El poeta y escritor Fernando Torralva
Navarro, arranca su penacho de ensueños. Mientras la mayoría de los vecinos se
hallan en las calles y paseos, disfrutando de la fiesta dominical, el cantor
del amor ponía voluntariamente fin de su existencia atormentada, apelando al
suicidio.
Se ahorcó en su domicilio de la calle de Bandera No. 15, utilizando
un alambre del alumbrado eléctrico, aprovechando la ausencia momentánea de su
esposa.
El primero en acudir en su auxilio fue el teniente de la policía
Gerardo Pascual y luego el juzgado integrado por el Dr. Rolando Ramos y el
Secretario Rafael Molinos.
Así se fue de la vida aquel hombre joven, culto,
inteligente y bueno uno de los últimos vestigios de la generación de los
románticos.
Había nacido en nuestro Santiago el 4 de marzo de 1885, hijo de un
capitán de ingenieros del ejército español que de niño lo llevó a la nación
progenitora, de donde regresó a los once años, perdiendo a poco a su padre, acontecimiento
que marcó el inicio de una existencia de dificultades económicas que vistieron
su alma su alma de un triste ropaje de tristeza.
Ocupó cargos modestos en el
gobierno, ahogando sus melancolías en el cultivo esmerado del verso, que fue
pasión en su vida atormentada.
Hace cinco meses fue premiado
en los Juegos florales.
Colaboró en las revistas locales y de la Habana con
abundante cosecha de versos, siendo sus mejores “Del bello tiempo”, “Trofeos”,
“Canto a la Reina”, “Trova”, “Pórtico”, “Besos”, “Corazón”, “Todavía”, “Óleo
viejo” (dedicado a Pedro Henríquez) y “Los errantes”, en que volcó lo más
exquisito de su corazón refinado quien, siendo materialmente pobre, ¡fue un
potentado en riquezas espirituales!
El cubano libre, 19 de octubre de 1913.
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