Enrique Piñeyro
Formaban parte de una compañía que vino de Nueva Orleans a trabajar
en el teatro de Tacón dos hermanas bailarinas, the Theodore sisters, como se llamaban, y Zenea, que a título de periodista
entraba libremente en los bastidores,
conoció y trató íntimamente a una de
ellas. Era la misma que con el nombre de
Adah Menken había de alcanzar gran celebridad en Europa y América representando dos piezas, Mazeppa en inglés, Los Piratas de la sabana en francés, en las cuales vestida de punto, medio desnuda al parecer,
ostentaba sus formas de estatua atada sobre
un caballo, que en el fondo del teatro por
practicables ingeniosamente dispuestos ascendía en galope furioso hasta perderse de vista entre las bambalinas.
No fue la Menken la mujer
antojadiza o desenvuelta que esos y otros rasgos de su vida naturalmente sugieren; tuvo siempre gustos
y aspiraciones de verdadera artista,
escribió en verso y prosa desde muy
joven en periódicos de Nueva Orleans y
Cincinnati; en 1856, a los veintiún
años, pues nació según la versión más acreditada
en 1835 (1), publicó un tomo de versos titulados Memorias y firmados Indígena; otro tomo en 1868, precedido en la edición de Londres del facsímile de una
carta encomiástica de Carlos Dickens y de un retrato primorosamente grabado.
Este pequeño volumen, hoy bastante raro, lleva como único título esta palabra: Infelicia.
A pesar de un estilo afectado y lenguaje a veces incorrecto, despierta interés su lectura, y si todo lo que
contiene es de ella sola, como hoy
parece probable, no se puede menos de
notar con emoción el acento de dolorosa tristeza con que alude en varios lugares a las vicisitudes de su carrera y sus
estériles agitaciones; sobre todo la poesía final, en que previendo ya cercano
el fin de su existencia vuelve la mirada a lo pasado y se pregunta desolada
dónde estaba todo lo que la vida en sus albores parecía haberle prometido.
La mujer, insisto en ello, nada tuvo de vulgar,
y cuantos la trataron guardaron de ella elevada
idea; vivió siempre en Londres y París rodeada de artistas eminentes: Dickens,
Swinburne, Ch. Reade, Dumas padre, Th. Gautier,
varios otros. Todo eso y su muerte prematura, en Agosto de 1868, a los treinta y tres años,
de resultas de una pulmonía contraída durante los ensayos de la pieza en que con grandes esperanzas
de éxito debía volver a presentarse ante
el público de París, ha contribuido a mantener con algún lustre todavía
la aureola que la curiosidad del público creó en torno de su nombre. Fue enterrada conforme al rito judaico
en la sección del cementerio del Padre-Lachaise reservada a los israelitas, y
ella misma dispuso la inscripción para
su sepulcro, que decía así: Thou knowest (2).
Cuando más boga logró en París, durante
las representaciones de Los Piratas de la sabana, drama de A. Bourgeois, para ella
especialmente refundido, se publicaron muchas biografías de la aplaudida actriz con datos por ella
misma facilitados, y en varias aparece
Zenea como un joven cubano que fue en la
Habana su primer novio, con quien se paseaba del brazo en noches de luna por la plaza de Armas
durante los conciertos militares, excitando de tal modo la admiración universal
por su gracia y su belleza que la
llamaban la «Reina de la plaza» (3)
Cuando hizo Zenea su primer viaje a los Estados
Unidos, la encontró otra vez en Nueva Orleans,
y en la silva a ella dedicada entre sus poesías, pues lleva al frente sus
iniciales, A. M., se adivina que al huir
de la patria le sonreía la idea de
reunirse también con la artista y con la
maestra de dicción inglesa:
Lanzaba un rayo tenue y azulado
La lámpara encubierta con un velo,
Como un rayo de luna aprisionado
En un vaso del cielo;
Y al lento fuego que en su hogar ardía,
Desprendida del barro de la tierra,
Los versos mi adorada me decía
Del trágico inmortal de la Inglaterra.
Trémula, acongojada, vacilante,
Como ansiando rasgar sus vestiduras,
Al seno palpitante
Llevaba en su dolor las manos puras.
Y adivinando el celestial deseo
De su pasión secreta.
Habló en mi joven corazón Romeo
Y entre mis brazos estreché á Julieta.
No era la Menken mujer de
extraordinaria belleza, pero las facciones expresivas de su rostro coronaban armoniosamente las líneas clásicas
de su cuerpo. De tez mate, aunque ligeramente
pálida, parecía muy blanca de lejos por el contraste con sus obscuros cabellos;
los ojos eran grandes y claros, que si a veces le imprimían aspecto de exagerada
dureza, más a menudo le comunicaban algo de misterioso, de enigmático, que daba
extraño realce al conjunto. El poeta los describe así:
Del verde de las
olas en reposo
El verde puro de sus ojos era,
Cuando tiñe su manto el bosque hojoso
Con sombras de esmeralda en la ribera.
El verde puro de sus ojos era,
Cuando tiñe su manto el bosque hojoso
Con sombras de esmeralda en la ribera.
Residía en Méjico Zenea cuando le llegó la noticia de su
temprana muerte. Al cabo de tantos años
que la había perdido de vista, hasta el punto de ignorar su cambio de
religión, surgió de nuevo en su espíritu
la brillante imagen, y el tropel de
recuerdos le inspiró esa composición,
que concluye con estos versos:
Y hoy sé !oh
dolor! que ya despareciste,
Y que no quedan de tu amor ¡Dios mío!
Sino una tosca cruz y un sauce triste
Llorando a orillas de extranjero río;
Y que de pueblo en pueblo transitando
Contabas al pasar tu pesadumbre,
Ricas coronas de laurel hollando
Que arrojaba a tus pies la muchedumbre.
Y que no quedan de tu amor ¡Dios mío!
Sino una tosca cruz y un sauce triste
Llorando a orillas de extranjero río;
Y que de pueblo en pueblo transitando
Contabas al pasar tu pesadumbre,
Ricas coronas de laurel hollando
Que arrojaba a tus pies la muchedumbre.
La imagen no se borró de su
alma ni aun en medio del horror de los últimos meses en la celda solitaria, y
sin duda en la Menken pensaba al poner el mismo vocablo latino de la poetisa americana
por título de la más larga de las luctuosas elegías del Diario de un mártir: “Infidelia”.
Notas
(1) La Enciclopedia de
biografía americana de Appletón, que en cuanto a personajes nacidos en los
Estados Unidos suele ser muy exacta, dice que nació en la religión judía y se llamaba Dolores Adiós Fuertes, hija de
un israelita español y de madre
bordelesa. Pero lo cierto, conforme á la biografía que va al frente de la
segunda edición de Infelicia
(Londres, 1888), parece ser que se llamaba Adelaida Mac Gord, que era hija de
un negociante británico y que nació el 15 de Junio de 1835 en Ghartrain, cerca
de Nueva Orleans. Se casó en 1856 con un israelita, de profesión músico,
Alexander Isaac Menken, de quien tomó el nombre y la religión.
(2) La inscripción no se halla
hoy sobre sus restos. Del Padre-Lachaise fue llevado el cadáver, cerca de un
año después (abril de 1869), a una «concesión perpetua» del cementerio del Sud,
o de Montparnasse, donde se encuentra. La lápida del sepulcro dice simplemente
así:
Adah
Isaacs Menken
Born in
Louisiana
Died in Paris
10 August 1868
(3) Además de ese rasgo, que
está en la edición inglesa, cuentan sus biógrafos franceses otros completamente
fantásticos sobre su vida en Cuba; por ejemplo, que fue adoptada como hija por
una opulenta señora de la Vuelta Abajo, la que le hizo abandonar el teatro y
vivir como una princesa, unas veces en
la ciudad, otras en el campo. Aunque la
excéntrica dama le dejó, al morir poco después,
toda su fortuna, surgió tal nube de herederos «blancos, amarillos,
cobrizos y negros», que fue anulado el testamento. Salió pues la Menken de la
Habana tan pobre como había entrado, y
se encaminó a Texas, donde, según los mismos escritores, corrió aventuras
estupendas.
Vida y escritos de Juan Clemente Zenea, París, Garnier Hermanos, 1901, pp. 17-22.
Imágenes: A los 19 años. Ilustración de Mazeppa Waltzes. Abrazada a Dumas. Posando para Charles D. Fredricks, N.Y., 1863.
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