Fernando Torralva Navarro fue, junto a José Manuel Poveda y Luis Vázquez de Cuberos, una de las voces de la renovación postmodernista en Santiago de Cuba.
Hijo de un ingeniero militar, nació en esa ciudad en 1885, a la que regresó todavía niño en
1896 tras pasar algunos años en España. Al morir el padre poco después, cayó
en un estado de penuria que suele invocarse para explicar su atormentada
personalidad.
Torralva publicó sus primeros poemas en El Pensil. Colaboró además en Renacimiento,
el suplemento “Los domingos” de El Cubano
Libre, Letras y Oriente literario, de la fue director en
su segunda época. También fue dibujante y diseñó no pocas portadas de estas
publicaciones.
Entre 1911 y 1913 se vinculó a la tertulia literaria conocida
como El palo hueco, que sesionó en el hogar del escritor dominicano
Sócrates Nolasco, así bautizada humorísticamente por el propio Torralva en
alusión a la estrechez del pórtico que conducía al recinto.
Solían coincidir en aquella tertulia que a veces se
trasladaba a un cafetín del parque Céspedes, además de Torralva y el anfitrión
Nolasco, José Manuel Poveda, Ángel A. Guiraudy, Juan Jerez Villareal, y Enrique
Gay Calbó.
En sus “Notas de viaje a Cuba”, Pedro Henríquez Ureña, entonces recién llegado a la ciudad, al visitar a Arístides Sócrates Nolasco (eran primos y no le profesaba mucho respeto), escribió: "Tiene allí un círculo de jóvenes literatos tan desorientados como él".
En esa ocasión, el futuro autor de La Utopía de América tuvo oportunidad de conocer a Torralva, a quién calificó de hacedor de "versos encrespados, de romanticismo tétrico y misantrópico", y en cuya vida privada no pasaba de ser un "joven parlanchín".
En sus “Notas de viaje a Cuba”, Pedro Henríquez Ureña, entonces recién llegado a la ciudad, al visitar a Arístides Sócrates Nolasco (eran primos y no le profesaba mucho respeto), escribió: "Tiene allí un círculo de jóvenes literatos tan desorientados como él".
En esa ocasión, el futuro autor de La Utopía de América tuvo oportunidad de conocer a Torralva, a quién calificó de hacedor de "versos encrespados, de romanticismo tétrico y misantrópico", y en cuya vida privada no pasaba de ser un "joven parlanchín".
José Manuel Carbonell dijo de él que “poseyó en grado
superior el concepto del verso y se sintió abrumado por la fiebre de la belleza
artística, a cuyo influjo cinceló estrofas de euritmia clásica, henchidas de
fantasía caballeresca, de ecos de aventuras románticas y de amor y galanterías
ante la majestad de la mujer.”
Otro Henríquez Ureña, Max, quien lo recuerda en su Breve historia del modernismo, habló de
“su cultura desordenada, como en cierto modo lo fue su vida, en la cual no
faltaron episodios violentos”. Se refería a un incidente que marcó la existencia
del poeta, cuando dio muerte (en 1912) al firmante de un libelo que supuestamente
empañaba la honra de una dama –su novia y luego esposa, Caridad Villalón
Asencio.
De este suceso, Torralva salió absuelto por haber actuado en “legítima
defensa”, pero ya no se recuperó emocionalmente. Acababa de ganar el premio de los
Juegos Florales Pro-Heredia cuando puso fin a su vida, colgándose de un cable eléctrico, el 19 de octubre de 1913.
Sus sonetos de mejor factura (unos pocos) son aquellos apegados a cierto prosaísmo irónico donde es visible el influjo de Poveda. Pero su poema más celebrado por la crítica es “La canción del viador”. Para Max Henríquez Ureña, la más sentida de sus composiciones, un discanto que pone de relieve su trágico final.
Dejó un solo libro, el poemario póstumo Del bello tiempo.
Pedro Marqués de Armas
Pedro Marqués de Armas
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