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martes, 21 de marzo de 2017

Hermano





Lino Novás Calvo 


Dormidos,
en el pesebre de las mulas,
como dos jesucristos,
nos fustigó la aurora que nacía,
en nuestro pecho mismo.
Y pensamos ser, como el mesías,
envoltura de un algo
divino.
(Envoltura del pan de la inocencia
y de los peces del instinto)
Lloramos soles
por aquella cruz que se aburría
en el calvario del catecismo.
Y, luego,
soñamos que nos crucificaban
en su vértice,
como los dos bandidos.
Éramos héroes.
Saboreábamos el martirio
como el manjar que en justas proporciones
nunca habíamos tenido.
Y, aunque de dura piedra,
el lecho era sabroso
y no sentíamos los huesos molidos,
ni el mayar de los gatos
sobre el tejado vecino.
Teníamos a qué aplicar nuestra existencia,
éramos jesucristos.

En la mañana,
el amo del pesebre,
nos metió par de gritos
hasta la entraña, adentro.
Fuera —nos dijo—, pillos.
Y nos echamos de golpe
por la ventana del instinto.
Corrimos mucho, mucho,
no sé cuánto corrimos.
Tú, violando cercas y alambradas;
yo, recto en el camino.
Hasta hoy...
No sé cual habrá sido tu cruz:
la mía
la he lanzado al abismo.


 Revista de Avance, 15 enero de 1929. 

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