Henri Barbusse
Somos varios ya los que hemos señalado al público europeo la
espantosa ferocidad de los regímenes de terror que hacen sufrir actualmente a
los bellos países de la América Latina, tiranos semi-feudales, apoyados por el
imperialismo extranjero. He lanzado ya, por mi parte, el grito de alarma, el
monótono y desesperado grito de alarma de los testigos demasiado lejanos,
contra los crímenes de infames dirigentes, que se llaman Sánchez Cerro, en el
Perú; Juan Vicente Gómez, en Venezuela; verdugos de la especie de los Tsankoy,
de los Horthy y de los Mussolini. Hoy, es preciso que denuncie al siniestro
Machado, tirano reinante de Cuba.
Deben leerse con cuidado las páginas terribles de este
pequeño opúsculo. Terribles, porque son precisas. Se trata de una realidad
flagrante, indiscutible. Esta exposición está llena de certidumbres, llena de
pruebas. Constituye un resumen neto y claro de la historia de un país que fue
uno de los más lujuriantes del Nuevo Mundo, la Isla de Cuba, desde que le fue
concedida, en apariencia, la libertad.
Fueron breves los bellos días en que se pudo creer que los
hombres que fueron los obreros de la Independencia, harían de Cuba un país
libre. En realidad, la pobre “Perla de las Antillas”, ha caído del yugo español
al yugo yankee, y la serie de los presidentes de la República, desde el
extraño, autoritario, pero íntegro, Estrada Palma, ha rodado gradualmente a la
corrupción y al crimen.
El general Gerardo Machado y Morales, corona la serie de
esos hombres, peleles de los Estados Unidos, de los Estados Unidos que, con el
pretexto de que habían intervenido en la guerra de Independencia, han
modificado la Constitución Cubana, agregándola cierta Enmienda Platt, que les
permite hacer lo que quieren de la Isla y de sus habitantes.
No basta decir que Machado ha concentrado en el Palacio de
la Presidencia los defectos, los vicios y los desmanes de sus predecesores. Ha
llevado el empleo del terror hasta la locura. Ha hecho asesinar, en estos
últimos tiempos, más de mil personas: intelectuales, estudiantes, obreros.
El régimen constitucional de Cuba, es él, él solo. Es su
arbitrariedad bestial. (Naturalmente, con la Enmienda Gris Yankee entre
bastidores).
Grotescas maniobras, violaciones constantes de la legalidad,
según los caprichos y las necesidades de ese personaje de tragicomedia. Cuando
le parece bien, hace votar leyes de excepción, prorrogar los mandatos. Los
decretos manipulan las leyes. Las garantías democráticas no existen ya para
nadie desde hace tiempo. La Universidad de La Habana está cerrada desde hace
tres años. Se mata a todos los adversarios que se distinguen. Los abogados que
asumen la defensa de los adversarios del Gobierno, son asesinados también:
siete u ocho policías se presentan en sus casas en pleno día, y los derriban a
tiros de revólver, como le ocurrió al valiente y probo abogado Gonzalo Freyre
de Andrade. Sus dos hermanos perecieron al mismo tiempo que él.
Nadie osa acusar a los culpables. Los testigos molestos
desaparecen. Unas veces se descubren sus cadáveres, otras no. El Gobierno
cubano —es decir, Machado— da una orden breve: “Que se suprima a tal o cual
persona”; esta orden se ejecuta puntualmente, inmediatamente. Un periódico que redactan
los bajos lacayos del Gobierno, el Heraldo de Cuba, anunció en una edición
aparecida a la una de la tarde, la muerte de Gonzalo Freyre de Andrade, cuando
el asesinato no tuvo lugar hasta las tres de la tarde. La hoja estipendiada se
apresuró demasiado en publicar la “noticia”, que conocía de antemano, es decir,
desde el momento en que fue dada la orden. Más aún: el Heraldo anunció al mismo
tiempo la muerte del diputado de la Cruz, y del profesor Dolz. Ahora bien, ha
sucedido que esas dos personalidades, prevenidas a tiempo de la orden formulada
en el Palacio Presidencial, escaparon, por milagro, a las balas de los esbirros
de Machado. El Gobierno cubano ordenó el secuestro de la edición anunciadora,
pero no lo logró sino en parte, y debió contentarse con hacer moler a golpes a
los dos periodistas responsables.
El Gobierno ha prohibido también, durante largo tiempo, la
pesca de tiburones, porque se había podido reconocer, en ciertas ocasiones, en
el estómago de estos animales, despojos humanos, a los cuales conferían una
identidad ciertas prendas (como en el caso del obrero Brouzón). Se trata de
prisioneros políticos, que se hacían desaparecer por series, ahogándolos por la
noche en el Océano. Este método ha sido empleado ya en grande en Venezuela, y a
esto se le llama “anclar los prisioneros”. Es útil agregar que la falta
imputada a dichos prisioneros puede consistir, simplemente, en haber
distribuido proclamas, o aún, en haberlas recibido por correo.
Las prisiones de Cuba son recintos donde reina un horror
indecible. En la Isla de Pinos, la menor infracción al reglamento, hablar alto,
llegar tarde, el pecado más mínimo, se castiga con la muerte; se estrangula
—con las manos— al prisionero en su celda; se le dispara por la espalda en la
primera salida, o bien se le transporta al hospital, donde una misteriosa
inyección lo envía algunas horas después a la fosa común. Se eliminan de este
modo, en Isla de Pinos solamente, treinta o cuarenta pesos al mes.
Hasta los cubanos emigrados al extranjero son asesinados por
los agentes del Gobierno, cuando estorban a este. Así murió, por ejemplo, el
noble Julio Antonio Mella, asesinado en Méjico.
Machado juzga útil dejar en las calles bien en evidencia,
los cadáveres; se les ve, acribillados de balas, colgados a los faroles. Un
telegrama que acabo de recibir me anuncia que, durante las últimas matanzas
políticas, se exhibieron en las calles —para hacer un ejemplo— cadáveres
destrozados de estudiantes.
Y mientras tanto, bandidaje y prevaricaciones; robo de los
fondos del Estado por el Gobierno; fraude y dilapidación desvergonzados.
La crisis económica mundial, precipitada en Cuba por las
deshonestas especulaciones del Presidente Machado —el cual se enriquece a ojos
vistas, cobra comisiones sobre todos los trabajos, toma a manos llenas, para
llenar su caja personal, en las finanzas del Estado— la crisis sume en el
marasmo y en la miseria a todos los trabajadores, los comerciantes, las clases
medias; amontona ruinas sobre ruinas. En ese país que fue tan próspero, el
pueblo conoce hoy el hambre. No se les paga a los funcionarios. El Estado está
en verdadera bancarrota. Los hospitales carecen de las cosas más elementales,
pero los organismos de represión y el Ejército —después del Presidente y del
observador yankee—, son tratados a cuerpo de rey.
De cuando en cuando, el Presidente Machado vota una
amnistía, si puede dársele a esto ese nombre, pues aprovecha solo a los
asesinos, jamás a los revolucionarios.
Al fin, la indignación ruge y estalla una y otra vez. Una y
otra vez, una oleada de furor y de venganza, sacude a esta población, mártir de
un ladrón con garras sangrientas. Ya se han producido represalias desesperadas
por parte de esos hombres acorralados. Ya los Estados Unidos se han visto
obligados, en la persona de su representante oficial, a salir de su degradante
apatía.
Leed este estudio, cuyas grandes líneas esbozo rápidamente,
y uníos a la protesta que eleva toda la parte sana de la emigración
latino-americana, contra el abyecto régimen impuesto a un país, a un pueblo,
por un bandido, que no permanecería un instante más en su puesto, si no lo
sostuviera la hipocresía interesada y voraz de los americanos del Norte.
…Y cuando lo hayáis leído, leed también, para vuestra
edificación, este telegrama que he hallado hoy mismo en la gran prensa,
justamente alarmada, del escándalo que puede provocar la divulgación, ya
comenzada, de la verdad sobre Cuba, sobre un hombre y sobre un régimen
podridos:
“Londres 10 de febrero. —El Daily Herald anunciaba, hace
algunos días, que en Cuba reinaba el terror. Partiendo de diversas fuentes, se
ha vuelto a publicar luego la misma noticia. Como consecuencia de esas
informaciones, el Daily Herald, publica un mentís de la Legación Cubana en
Londres, que asegura que la vida de sociedad es más alegre que nunca en La
Habana, y que es absurdo hablar de un reino del terror.”
¡Y adelante la música!
París, 1933.
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