresas regulares de transportes y las compañías de turismo con los autocars, los ciceroni de megáfono y el paquete de tickets para todas las fondas y cabarets de los oasis del Sahara con cocktails caros y danzas del vientre... importadas de Marsella.



 Bulevar. Iluminaciones sobre el Sena, Cultural S.A, 1938, pp. 183-88. 


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