Antonio de Obregón
"El terror en Cuba". Comité de
jóvenes revolucionarios cubanos. Prefacio de Henry Barbusse. Edición española.
Madrid 1933.
No hace mucho tiempo
que, al comentar la biografía de José Martí aparecida recientemente en
Espasa-Calpe, aludíamos al hecho fatal de Cuba, la Isla rica y pródiga, que no
ha gozado nunca, no ya de una libertad instalada en sólidos principios
democráticos, sino tampoco de los más mínimos retazos de independencia, a los
que, por su nombre y posición en el mundo, tiene derecho.
La historia de Cuba es
la de una tiranía completa y permanente.
Primero fuimos
—doloroso es decirlo— los españoles los que la ejercimos en forma de un terror,
que —no está de más, asimismo, el aclararlo— no fue el resultado de la táctica
ni de la maldad, sino de lo que, desde un punto de vista moderno, quizás sea
peor: de la inercia y del desgobierno tradicionales.
Decíamos, al glosar el
hecho —para nosotros, sus admiradores, penosísimo— de los sufrimientos experimentados
por José Martí, adolescente, en los trabajos forzados de las canteras cubanas,
que ni los Gobiernos de la Monarquía ni la República del 73 —al lado de cuyos
hombres indecisos ningún joven de hoy puede estar— resolvieron el pleito
cubano, que quizás intuyó mejor que nadie y anteriormente Prim; ni siquiera
aliviaron la situación bochornosa de los presidios.
Pero hoy los males de
los hombres de España han sido de tal modo superados que, forzoso es
reconocerlo como se consigna en el libro "El terror en Cuba", al lado
de presente tan desastroso ya se han borrado nuestros malos recuerdos.
El movimiento frente a
España, decisivo, brotó tras la muerte de ocho estudiantes en 1881 (sic); hoy
los fusilamientos de estudiantes pasan de ciento, y los asesinatos, según cálculos
de un periodista, pasan de mil. Por eso podemos llamar a Martí el genial iluso
y por eso aceptamos el argumento de que sucesos tan terribles pueden
desarrollarse en un país civilizado por haber consentido, desde entonces acá,
en dejar crecer una mala semilla, semilla que hoy florece en una planta
sangrienta.
Tomás Estrada Palma, el
presidente honrado y amigo de la cultura, provocó una revolución, que terminó
con una intervención americana. Le sucedió José Miguel Gómez, el comerciante
sin escrúpulos. Después vino Menocal, el autor de las primeras represiones, que
cayó en errores análogos a los de sus predecesores. Y luego Alfredo Zayas, el
doctor, el intelectual, que fracasó en el Poder, ya que durante su mandato
aumentó considerablemente la deuda pública y sus condiciones no sirvieron de
nada.
Por último, el
desconcierto de Cuba desembocó, como un río tumultuoso, en Machado, el
cuidadoso arquitecto de la tiranía perfectamente organizada y el que se elevó
al Poder haciendo promesas de probidad ante la estatua de uno de sus
antecesores...
Los jóvenes
revolucionarios cubanos que editan libros en diversos idiomas sobre la
situación de su país publican ahora la presente obra, ayudados por algunos
diputados de las Cortes y por Asociaciones diversas de estudiantes, así como
por grupos de escritores caracterizados por sus campañas de izquierda, entre
los que se destaca el infatigable Alberto Ghiraldo, tan unido a las letras
españolas.
El libro comienza con
un prefacio de Barbusse (el cual, en la enumeración que hace de las dictaduras
americanas y europeas, se olvida, naturalmente, de citar la rusa) y está dedicado,
principalmente, a relatar el asesinato de los hermanos Guillermo y Gonzalo
Freyre de Andrade, víctimas de la Policía del Gobierno, uno de cuyos diarios
publicó la noticia del crimen —según testimonio de los narradores— una hora
antes de producirse... Este suceso odioso, acaecido recientemente, ha
contribuido a desatar contra aquel régimen el pensamiento de muchos hombres de
letras europeos.
El libro va acompañado
de algunas adhesiones españolas y extranjeras. Frases de Marañón, Jiménez de
Asúa, Espina, Arderíus, Tapia, Roces, Jiménez Díaz, Río-Hortega, y de Romain
Rolland, Beals, etc.
Cuba gime bajo dos
opresiones. La personal del dictador y la legislativa. Esta última , la de la
llamada "enmienda Platt", incorporada a la Constitución del país el 1
de julio de 1902, y merced a la cual se autoriza a los norteamericanos a
intervenir en la isla cada vez que consideren que la seguridad de ella o la suya
propia está en peligro...
¡Grave merma de
libertades y de nacionales alientos!
Luz, 16 de junio de 1933.
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