Eduardo Avilés Ramírez
El imperio del paisaje
Nada escapa a la influencia poderosa del
paisaje, y menos la lírica de un país. Los poetas, sensibilidades exquisitas,
antenas vibrátiles, espejos de la atmósfera, son los más fieles reproductores
del paisaje. Así, en aquella tierra llena de sol, estallante de tonos, pautada
en claro mayor, en que las montañas distantes parecen alcanzarse con la mano y
las aguas son cristalería turbulenta, necesariamente los poetas se producen en
una claridad meridiana, y los pensamientos más sutiles, las sensaciones más
fugitivas, las emociones menos perceptibles, son captados con ojo experto y
anotados con precisión desesperante. País sin puertas, el sol ofuscante
vitaliza hasta los más profundos repliegues del alma y hace frutecer la poesía
desmesuradamente. La pupila espiritual recoge los tonos en su verdadero valor
expresivo, y el oído percibe las inflexiones en su pureza prístina. De ahí la
exactitud descriptiva de los grandes poetas cubanos en sus estrofas llenas de
luz, ricas de savia de la tierra, rotundas de melodía y de color. De ahí,
también, la comprensión inmediata de todos los movimientos literarios
extranjeros, que al llegar allá precisan sus contornos, presentan a plena luz
su esencia verdadera y no engañan a nadie ni a nadie influencian demasiado,
porque estos son sometidos a la característica de la diafanidad, a la exacta
depuración esencial, a la valoración estricta.
El mitólogo, al hablar de la poesía cubana,
siempre habrá de citar a Argos. Cuando una flecha cruza el ciclo, ya se sabe la
fuerza qué la impulsa y el metal de que está hecha. Dios está un poco en la luz
y no por capricho los indios deificaron al sol.
Las raíces
A bordo de las fragatas de la conquista, junto
a la espada y la cruz, iba la lira. La conquista del alma americana por los españoles
es cien veces más importante, más recia, más de eternidad que la conquista
material. Independizada la tierra, sentimos que continuaba el imperio del
espíritu, y Cuba, que es la última de las naciones que quebrantaron la cadena política,
sigue siendo, poéticamente, una flor del arbusto ibérico. Toda la savia del
siglo de Oro nutrió a las generaciones literarias de Cuba, y las raíces
absorbían su propia fuerza en la vitalidad del libro castellano. Hasta fines
del siglo pasado se pensaba, se sentía, se producía como en el mismo Madrid. La
labor educativa de España había durado cuatrocientos años y la producción era
idéntica, hasta llegar a formar un solo mecanismo, un solo dinamismo, una sola
expresión.
Por eso, los poetas de hoy, a pesar Por eso,
los poetas de hoy, a pesar de la poderosa inquietud renovadora que los penetra,
no pueden prescindir de las raíces que les dieron vida, ni de la poderosa savia
española que, primero en el balbuceo de Cervantes, más tarde en el abecedario
de los clásicos y, por último, en la mentalidad de fin de siglo, les nutrió la sensibilidad
y les precisó la perspectiva.
No hay posibles equivocaciones a este respecto.
Si los intelectuales cubanos de la presente generación vuelan libremente por
los cielos de la poesía exótica, y les son familiares Andriew y Jean Cocteau,
Pirandello y Paul Rosenfeld, Psichari y el griego Palamas, es decir, las
expresiones literarias más disímiles del momento, es, en primer lugar, gracias
a las traducciones españolas.
Las
influencias
Pero las influencias de estas literaturas exóticas
son, precisamente, la característica actual de la poesía cubana. Las señalaré a
grandes trazos, pues es imposible realizar cuadros completos en una revista. El
breve paisaje es, sin embargo, el borrador de la vasta realidad.
Desentendiéndose del acervo español, que es materia
propia, Rusia y Francia se disputan la supremacía de su influencia,
especialmente la última, en cuyos poetas se ha visto la cristalización de
algunas verdades líricas, la consecución de determinadas aspiraciones
ideológicas. Verlaine dijo en secreto sus secuencias, sus ensueños sacerdotales,
sus nuances poéticas. Mallarmé dictó
el endecasílabo vaciado en oro sólido y vibrante. Gautier mostró cómo se conducían
los lebreles del verso en las cacerías aristocráticas. Daudet confesó las
reglas del paisajista. Heredia dijo cómo se facetaba, en frío, el diamante
azul. Y los otros dioscuros...
Mas, la lección de los contemporáneos es la más
provechosa para los intelectuales de Cuba, que han aprendido a ser fuertes y
sinceros con Barbusse, equilibrados en lo abstracto con Valery, artistas innovadores
con Cocteau. Atentos, perceptivos, exquisitos, los poetas cubanos siguen la
parábola de la lírica francesa, aprovechando para sí tal cual estrella suelta,
necesaria a su individualidad. Los libreros franceses confiesan que, después de
Méjico, es Cuba la nación que compra más sus libros en el continente.
En cuanto a la influencia de los rusos, menos
intensa en cantidad, es, quizás, más fuerte cualitativamente que la de Francia.
De Dostoiewsky y Turgueneff para acá, se estudia con atención ejemplar a los
pensadores rusos, ensayando a penetrar el misterio neblinoso de la vasta alma
atormentada de la Rusia. Leónidas Andreiew, sobre todo, sirve de norma a la
investigación. El autor de "Sacha Yegulev" ha influido mucho en
algunos cuentistas cubanos, y hasta en las estrofas de tal cual poeta encontramos
la sensación de lo fatal, el misterio a flor de mano, la hondura perturbadora,
que son los rasgos característicos del desgraciado gran novelista eslavo.
Después, los poetas y escritores de la
revolución: Guernett, Brussov, Valere y Apollon Maicov, Droujinine, Block...
Yo tengo la sensación de que la actual
generación cubana, que no excusa la deuda intelectual de España, se mantiene en
una expectación inteligente, aprovechando los valores que resulten provechosos
a su continentalidad. Conste que hablo exclusivamente de la juventud —porque
hay también algunos literatos, verdaderos pergaminos históricos, que se han
quedado pensando, sintiendo y escribiendo a la vieja manera—. La juventud nació
dentro de las Botas de Siete Leguas del cuento, y en cuanto pudo manejarlas,
echó a andar…
Algunas
figuras nuevas
De la generación que está pasando —1890-1920— quedan
muy pocas figuras resistentes a la poderosa evolución moderna, entre ellas la de
Agustín Acosta, el más completo, el más caudaloso, el más sincero de los poetas
cubanos, cuyo último libro, "La Zafra", es un canto de fuerzas
nuevas, poema de vertebración cósmica y de dolor actual.
Entre los nuevos, que ya han hecho suyas, en forma
total, las sensaciones revolucionarías de la lírica, aparecen: Rubén Martínez
Villena, visionario de la perfección, emotivo equilibrado que, conociendo el
secreto armonioso de las palabras y la pureza de sus ensueños, construye su
obra selecta sin prisas, sin urgencias, con la cordura de un artífice del
Renacimiento. Su poema "La canción del sainete póstumo", quizás los
mejor escritos en Cuba desde 1920 hasta hoy,
han sido una revelación.
María Villar Buceta, expresión
anti-ibarbourista, en cuyas estrofas palpita un dolor recio: el dolor de sentirse
sola en medio de un mundo mediocre que no la comprenderá jamás.
Ramón Rubiera, el último eslabón del
simbolismo en América. Conoce sus franceses. Sus versos, aunque, a veces, dan
la sensación de rosas marmóreas, dicen de un ensueño concreto. Andrés
Núñez-Olano, burilador sapiente. "La musique avant tout chose". Si le
buscáramos padres espirituales, encontraríamos a Rubén Darío y a D'Annunzio.
Sus frondas de oro tiemblan al menor soplo.
Enrique Serpa. Este poeta no ha salido de
América, en el sentido espiritual. Felizmente, su América es la mejor: la
montaña y la mujer. Sus versos eróticos son famosos.
Juan Marinello Vidaurreta, hecho de
sensibilidad, de sensibilidad, de sensibilidad. De la fuente sombrosa caen
gotas que hablan.
Mari-Blanca Sabas Aloma, que ha sabido sortear
la sensiblería para masculinizar sus estrofas. Está enamorada del continente
heroico de ayer y canta, anticipadamente, al trabajador del mañana. Si hay algo
de metálico en sus poemas es el metal de las espadas libertadoras y de los
yunques del obrero futuro.
Enrique Loynaz. En su quietismo florecen rosas
irreales. El misticismo contemplativo lo convierte en un visionario casi
enfermizo. Es muy joven y a Pegaso lo mantiene atado con un leve hilo de seda.
Hace bien en tomar pocas precauciones, porque no se le escapará. No tiene
fuerzas para relinchar.
Jorge Mañach, académico, erudito, crítico. En
su periodismo hay paisajes y valoraciones. Es lo que en Francia se llama
"un jeune homme maitre”.
Un gran crítico, musicólogo y escritor evolucionadísimo
y sensible: Alejo Carpentier. Es el único caso en que el erudito no ha matado
al productor. A pesar de su sapiencia, Carpentier es y será siempre un poeta en
prosa.
Emilio Roig de Leuchsenring, costumbrista e
internacionalista, propulsor de la cultura integral. Las pinturas de La Habana
del pasado son su demonio perturbador.
José Antonio Fernández de Castro, todo
inquietud, todo investigación, multiplicación afortunada de energías. Conoce a
sus clásicos, pero también a sus franceses. Cuando se acaban los cultores
profesionales comienzan los Fernández de Castro.
Mariano Brull, atento oído a frondas que dicen
palabras difíciles. Hay un paneau decorativo
en no se sabe qué latitud, pero hay un paneau.
Y Guillermo Martinez Márquez, Arturo Alfonso
Roselló, Miguel Ángel Limia, José Ramón Chenard, y ese José Tallet, que es el
más original de los poetas actuales, caso sorprendente de simplificación
emotiva. En el fondo de su conformismo dulce en la vida, palpita una protesta
contra la humanidad. En Tallet hay animal de vellones pascuales, un ruiseñor
enamorado de su jaula y un gato.
Todos estos intelectuales están revestidos de
sol, y son sinceros. Estrangularon la teatralidad, frente a sus Itacos ideales.
Cuando la presente generación cubana haya traspuesto la curva del camino, los
que vengan encontrará un surco.
Madrid, 1927
La
Gaceta Literaria, núm. 16, 15 de agosto de 1927, p. 7.
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