Enrique Gay Calbó
Ha
muerto José Manuel Poveda, el camarada, el maestro joven y amable, el amigo.
Una afección cardíaca... El corazón se le cansó en el pecho. El corazón tiene
esos desmayos que a veces dejan sin un hombre necesario a la literatura, a la
Patria, a la ciencia. Para nosotros, los orientales, y para los que en aquella
región nos hemos preocupado por las letras, es la desaparición de José Manuel
Poveda un acontecimiento que nos invita a detenernos un instante, para
reflexionar con seriedad profunda, con recogimiento, con serenidad melancólica.
José
Manuel Poveda era joven y ya tenía más de veinte años de servicios a la cultura
cubana. Nació en él la afición a pensar y a sentir cuando despertaba a las
maravillas de la adolescencia. No fue un caso de precocidad, sin embargo.
Escribió desde muy niño, mas no como un sabio, sino como un bisoño. Y a pesar
de ello, demostró siempre la cualidad que fue predominante en toda su obra: un
afán de refinamiento y de exquisitez que denotaba el origen francés de su
ilustración y que recordaba claramente a los maestros de la gran nación latina.
Yo
tengo recuerdos muy gratos de Poveda. En mis años adolescentes influyó con su
"estimación literaria" en el desarrollo de mis aficiones. Vivía él en
La Habana como estudiante, y volvía periódicamente a Santiago de Cuba a recibir
la savia de la tierra. Frecuentaba entonces las redacciones y las amistades
artísticas. Oriente Literario, El Pensil y después Renacimiento,
congregaban a los escritores jóvenes de nuestra ciudad. En todos los grupos
tenía Poveda la acogida fervorosa que se le rinde a uno de los directores. Y lo
era en realidad: su talento en producción afanosa, su saber bien encaminado,
sus escritos de difusión literaria mundial, le daban un puesto de orientador,
por nadie disputado.
Formamos
en Santiago un grupo numeroso del que era Poveda el capitán, el jefe. Ahí
estaban Fernando Torralba, Luis Vázquez de Cuberos, otros dos inolvidables
camaradas idos; Juan F. Sariol, Recaredo Répide, Campoamor de Lafuente, Rafael
Argilagos, Juan B. Caignet, Pascual Guerrero, Sócrates Nolasco, Arturo Aguiar
Castro, yo y unos cuantos más, interesados en la publicación de Renacimiento,
revista juvenil que Sariol ideó y que puede ser considerada la precursora
de Orto, el quincenario benemérito de Manzanillo.
Yo
era uno de sus amigos, y tuve por él todo el afecto que merecía por su talento,
por su cordialidad, por su espíritu generoso y dispuesto siempre a prodigarse,
a contribuir con el esfuerzo y la decisión en beneficio de todo lo bello y de
todo lo bueno.
En
aquellos días, quince años atrás, Poveda era nuestro líder. Hasta él íbamos
siempre a buscar las pautas para nuestras iniciativas, para nuestras obras,
para las páginas selectas de la revista.. Porque él tenía una magnífica
concepción del arte y la belleza y porque había adquirido capacidad técnica
para dirigir. Y llenaba ese deber cariñosamente, con toda sencillez, como un
camarada algo mayor que examina y aprueba la obra de un condiscípulo.
Quince
años atrás había poca difusión de noticias. Los periódicos eran gacetas
razonables o instrumentos de lucha. Sólo en revistas de escasa circulación se
daba entrada a lo realmente literario y artístico. Había un ambiente de repulsa
hacia todo intento de renovación. La voz del maestro uruguayo no llegaba con intensidad.
Ariel iba preparando su camino a Proteo. No eran concebibles esas páginas de
colaboraciones, como las de El País actualmente. Era inútil, y
únicamente un adorno, adquirir una copiosa información literaria para escribir
en los periódicos.
Poveda,
sin embargo, logró conocer casi todas las literaturas, y las expuso en notables
artículos críticos. Recuerdo bien sus bellas y abundantes páginas sobre los
escritores rusos, sobre los franceses, los italianos, los ingleses, los
polacos, eslavos, escandinavos. Recuerdo sus crónicas acerca del movimiento
intelectual de estas Américas nuestras. Poveda fue, por su extensísima y
refinada cultura, un poeta literario, principalmente. En ocasiones lo poseía la
emoción. Pero muy pocas veces. Imperaba en él un anhelo de perfección que le
restaba espontaneidad y que fue tomándose en un modo especial suyo.
De
esa labor quedan sus Versos precursores, aparecidos hace poco más de
seis años, cuando ya estaba el poeta maduro para una obra seria y fundamental.
Y ese será acaso el dolor de su muerte para cuantos lo queríamos por él y por
su nombre. Porque sin duda no ha tenido tiempo de hacer la obra que todo
escritor lleva en sí, la que se va transformando y ampliando indefinidamente no
obstante las sucesivas realizaciones.
Poveda
trabajaba como abogado en Manzanillo. ¿Trabajaba? Esta profesión es para
algunos una dificultad. Últimamente quería ser juez. Hace unas cuantas semanas
nos vimos aquí. Era el mismo: joven, alegre, vivaz, nervioso. Parecía lleno de
esperanzas en las oposiciones a que iba a concurrir para luchar por un juzgado
municipal. Ocupado él en esos menesteres y atareado yo en los míos, no podíamos
conversar por el momento de todas nuestras cosas. Quedamos citados para después
de las oposiciones. Ya no se cumplirá esa cita. Supe luego que se había
retirado sin acudir a la justa. ¿Temor a la prueba? No lo imagino.
¿Presentimiento? Mi duda negativa, tenaz, ante estas cosas ultraterrenas, me
dice que no. Posiblemente abandonó la lucha por miedo a los prejuicios.
Sinceramente,
con una serena emoción que él habría encontrado oportuna, sin lágrimas y en
silencio, he lamentado la muerte de este hombre que consideré hermano mío en
todos los ideales. Y en recuerdo de mis años juveniles, robando unas horas a
las obligaciones diarias, le consagro estas líneas evocadoras, que marcan un
alto puro, sencillo y cordial de mi espíritu. Descanse en paz el malogrado autor de Versos precursores, cuya temprana desaparición constituye una sensible pérdida
para las letras cubanas.
"La muerte de José Manuel Poveda", Cuba
contemporánea, Año XIV, tomo XL, no 159, marzo de 1926, pp. 215-17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario