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martes, 23 de agosto de 2016
domingo, 14 de agosto de 2016
El terror en Cuba (prefacio)
Henri Barbusse
Somos varios ya los que hemos señalado al público europeo la
espantosa ferocidad de los regímenes de terror que hacen sufrir actualmente a
los bellos países de la América Latina, tiranos semi-feudales, apoyados por el
imperialismo extranjero. He lanzado ya, por mi parte, el grito de alarma, el
monótono y desesperado grito de alarma de los testigos demasiado lejanos,
contra los crímenes de infames dirigentes, que se llaman Sánchez Cerro, en el
Perú; Juan Vicente Gómez, en Venezuela; verdugos de la especie de los Tsankoy,
de los Horthy y de los Mussolini. Hoy, es preciso que denuncie al siniestro
Machado, tirano reinante de Cuba.
Deben leerse con cuidado las páginas terribles de este
pequeño opúsculo. Terribles, porque son precisas. Se trata de una realidad
flagrante, indiscutible. Esta exposición está llena de certidumbres, llena de
pruebas. Constituye un resumen neto y claro de la historia de un país que fue
uno de los más lujuriantes del Nuevo Mundo, la Isla de Cuba, desde que le fue
concedida, en apariencia, la libertad.
Fueron breves los bellos días en que se pudo creer que los
hombres que fueron los obreros de la Independencia, harían de Cuba un país
libre. En realidad, la pobre “Perla de las Antillas”, ha caído del yugo español
al yugo yankee, y la serie de los presidentes de la República, desde el
extraño, autoritario, pero íntegro, Estrada Palma, ha rodado gradualmente a la
corrupción y al crimen.
El general Gerardo Machado y Morales, corona la serie de
esos hombres, peleles de los Estados Unidos, de los Estados Unidos que, con el
pretexto de que habían intervenido en la guerra de Independencia, han
modificado la Constitución Cubana, agregándola cierta Enmienda Platt, que les
permite hacer lo que quieren de la Isla y de sus habitantes.
No basta decir que Machado ha concentrado en el Palacio de
la Presidencia los defectos, los vicios y los desmanes de sus predecesores. Ha
llevado el empleo del terror hasta la locura. Ha hecho asesinar, en estos
últimos tiempos, más de mil personas: intelectuales, estudiantes, obreros.
El régimen constitucional de Cuba, es él, él solo. Es su
arbitrariedad bestial. (Naturalmente, con la Enmienda Gris Yankee entre
bastidores).
Grotescas maniobras, violaciones constantes de la legalidad,
según los caprichos y las necesidades de ese personaje de tragicomedia. Cuando
le parece bien, hace votar leyes de excepción, prorrogar los mandatos. Los
decretos manipulan las leyes. Las garantías democráticas no existen ya para
nadie desde hace tiempo. La Universidad de La Habana está cerrada desde hace
tres años. Se mata a todos los adversarios que se distinguen. Los abogados que
asumen la defensa de los adversarios del Gobierno, son asesinados también:
siete u ocho policías se presentan en sus casas en pleno día, y los derriban a
tiros de revólver, como le ocurrió al valiente y probo abogado Gonzalo Freyre
de Andrade. Sus dos hermanos perecieron al mismo tiempo que él.
Nadie osa acusar a los culpables. Los testigos molestos
desaparecen. Unas veces se descubren sus cadáveres, otras no. El Gobierno
cubano —es decir, Machado— da una orden breve: “Que se suprima a tal o cual
persona”; esta orden se ejecuta puntualmente, inmediatamente. Un periódico que redactan
los bajos lacayos del Gobierno, el Heraldo de Cuba, anunció en una edición
aparecida a la una de la tarde, la muerte de Gonzalo Freyre de Andrade, cuando
el asesinato no tuvo lugar hasta las tres de la tarde. La hoja estipendiada se
apresuró demasiado en publicar la “noticia”, que conocía de antemano, es decir,
desde el momento en que fue dada la orden. Más aún: el Heraldo anunció al mismo
tiempo la muerte del diputado de la Cruz, y del profesor Dolz. Ahora bien, ha
sucedido que esas dos personalidades, prevenidas a tiempo de la orden formulada
en el Palacio Presidencial, escaparon, por milagro, a las balas de los esbirros
de Machado. El Gobierno cubano ordenó el secuestro de la edición anunciadora,
pero no lo logró sino en parte, y debió contentarse con hacer moler a golpes a
los dos periodistas responsables.
El Gobierno ha prohibido también, durante largo tiempo, la
pesca de tiburones, porque se había podido reconocer, en ciertas ocasiones, en
el estómago de estos animales, despojos humanos, a los cuales conferían una
identidad ciertas prendas (como en el caso del obrero Brouzón). Se trata de
prisioneros políticos, que se hacían desaparecer por series, ahogándolos por la
noche en el Océano. Este método ha sido empleado ya en grande en Venezuela, y a
esto se le llama “anclar los prisioneros”. Es útil agregar que la falta
imputada a dichos prisioneros puede consistir, simplemente, en haber
distribuido proclamas, o aún, en haberlas recibido por correo.
Las prisiones de Cuba son recintos donde reina un horror
indecible. En la Isla de Pinos, la menor infracción al reglamento, hablar alto,
llegar tarde, el pecado más mínimo, se castiga con la muerte; se estrangula
—con las manos— al prisionero en su celda; se le dispara por la espalda en la
primera salida, o bien se le transporta al hospital, donde una misteriosa
inyección lo envía algunas horas después a la fosa común. Se eliminan de este
modo, en Isla de Pinos solamente, treinta o cuarenta pesos al mes.
Hasta los cubanos emigrados al extranjero son asesinados por
los agentes del Gobierno, cuando estorban a este. Así murió, por ejemplo, el
noble Julio Antonio Mella, asesinado en Méjico.
Machado juzga útil dejar en las calles bien en evidencia,
los cadáveres; se les ve, acribillados de balas, colgados a los faroles. Un
telegrama que acabo de recibir me anuncia que, durante las últimas matanzas
políticas, se exhibieron en las calles —para hacer un ejemplo— cadáveres
destrozados de estudiantes.
Y mientras tanto, bandidaje y prevaricaciones; robo de los
fondos del Estado por el Gobierno; fraude y dilapidación desvergonzados.
La crisis económica mundial, precipitada en Cuba por las
deshonestas especulaciones del Presidente Machado —el cual se enriquece a ojos
vistas, cobra comisiones sobre todos los trabajos, toma a manos llenas, para
llenar su caja personal, en las finanzas del Estado— la crisis sume en el
marasmo y en la miseria a todos los trabajadores, los comerciantes, las clases
medias; amontona ruinas sobre ruinas. En ese país que fue tan próspero, el
pueblo conoce hoy el hambre. No se les paga a los funcionarios. El Estado está
en verdadera bancarrota. Los hospitales carecen de las cosas más elementales,
pero los organismos de represión y el Ejército —después del Presidente y del
observador yankee—, son tratados a cuerpo de rey.
De cuando en cuando, el Presidente Machado vota una
amnistía, si puede dársele a esto ese nombre, pues aprovecha solo a los
asesinos, jamás a los revolucionarios.
Al fin, la indignación ruge y estalla una y otra vez. Una y
otra vez, una oleada de furor y de venganza, sacude a esta población, mártir de
un ladrón con garras sangrientas. Ya se han producido represalias desesperadas
por parte de esos hombres acorralados. Ya los Estados Unidos se han visto
obligados, en la persona de su representante oficial, a salir de su degradante
apatía.
Leed este estudio, cuyas grandes líneas esbozo rápidamente,
y uníos a la protesta que eleva toda la parte sana de la emigración
latino-americana, contra el abyecto régimen impuesto a un país, a un pueblo,
por un bandido, que no permanecería un instante más en su puesto, si no lo
sostuviera la hipocresía interesada y voraz de los americanos del Norte.
…Y cuando lo hayáis leído, leed también, para vuestra
edificación, este telegrama que he hallado hoy mismo en la gran prensa,
justamente alarmada, del escándalo que puede provocar la divulgación, ya
comenzada, de la verdad sobre Cuba, sobre un hombre y sobre un régimen
podridos:
“Londres 10 de febrero. —El Daily Herald anunciaba, hace
algunos días, que en Cuba reinaba el terror. Partiendo de diversas fuentes, se
ha vuelto a publicar luego la misma noticia. Como consecuencia de esas
informaciones, el Daily Herald, publica un mentís de la Legación Cubana en
Londres, que asegura que la vida de sociedad es más alegre que nunca en La
Habana, y que es absurdo hablar de un reino del terror.”
¡Y adelante la música!
París, 1933.
sábado, 13 de agosto de 2016
Más sobre una dictadura
Antonio de Obregón
"El terror en Cuba". Comité de
jóvenes revolucionarios cubanos. Prefacio de Henry Barbusse. Edición española.
Madrid 1933.
No hace mucho tiempo
que, al comentar la biografía de José Martí aparecida recientemente en
Espasa-Calpe, aludíamos al hecho fatal de Cuba, la Isla rica y pródiga, que no
ha gozado nunca, no ya de una libertad instalada en sólidos principios
democráticos, sino tampoco de los más mínimos retazos de independencia, a los
que, por su nombre y posición en el mundo, tiene derecho.
La historia de Cuba es
la de una tiranía completa y permanente.
Primero fuimos
—doloroso es decirlo— los españoles los que la ejercimos en forma de un terror,
que —no está de más, asimismo, el aclararlo— no fue el resultado de la táctica
ni de la maldad, sino de lo que, desde un punto de vista moderno, quizás sea
peor: de la inercia y del desgobierno tradicionales.
Decíamos, al glosar el
hecho —para nosotros, sus admiradores, penosísimo— de los sufrimientos experimentados
por José Martí, adolescente, en los trabajos forzados de las canteras cubanas,
que ni los Gobiernos de la Monarquía ni la República del 73 —al lado de cuyos
hombres indecisos ningún joven de hoy puede estar— resolvieron el pleito
cubano, que quizás intuyó mejor que nadie y anteriormente Prim; ni siquiera
aliviaron la situación bochornosa de los presidios.
Pero hoy los males de
los hombres de España han sido de tal modo superados que, forzoso es
reconocerlo como se consigna en el libro "El terror en Cuba", al lado
de presente tan desastroso ya se han borrado nuestros malos recuerdos.
El movimiento frente a
España, decisivo, brotó tras la muerte de ocho estudiantes en 1881 (sic); hoy
los fusilamientos de estudiantes pasan de ciento, y los asesinatos, según cálculos
de un periodista, pasan de mil. Por eso podemos llamar a Martí el genial iluso
y por eso aceptamos el argumento de que sucesos tan terribles pueden
desarrollarse en un país civilizado por haber consentido, desde entonces acá,
en dejar crecer una mala semilla, semilla que hoy florece en una planta
sangrienta.
Tomás Estrada Palma, el
presidente honrado y amigo de la cultura, provocó una revolución, que terminó
con una intervención americana. Le sucedió José Miguel Gómez, el comerciante
sin escrúpulos. Después vino Menocal, el autor de las primeras represiones, que
cayó en errores análogos a los de sus predecesores. Y luego Alfredo Zayas, el
doctor, el intelectual, que fracasó en el Poder, ya que durante su mandato
aumentó considerablemente la deuda pública y sus condiciones no sirvieron de
nada.
Por último, el
desconcierto de Cuba desembocó, como un río tumultuoso, en Machado, el
cuidadoso arquitecto de la tiranía perfectamente organizada y el que se elevó
al Poder haciendo promesas de probidad ante la estatua de uno de sus
antecesores...
Los jóvenes
revolucionarios cubanos que editan libros en diversos idiomas sobre la
situación de su país publican ahora la presente obra, ayudados por algunos
diputados de las Cortes y por Asociaciones diversas de estudiantes, así como
por grupos de escritores caracterizados por sus campañas de izquierda, entre
los que se destaca el infatigable Alberto Ghiraldo, tan unido a las letras
españolas.
El libro comienza con
un prefacio de Barbusse (el cual, en la enumeración que hace de las dictaduras
americanas y europeas, se olvida, naturalmente, de citar la rusa) y está dedicado,
principalmente, a relatar el asesinato de los hermanos Guillermo y Gonzalo
Freyre de Andrade, víctimas de la Policía del Gobierno, uno de cuyos diarios
publicó la noticia del crimen —según testimonio de los narradores— una hora
antes de producirse... Este suceso odioso, acaecido recientemente, ha
contribuido a desatar contra aquel régimen el pensamiento de muchos hombres de
letras europeos.
El libro va acompañado
de algunas adhesiones españolas y extranjeras. Frases de Marañón, Jiménez de
Asúa, Espina, Arderíus, Tapia, Roces, Jiménez Díaz, Río-Hortega, y de Romain
Rolland, Beals, etc.
Cuba gime bajo dos
opresiones. La personal del dictador y la legislativa. Esta última , la de la
llamada "enmienda Platt", incorporada a la Constitución del país el 1
de julio de 1902, y merced a la cual se autoriza a los norteamericanos a
intervenir en la isla cada vez que consideren que la seguridad de ella o la suya
propia está en peligro...
¡Grave merma de
libertades y de nacionales alientos!
Luz, 16 de junio de 1933.
viernes, 12 de agosto de 2016
Una dictadura ejemplar
Antonio Espina
La situación en Cuba
bajo la dictadura del general Gerardo Machado y Morales es sencillamente
espantosa. Sigue siéndolo,
mejor dicho, porque la verdad es que ha variado poco desde hace varios años,
sin que en España hayamos prestado la debida atención —la verdad, también— a la
tragedia que viven muriendo muchos hermanos nuestros de sangre y de idioma, los
más afines a nosotros de toda América por diversas razones y en multitud de
aspectos.
Allá, por el año 30
recibimos unos cuantos escritores españoles, por mediación de Jiménez de Azúa,
un documento firmado por las figuras más destacadas de la intelectualidad
cubana. En él se nos rogaba con angustioso apremio que pusiésemos en
conocimiento de los intelectuales de España la verdadera situación por que
atravesaba Cuba y recabásemos de ellos una actitud de solidaridad con los
camaradas trasatlánticos frente al siniestro régimen que imperaba en la isla.
Así lo hicimos. Unamuno redactó una vigorosa protesta contra el selvático proceder de la dictadura de Machado —y contra la Dictadura en sí misma, naturalmente—. La protesta, suscrita por muchos nombres ilustres en la vida española, envióse a Cuba, se publicó en diversos periódicos de España y del extranjero, y no surtió el menor efecto. La marmórea epidermis del dictador cubano y de sus abruptos compinches no experimentó con nuestro alegato el más leve cosquilleo.
Lo esperábamos, desde luego. Nuestro objeto no era precisamente el de provocar una reacción ética, imposible en el espíritu de un individuo como el general Machado, sino el de hacer vibrar con repulsa unánime a todas las conciencias normales de nuestro mapa hispanoamericano. Y aun a las de los otros mapas, que ya no van resultando tan otros en materia de dictaduras, de la hiperculta Europa y la no menos hiper América del Norte.
Así lo hicimos. Unamuno redactó una vigorosa protesta contra el selvático proceder de la dictadura de Machado —y contra la Dictadura en sí misma, naturalmente—. La protesta, suscrita por muchos nombres ilustres en la vida española, envióse a Cuba, se publicó en diversos periódicos de España y del extranjero, y no surtió el menor efecto. La marmórea epidermis del dictador cubano y de sus abruptos compinches no experimentó con nuestro alegato el más leve cosquilleo.
Lo esperábamos, desde luego. Nuestro objeto no era precisamente el de provocar una reacción ética, imposible en el espíritu de un individuo como el general Machado, sino el de hacer vibrar con repulsa unánime a todas las conciencias normales de nuestro mapa hispanoamericano. Y aun a las de los otros mapas, que ya no van resultando tan otros en materia de dictaduras, de la hiperculta Europa y la no menos hiper América del Norte.
Ahora la acción común
contra el régimen inhumano que brutaliza a la antigua perla de las Antillas se
propaga, avanza y toma carácter Internacional. Henri Barbusse acaba
de redactar una enérgica arenga dirigida a todas las democracias del mundo, que
irá como prefacio al folleto que el Comité Revolucionario Internacional Cubano
publicará en breve. Las páginas de Barbusse se refieren preferentemente al caso
de Cuba. Pero su anatema se extiende a los casos de las demás tiranías que para
vergüenza de nuestro siglo infectan el planeta. El particular enfoque de
Barbusse hacia la dictadura de Machado está plenamente justificado, porque ella
supera en iniquidad y barbarie a las otras consabidas de Italia, Portugal,
Venezuela, Perú, Yugoeslavia, etcétera, y a la que ahora empieza a funcionar en la
Alemania de Hitler y del próximo kaiser , ninguna puede compararse en violencia
a la que sufre Cuba. Puede hacerse esta afirmación con absoluta certidumbre.
Claro es que las Embajadas, los Consulados, los ministros y ministriles del dictador Machado en el extranjero se apresuran siempre a negar tales afirmaciones. "¿Y las pruebas? ¿Dónde están las pruebas?", claman con la voz falsa, como de Carnaval, que suele utilizar la diplomacia para estos menesteres u oficios. ¿Dónde están las pruebas? En ninguna parte, si sólo han de valer como tales los papeles bien sellados y rubricados que fabrican las Audiencias, las Notarías y los Registros. Los Gobiernos delincuentes no acostumbran a permitir que de sus crímenes se levante acta. Ni suelen conservar las pruebas documentales de sus canalladas en los archivos del Estado. Y por lo que hace a las partidas de defunción de las víctimas, es obvio manifestar que tampoco demostrarían gran cosa. Un individuo a quien asalta en su casa una cuadrilla de pistoleros a sueldo, muere; certifica un médico su defunción; lo entierran como a cualquier otro fallecido por enfermedad natural, y... pax Christí". El forense se limita a hacer constar la muerte violenta; el funcionario del Registro, a inscribir el fallecimiento, y la Policía, a declarar por pura fórmula que "practica indagaciones" —o no dice nada cínicamente y se encoge de hombros-. Pero el juez en todos los casos acaba por inhibirse. ¿Qué juez, por recta que sea su voluntad justiciera, se atreve en Cuba como no tenga un temple heroico, a enfrentarse con el dictador?
Todo el mundo sabe en Cuba que los tiburones de la bahía de la Habana se alimentan a menudo con carne de obreros y estudiantes enemigos de Machado. La ley de fugas se aplica a diario con una perfección técnica que envidiaría su ilustre inventor, el bizarro ex general Martínez Anido. A machetazo limpio se suprime en cuarteles y puestos de Policía al desdichado que ha tenido la torpeza de incurrir en la ojeriza de las autoridades gubernativas... Verdad es que no siempre emplea la Dictadura procedimientos tan expeditivos. A veces se contenta con castigar a sus adversarios menores o a los demasiado importantes con la cárcel, el destierro y las palizas en la vía pública. Para esta última misión, tan profiláctica como persuasiva, existe una banda perfectamente organizada de rufianes y prostitutas, que viene actuando con verdadero acierto, sobre todo en las calles de la Habana. He aquí lo que a tal respecto afirma el documento que muy pronto verá luz, editado por el C. R. I. C: "Varias damas honorables fueron desnudadas en la calle por las prostitutas que componen "La Porra" y que protege la Policía."
Claro es que las Embajadas, los Consulados, los ministros y ministriles del dictador Machado en el extranjero se apresuran siempre a negar tales afirmaciones. "¿Y las pruebas? ¿Dónde están las pruebas?", claman con la voz falsa, como de Carnaval, que suele utilizar la diplomacia para estos menesteres u oficios. ¿Dónde están las pruebas? En ninguna parte, si sólo han de valer como tales los papeles bien sellados y rubricados que fabrican las Audiencias, las Notarías y los Registros. Los Gobiernos delincuentes no acostumbran a permitir que de sus crímenes se levante acta. Ni suelen conservar las pruebas documentales de sus canalladas en los archivos del Estado. Y por lo que hace a las partidas de defunción de las víctimas, es obvio manifestar que tampoco demostrarían gran cosa. Un individuo a quien asalta en su casa una cuadrilla de pistoleros a sueldo, muere; certifica un médico su defunción; lo entierran como a cualquier otro fallecido por enfermedad natural, y... pax Christí". El forense se limita a hacer constar la muerte violenta; el funcionario del Registro, a inscribir el fallecimiento, y la Policía, a declarar por pura fórmula que "practica indagaciones" —o no dice nada cínicamente y se encoge de hombros-. Pero el juez en todos los casos acaba por inhibirse. ¿Qué juez, por recta que sea su voluntad justiciera, se atreve en Cuba como no tenga un temple heroico, a enfrentarse con el dictador?
Todo el mundo sabe en Cuba que los tiburones de la bahía de la Habana se alimentan a menudo con carne de obreros y estudiantes enemigos de Machado. La ley de fugas se aplica a diario con una perfección técnica que envidiaría su ilustre inventor, el bizarro ex general Martínez Anido. A machetazo limpio se suprime en cuarteles y puestos de Policía al desdichado que ha tenido la torpeza de incurrir en la ojeriza de las autoridades gubernativas... Verdad es que no siempre emplea la Dictadura procedimientos tan expeditivos. A veces se contenta con castigar a sus adversarios menores o a los demasiado importantes con la cárcel, el destierro y las palizas en la vía pública. Para esta última misión, tan profiláctica como persuasiva, existe una banda perfectamente organizada de rufianes y prostitutas, que viene actuando con verdadero acierto, sobre todo en las calles de la Habana. He aquí lo que a tal respecto afirma el documento que muy pronto verá luz, editado por el C. R. I. C: "Varias damas honorables fueron desnudadas en la calle por las prostitutas que componen "La Porra" y que protege la Policía."
¡Pruebas! Las pruebas
en el papel son difíciles de encontrar, cuando no imposibles.
Pero las acusaciones
concretas, decisivas, que contra la Dictadura y sus hombres y contra sus delitos
evidentísimos mantienen los más elevados espíritus de
Cuba y en general todas las personas honradas de este país
son pruebas plenas más que suficientes para
convencer a cualquiera que no se obstine en cerrar los ojos
a la realidad. Los hechos son harto elocuentes. Ellos
bastan y sobran para justificar los pasados movimientos revolucionarios
y el que muy pronto habrá de acarrear, en su impulso avasallador,
la victoria definitiva. Los hechos son inauditos,
pronto lo veremos.
Luz, 1ro de marzo de 1933, p. 3.