Antonio Espina
La situación en Cuba
bajo la dictadura del general Gerardo Machado y Morales es sencillamente
espantosa. Sigue siéndolo,
mejor dicho, porque la verdad es que ha variado poco desde hace varios años,
sin que en España hayamos prestado la debida atención —la verdad, también— a la
tragedia que viven muriendo muchos hermanos nuestros de sangre y de idioma, los
más afines a nosotros de toda América por diversas razones y en multitud de
aspectos.
Allá, por el año 30
recibimos unos cuantos escritores españoles, por mediación de Jiménez de Azúa,
un documento firmado por las figuras más destacadas de la intelectualidad
cubana. En él se nos rogaba con angustioso apremio que pusiésemos en
conocimiento de los intelectuales de España la verdadera situación por que
atravesaba Cuba y recabásemos de ellos una actitud de solidaridad con los
camaradas trasatlánticos frente al siniestro régimen que imperaba en la isla.
Así lo hicimos. Unamuno redactó una vigorosa protesta contra el selvático proceder de la dictadura de Machado —y contra la Dictadura en sí misma, naturalmente—. La protesta, suscrita por muchos nombres ilustres en la vida española, envióse a Cuba, se publicó en diversos periódicos de España y del extranjero, y no surtió el menor efecto. La marmórea epidermis del dictador cubano y de sus abruptos compinches no experimentó con nuestro alegato el más leve cosquilleo.
Lo esperábamos, desde luego. Nuestro objeto no era precisamente el de provocar una reacción ética, imposible en el espíritu de un individuo como el general Machado, sino el de hacer vibrar con repulsa unánime a todas las conciencias normales de nuestro mapa hispanoamericano. Y aun a las de los otros mapas, que ya no van resultando tan otros en materia de dictaduras, de la hiperculta Europa y la no menos hiper América del Norte.
Así lo hicimos. Unamuno redactó una vigorosa protesta contra el selvático proceder de la dictadura de Machado —y contra la Dictadura en sí misma, naturalmente—. La protesta, suscrita por muchos nombres ilustres en la vida española, envióse a Cuba, se publicó en diversos periódicos de España y del extranjero, y no surtió el menor efecto. La marmórea epidermis del dictador cubano y de sus abruptos compinches no experimentó con nuestro alegato el más leve cosquilleo.
Lo esperábamos, desde luego. Nuestro objeto no era precisamente el de provocar una reacción ética, imposible en el espíritu de un individuo como el general Machado, sino el de hacer vibrar con repulsa unánime a todas las conciencias normales de nuestro mapa hispanoamericano. Y aun a las de los otros mapas, que ya no van resultando tan otros en materia de dictaduras, de la hiperculta Europa y la no menos hiper América del Norte.
Ahora la acción común
contra el régimen inhumano que brutaliza a la antigua perla de las Antillas se
propaga, avanza y toma carácter Internacional. Henri Barbusse acaba
de redactar una enérgica arenga dirigida a todas las democracias del mundo, que
irá como prefacio al folleto que el Comité Revolucionario Internacional Cubano
publicará en breve. Las páginas de Barbusse se refieren preferentemente al caso
de Cuba. Pero su anatema se extiende a los casos de las demás tiranías que para
vergüenza de nuestro siglo infectan el planeta. El particular enfoque de
Barbusse hacia la dictadura de Machado está plenamente justificado, porque ella
supera en iniquidad y barbarie a las otras consabidas de Italia, Portugal,
Venezuela, Perú, Yugoeslavia, etcétera, y a la que ahora empieza a funcionar en la
Alemania de Hitler y del próximo kaiser , ninguna puede compararse en violencia
a la que sufre Cuba. Puede hacerse esta afirmación con absoluta certidumbre.
Claro es que las Embajadas, los Consulados, los ministros y ministriles del dictador Machado en el extranjero se apresuran siempre a negar tales afirmaciones. "¿Y las pruebas? ¿Dónde están las pruebas?", claman con la voz falsa, como de Carnaval, que suele utilizar la diplomacia para estos menesteres u oficios. ¿Dónde están las pruebas? En ninguna parte, si sólo han de valer como tales los papeles bien sellados y rubricados que fabrican las Audiencias, las Notarías y los Registros. Los Gobiernos delincuentes no acostumbran a permitir que de sus crímenes se levante acta. Ni suelen conservar las pruebas documentales de sus canalladas en los archivos del Estado. Y por lo que hace a las partidas de defunción de las víctimas, es obvio manifestar que tampoco demostrarían gran cosa. Un individuo a quien asalta en su casa una cuadrilla de pistoleros a sueldo, muere; certifica un médico su defunción; lo entierran como a cualquier otro fallecido por enfermedad natural, y... pax Christí". El forense se limita a hacer constar la muerte violenta; el funcionario del Registro, a inscribir el fallecimiento, y la Policía, a declarar por pura fórmula que "practica indagaciones" —o no dice nada cínicamente y se encoge de hombros-. Pero el juez en todos los casos acaba por inhibirse. ¿Qué juez, por recta que sea su voluntad justiciera, se atreve en Cuba como no tenga un temple heroico, a enfrentarse con el dictador?
Todo el mundo sabe en Cuba que los tiburones de la bahía de la Habana se alimentan a menudo con carne de obreros y estudiantes enemigos de Machado. La ley de fugas se aplica a diario con una perfección técnica que envidiaría su ilustre inventor, el bizarro ex general Martínez Anido. A machetazo limpio se suprime en cuarteles y puestos de Policía al desdichado que ha tenido la torpeza de incurrir en la ojeriza de las autoridades gubernativas... Verdad es que no siempre emplea la Dictadura procedimientos tan expeditivos. A veces se contenta con castigar a sus adversarios menores o a los demasiado importantes con la cárcel, el destierro y las palizas en la vía pública. Para esta última misión, tan profiláctica como persuasiva, existe una banda perfectamente organizada de rufianes y prostitutas, que viene actuando con verdadero acierto, sobre todo en las calles de la Habana. He aquí lo que a tal respecto afirma el documento que muy pronto verá luz, editado por el C. R. I. C: "Varias damas honorables fueron desnudadas en la calle por las prostitutas que componen "La Porra" y que protege la Policía."
Claro es que las Embajadas, los Consulados, los ministros y ministriles del dictador Machado en el extranjero se apresuran siempre a negar tales afirmaciones. "¿Y las pruebas? ¿Dónde están las pruebas?", claman con la voz falsa, como de Carnaval, que suele utilizar la diplomacia para estos menesteres u oficios. ¿Dónde están las pruebas? En ninguna parte, si sólo han de valer como tales los papeles bien sellados y rubricados que fabrican las Audiencias, las Notarías y los Registros. Los Gobiernos delincuentes no acostumbran a permitir que de sus crímenes se levante acta. Ni suelen conservar las pruebas documentales de sus canalladas en los archivos del Estado. Y por lo que hace a las partidas de defunción de las víctimas, es obvio manifestar que tampoco demostrarían gran cosa. Un individuo a quien asalta en su casa una cuadrilla de pistoleros a sueldo, muere; certifica un médico su defunción; lo entierran como a cualquier otro fallecido por enfermedad natural, y... pax Christí". El forense se limita a hacer constar la muerte violenta; el funcionario del Registro, a inscribir el fallecimiento, y la Policía, a declarar por pura fórmula que "practica indagaciones" —o no dice nada cínicamente y se encoge de hombros-. Pero el juez en todos los casos acaba por inhibirse. ¿Qué juez, por recta que sea su voluntad justiciera, se atreve en Cuba como no tenga un temple heroico, a enfrentarse con el dictador?
Todo el mundo sabe en Cuba que los tiburones de la bahía de la Habana se alimentan a menudo con carne de obreros y estudiantes enemigos de Machado. La ley de fugas se aplica a diario con una perfección técnica que envidiaría su ilustre inventor, el bizarro ex general Martínez Anido. A machetazo limpio se suprime en cuarteles y puestos de Policía al desdichado que ha tenido la torpeza de incurrir en la ojeriza de las autoridades gubernativas... Verdad es que no siempre emplea la Dictadura procedimientos tan expeditivos. A veces se contenta con castigar a sus adversarios menores o a los demasiado importantes con la cárcel, el destierro y las palizas en la vía pública. Para esta última misión, tan profiláctica como persuasiva, existe una banda perfectamente organizada de rufianes y prostitutas, que viene actuando con verdadero acierto, sobre todo en las calles de la Habana. He aquí lo que a tal respecto afirma el documento que muy pronto verá luz, editado por el C. R. I. C: "Varias damas honorables fueron desnudadas en la calle por las prostitutas que componen "La Porra" y que protege la Policía."
¡Pruebas! Las pruebas
en el papel son difíciles de encontrar, cuando no imposibles.
Pero las acusaciones
concretas, decisivas, que contra la Dictadura y sus hombres y contra sus delitos
evidentísimos mantienen los más elevados espíritus de
Cuba y en general todas las personas honradas de este país
son pruebas plenas más que suficientes para
convencer a cualquiera que no se obstine en cerrar los ojos
a la realidad. Los hechos son harto elocuentes. Ellos
bastan y sobran para justificar los pasados movimientos revolucionarios
y el que muy pronto habrá de acarrear, en su impulso avasallador,
la victoria definitiva. Los hechos son inauditos,
pronto lo veremos.
Luz, 1ro de marzo de 1933, p. 3.
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