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martes, 30 de mayo de 2017

Evocación de Luis Rodríguez Embil



 José María Chacón y Calvo

 ... Mi primer recuerdo de Luis Rodríguez Embil es de hace 37 años. Ya era un escritor de vasto renombre. Había publicado dos novelas: "Gil Luna, artista" (de carácter ensayístico) y "La Insurrección", de acento histórico y exaltadora de nuestra última Guerra de Independencia. Había publicado también ensayos, novelas cortas, cuentos y muchos versos en revistas de Cuba y del extranjero. Trabajaba yo entonces en un puesto de abogado en la Secretaría de Justicia. Era en un departamento que tenía una bella vista sobre el mar. Nunca encontré después en ml no corta vida burocrática un lugar que fuera, como ese tan "cobdiciadero para orne cansado".
 Luis Rodríguez Embil me llevaba su cordial adhesión para un homenaje que rendíamos en esos días a Alfonso Hernández Catá, el gran cuentista de "Los frutos ácidos". Pudo haber sido aquella una de tantas visitas corteses y gratas. Pero al hablar con el amigo que conocía en esos momentos y que sentía, sin embargo, como una vieja y segura amistad, encontré en sus palabras no sé qué inusitado acento, qué tono transido de pura espiritualidad, que aquella tarde de la primavera de 1917 fue una fecha esencial en mi vida.
 Me hablaba de Bergson, me hablaba de su filosofía espiritualista, y todo tenía en su conversación el tono de serenidad, de sosiego, de paz, y a un tiempo de honda vida interior, que yo me sentí unido al nuevo amigo por algo tan profundo, tan entrañable que sentí desde entonces aquella amistad como lo que no puede quebrantarse ni aminorarse, cualesquiera que sean las contingencias de la vida.
 No volví a ver a Rodríguez Embil en muchos años, pero cuando pensaba en la pura amistad, la imagen del autor de "El soñar de Segimundo" se levantaba en lo íntimo de mí. Por eso uno de mis primeros ensayos sentimentales, el de "Castilla y Lanuza", publicado en 1920, tuve necesidad de dedicarlo al amigo, cuya muerte reciente es un hondo duelo de las letras cubanas.
 En 1930 volvimos a vernos. Había publicado nuevos libros: "El imperio mundo", con el nítido recuerdo de la primera guerra mundial que mereció altos elogios de don Enrique José Varona; "La mentira vital", una preciosa colección de cuentos, muchos con raíz filosófica, que Blanco Fombona llevó a una de sus colecciones de Madrid, la que llevaba el gran nombre de Andrés Bello.
 Ya había sentido Rodríguez Embil ese dolor profundo, que en los espíritus que propenden al misticismo, tiene una transcendencia imponderable... Y fue entonces cuando me habló de su más íntimo libro: "Las poesías de Asoka-Anansar".
 Volvimos a separarnos. El volvía a su Consulado de Hamburgo; yo a un puesto subalterno en nuestra Embajada en Madrid.
 A poco vivía Cuba una de sus crisis políticas. Al término de una, o en uno de sus paréntesis más propiamente, el gran cubano don Cosme de la Torriente, a la sazón Ministro de Estado, ascendió a Rodríguez Embil a Ministro Plenipotenciario y le confirió nuestra regentación en el Uruguay.
 Entonces viene una de sus etapas más fecundas. Publica primero, "El soñar de Segismundo", un ensayo filosófico sobre la finalidad de la vida, con muy puras esencias poéticas. Algunos años después, su biografía de José Martí. "El Santo de América", obtiene la más alta recompensa en el concurso internacional, convocado oficialmente en Cuba en 1939.
 Regresa entonces a Cuba, acompañado de su esposa, a la que amó con indecible ternura. Y fuera de tres años en que tuvo nuestra representación en Venezuela, ya vivió siempre en Cuba, en medio de un casi total apartamiento, como desasido en todo lo que le es dable al hombre de la terrestre ligadura, desde la muerte de Helen, su esposa amadísima.
 Fue en esta última década cuando pude conocer en su más pura luz el corazón magnánimo, forjado en la bondad, del amigo entrañable.
 En su discurso de ingreso en la Academia de Artes y Letras, leído en marzo de 1945 y que versa sobre Jesús Castellanos, hay una expresión incidental que define al escritor, Habla de la generación del insigne novelista de "La Conjura" y del agudo exégeta de José Enrique Rodó y afirma "que vivía desorientada".
 ¿Cómo vivía desorientada una generación que tenía maestros de la calidad de un Enrique José Varona? ¿Qué quería decir Rodríguez Embil con esta expresión negativa?
 Aquí está la vida interior profunda del poeta ¿traductor?... creador de Asoka-Anansar. Estaba desorientada esta generación, por qué con raras notorias excepciones, vivía bajo el signo exclusivo del positivismo. Es decir, que no tenía un criterio orientador acerca de la vida perdurable del hombre, de su final destino, de su razón íntima de ser.
 Se ilumina con esta sola frase la vida noble, generosa y austera del gran meditativo de "El soñar de Segismundo".
   Tuve mucho tiempo un libro -inédito aún- del fraternal amigo que esclarece esta fase de la obra y la vida de Rodríguez Embil. Me hablaba no sólo de un maestro de las letras, vino de un hombre de bondad creadora y de serenidad resplandeciente. Una de sus poesías con su místico fulgor, quedó en mi memoria. La decía para mí mismo mientras velaba el sueño postrero de mi amigo. Me iluminaba y me hacía pensar que la infinita misericordia del Señor abriría su reino a quien con humildad acataba el mandato divino. Siéntala conmigo el lector:
 "Para la hora de la muerte y de la vida: -Heme aquí. Haz de mí lo que plazca a tu Santa Voluntad -concédeme humildad- para que pueda-si oso algo pedirte- a un tiempo obedecerte y bendecirte- Si puedo hacer Tu voluntad la mía- será mi gratitud y mi alegría- cual los ángeles pura-claras cual del amanecer la albura. Cielo es ser sólo en Ti, que sólo eres infierno en no querer lo mismo que Tú quieres- y saber que eres Tú, y en lo ilusorio- viviendo en continuar el Purgatorio... -Largo tiempo vagué lejos de Ti-y pequé, y aprendí- que cualquier senda que mi vida emprenda- a Ti ha de conducirme toda senda. Morir o vivir hazme: será justa tu decisión augusta- Conmigo haz lo que quieras, y de mí- 'Heme aquí...'
 Y en otra parte del libro leemos:
 "¿Fuera esta vida, oscura tolerable, -sin la claridad del misterio- que irradia de su centro oscuro?".
 "Claridad del misterio", ¿no sentimos traspasada de luz la vida del amigo inolvidable? 'Que lo haya acompañado, ahora que está tan cerca de esa "misteriosa claridad", y que él sintió tan profundamente a lo largo de su vida, generosa, austera, fecunda'.


 Diario de la Marina, 7 de mayo 1954; y Revista de la Biblioteca Nacional, mayo-junio 1954. 


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