... Mi
primer recuerdo de Luis Rodríguez Embil es de hace 37 años. Ya era un escritor
de vasto renombre. Había publicado dos novelas: "Gil Luna, artista"
(de carácter ensayístico) y "La Insurrección", de acento histórico y
exaltadora de nuestra última Guerra de Independencia. Había publicado también
ensayos, novelas cortas, cuentos y muchos versos en revistas de Cuba y del extranjero.
Trabajaba yo entonces en un puesto de abogado en la Secretaría de Justicia. Era
en un departamento que tenía una bella vista sobre el mar. Nunca encontré
después en ml no corta vida burocrática un lugar que fuera, como ese tan
"cobdiciadero para orne cansado".
Luis
Rodríguez Embil me llevaba su cordial adhesión para un homenaje que rendíamos
en esos días a Alfonso Hernández Catá, el gran cuentista de "Los frutos
ácidos". Pudo haber sido aquella una de tantas visitas corteses y gratas.
Pero al hablar con el amigo que conocía en esos momentos y que sentía, sin
embargo, como una vieja y segura amistad, encontré en sus palabras no sé qué
inusitado acento, qué tono transido de pura espiritualidad, que aquella tarde
de la primavera de 1917 fue una fecha esencial en mi vida.
Me
hablaba de Bergson, me hablaba de su filosofía espiritualista, y todo tenía en
su conversación el tono de serenidad, de sosiego, de paz, y a un tiempo de
honda vida interior, que yo me sentí unido al nuevo amigo por algo tan
profundo, tan entrañable que sentí desde entonces aquella amistad como lo que
no puede quebrantarse ni aminorarse, cualesquiera que sean las contingencias de
la vida.
No
volví a ver a Rodríguez Embil en muchos años, pero cuando pensaba en la pura
amistad, la imagen del autor de "El soñar de Segimundo" se levantaba
en lo íntimo de mí. Por eso uno de mis primeros ensayos sentimentales, el de
"Castilla y Lanuza", publicado en 1920, tuve necesidad de dedicarlo
al amigo, cuya muerte reciente es un hondo duelo de las letras cubanas.
En
1930 volvimos a vernos. Había publicado nuevos libros: "El imperio
mundo", con el nítido recuerdo de la primera guerra mundial que mereció
altos elogios de don Enrique José Varona; "La mentira vital", una
preciosa colección de cuentos, muchos con raíz filosófica, que Blanco Fombona
llevó a una de sus colecciones de Madrid, la que llevaba el gran nombre de
Andrés Bello.
Ya
había sentido Rodríguez Embil ese dolor profundo, que en los espíritus que propenden
al misticismo, tiene una transcendencia imponderable... Y fue entonces cuando
me habló de su más íntimo libro: "Las poesías de Asoka-Anansar".
Volvimos
a separarnos. El volvía a su Consulado de Hamburgo; yo a un puesto subalterno
en nuestra Embajada en Madrid.
A
poco vivía Cuba una de sus crisis políticas. Al término de una, o en uno de sus
paréntesis más propiamente, el gran cubano don Cosme de la Torriente, a la sazón
Ministro de Estado, ascendió a Rodríguez Embil a Ministro Plenipotenciario y le
confirió nuestra regentación en el Uruguay.
Entonces
viene una de sus etapas más fecundas. Publica primero, "El soñar de
Segismundo", un ensayo filosófico sobre la finalidad de la vida, con muy
puras esencias poéticas. Algunos años después, su biografía de José Martí.
"El Santo de América", obtiene la más alta recompensa en el concurso
internacional, convocado oficialmente en Cuba en 1939.
Regresa
entonces a Cuba, acompañado de su esposa, a la que amó con indecible ternura. Y
fuera de tres años en que tuvo nuestra representación en Venezuela, ya vivió
siempre en Cuba, en medio de un casi total apartamiento, como desasido en todo lo
que le es dable al hombre de la terrestre ligadura, desde la muerte de Helen,
su esposa amadísima.
Fue
en esta última década cuando pude conocer en su más pura luz el corazón magnánimo,
forjado en la bondad, del amigo entrañable.
En
su discurso de ingreso en la Academia de Artes y Letras, leído en marzo de 1945
y que versa sobre Jesús Castellanos, hay una expresión incidental que define al
escritor, Habla de la generación del insigne novelista de "La
Conjura" y del agudo exégeta de José Enrique Rodó y afirma "que vivía
desorientada".
¿Cómo
vivía desorientada una generación que tenía maestros de la calidad de un
Enrique José Varona? ¿Qué quería decir Rodríguez Embil con esta expresión
negativa?
Aquí
está la vida interior profunda del poeta ¿traductor?... creador de
Asoka-Anansar. Estaba desorientada esta generación, por qué con raras notorias
excepciones, vivía bajo el signo exclusivo del positivismo. Es decir, que no
tenía un criterio orientador acerca de la vida perdurable del hombre, de su
final destino, de su razón íntima de ser.
Se
ilumina con esta sola frase la vida noble, generosa y austera del gran meditativo
de "El soñar de Segismundo".
Tuve mucho tiempo un libro -inédito aún- del fraternal amigo que
esclarece esta fase de la obra y la vida de Rodríguez Embil. Me hablaba no sólo
de un maestro de las letras, vino de un hombre de bondad creadora y de
serenidad resplandeciente. Una de sus poesías con su místico fulgor, quedó en
mi memoria. La decía para mí mismo mientras velaba el sueño postrero de mi amigo.
Me iluminaba y me hacía pensar que la infinita misericordia del Señor abriría
su reino a quien con humildad acataba el mandato divino. Siéntala conmigo el
lector:
"Para
la hora de la muerte y de la vida: -Heme aquí. Haz de mí lo que plazca a tu Santa
Voluntad -concédeme humildad- para que pueda-si oso algo pedirte- a un tiempo
obedecerte y bendecirte- Si puedo hacer Tu voluntad la mía- será mi gratitud y
mi alegría- cual los ángeles pura-claras cual del amanecer la albura. Cielo es
ser sólo en Ti, que sólo eres infierno en no querer lo mismo que Tú quieres- y
saber que eres Tú, y en lo ilusorio- viviendo en continuar el Purgatorio... -Largo
tiempo vagué lejos de Ti-y pequé, y aprendí- que cualquier senda que mi vida
emprenda- a Ti ha de conducirme toda senda. Morir o vivir hazme: será justa tu
decisión augusta- Conmigo haz lo que quieras, y de mí- 'Heme aquí...'
Y
en otra parte del libro leemos:
"¿Fuera
esta vida, oscura tolerable, -sin la claridad del misterio- que irradia de su
centro oscuro?".
"Claridad
del misterio", ¿no sentimos traspasada de luz la vida del amigo
inolvidable? 'Que lo haya acompañado, ahora que está tan cerca de esa
"misteriosa claridad", y que él sintió tan profundamente a lo largo
de su vida, generosa, austera, fecunda'.
Diario de la Marina, 7 de mayo 1954; y Revista de la Biblioteca Nacional, mayo-junio 1954.
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