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martes, 28 de junio de 2016

Cachemir (fragmento)




  Dolores Labarcena  


"¿Leíste El Clamor que te pasé? Lleva un mes la huelga del Sindicato de Actores de Teatro. Un mes y cuatro días exactamente. Dicen que no piensan claudicar".


 ¡Bravo, bravo! ¡Querida mía, su taco hoy acierta como nunca!, exclamó Lord. ¡Bravo, bravo, Lady!, exclamó Paganel. ¡Bravo!, exclamó Hatteras. ¡Bravo! ¡Bravo!, aleteando desde la tronera exclamó Papagayo. Gana por carambola, dijo Paganel. La Isla Púrpura, Erasma. Fuimos al Menandro al estreno de esa excelente pieza de Bulgákov. Teatro dentro del teatro. Dista bastante del original. Ella está vestida de gitana y Papagayo no es un papagayo sino un policía. Además, juegan billar en lugar de ajedrez. ¡Qué chasco! Vámonos, dijiste. No, querida, esta obra la veremos entera. ¿O es que piensas que las entradas son gratis? Esperemos, quizás mejora al final, es una versión libre de Cuevas, te dije. Y es que en esos años los dramaturgos no sabían dónde poner el huevo, si en el teatro dialéctico o en el teatro mitológico… Antes de bañarse en las fosas calientes hay que bañarse en el río helado. Un consejo práctico, Erasma, me lo dio el portavoz de Nadyezhda, Sindicato de Silvicultores de Kamchatka. ¿Te acuerdas cuando viajé a Rusia representando al Sindicato de la Industria del Papel? Un periodista, un médico, y el Ministro de Agricultura, cuatro, Erasma. El único representante de la fábrica era yo. Congreso de sindicalistas. ¿Kamchatka?, desde luego, paisaje para visitar sin prisa. Inhóspito. Un mar de coníferas y desiertos congelados. Allí no se frivoliza con el frío. Desolación. Para estirar las piernas nos bajábamos de los trineos. Con-ge-la-dos. Por los contrastes de temperatura, la naturaleza muestra la extravagancia de su fuerza. Hielo y géiseres, Erasma, porque hay volcanes. Antes de bañarse en las fosas calientes hay que bañarse en el río helado, nos avisó el portavoz de Nadyezhda, Vadim, Kirill, o quizás Nikolai, un nombre de esos. Y brindamos con vodka, como debe ser en clima semejante. El confín, es difícil asimilar dónde nos encontramos, dijo el periodista, que además de registrar los pormenores del congreso preparaba un reportaje para Mundo Animal: Estudio sobre el comportamiento de lemmings y nutrias. Las nutrias, supe por él, son al igual que los lemmings animales gregarios, reposan en grupos. Y hasta existen grupos formados por más de 2.000 individuos... Las fumarolas, Erasma, qué espectáculo. Si lo vieras. Desde luego, paisaje para visitar sin prisa. Inhóspito. Todo resulta menos cómodo, y por tanto, menos artificial. ¿Qué tema trataremos?, le pregunté en una de las fosas calientes al portavoz de Nadyezhda. Estudió en Milán, hablaba un italiano fluidísimo. Rilassati. ¡Na zdorovie!, dijo y brindamos. Cada cual con su litro de vodka, como debe ser en clima semejante. ¡En helicóptero!, me he montado en un helicóptero, aquí, en mitad de la nada. ¡Miren allá, caguamas y mangle rojo!, gritó el periodista. Y todos los sindicalistas nos miramos boquiabiertos… Hipotermia, Erasma. ¡Help! ¡Aiuto! ¡Socorro!, grité en todas las lenguas posibles, porque no sé ruso. Una carrera contrarreloj. Lo saqué del agua, ya en la nieve le di varios puñetazos en pecho y espalda. Pronto lo cargué en brazos, lo metí en uno de los trineos, y lo seguí auxiliando. ¿Diez, quince, veinticinco? Hasta perdí la cuenta de la cantidad de bofetadas que le propiné para que entrase en calor. Ágil. Entonces tenía tanta energía que podía decapitar a un caballo de un solo fustazo. A la viva, Erasma, porque en Kamchatka no hay caguamas ni mangle rojo. Borracho, bañándose en el río en cueros. Qué manera de delirar ese periodista: ¿Engels?, el primer socialista en gustarle el champán. Embaucador, se fue a Francia a disfrutar del cancán a costa de la revolución. ¿Marx?, presidente del Club de Tabernas en la Universidad de Bonn. Horrores. A intervalos cesaba el delirio y estallaba algo peor, un bramido estridente: ¡Me tienen sujeto por una cadena invisible! Temblores, confusión mental. Caguamas y mangle rojo. Azul. Al traste el reportaje sobre el comportamiento de lemmings y nutrias, el cual se perfilaba atrayente. El confín, es difícil asimilar dónde nos encontramos, dijo. Y es cierto, en Kamchatka no se frivoliza con el frío. Al decir esta frase, te lo aseguro, ya que he mirado a la muerte cara a cara, una infinita dulcedumbre parecía cernerse sobre el rostro del periodista de Mundo Animal. Ni recuerdo su nombre. Pero de qué vale recordar… El Ministro de Agricultura caminando de un lado a otro, deduzco que perturbado por las incoherencias que profería el periodista. ¡Mantas, mantas!, pedía yo, pues el médico, como el papagayo de la versión de Cuevas… Le froté el pecho. Sin latidos. ¿Mantas?, ni una, Erasma. En aquel congelador ningún sindicalista tenía una manta. Abrigos los justos. ¡Antes de bañarse en las fosas calientes hay que bañarse en el río helado!, pronunció enérgico el portavoz de Nadyezhda frente al grupo de sindicalistas que observaban perplejos al moribundo. In-com-pren-si-ble. No hubo manera de reanimarlo. Y en el cielo a esa hora un halcón gerifalte. Al crematorio. Lo incineraron por mala gestión, ya ni sé de quién… Burocracia. Por eso salí definitivamente del sindicato. ¿Trasladarán el féretro en  helicóptero o en tren? Intentaba, en nombre de la delegación, frente al indefectible desenlace, averiguar qué harían con el cadáver en medio del congreso. Negativo. El presidente de Nadyezhda está en viaje amistoso por Mongolia. El abastecimiento de queroseno demora tres días. Para subirlo en el transiberiano se necesita autorización de tal y más cual, y la conservación del cadáver es imposible, pues el frigorífico del campamento donde nos alojamos… En fin, relájese, disfrute de la acogida, me respondió el Ministro de Agricultura. ¡Poyejali! ¿Qué tal los zakuski?… Una semana, Erasma, ningún contenido de peso en el congreso. Solo hablaban de la desforestación en Alaska por empresas lucrativas. Luego brindis y samovar. Una cultura diferente. Cantaban enaltecidos  I vnov' prodolzhaetsja boj. ¡Bravo, bravo! ¡Poyejali! ¡Poyejali! Y el extinto ahí, en una vasija de plástico con su certificado oficial de cremación como un brazalete… L'isola purpurea, traducción al italiano de Anna Maria Carpi, obsequio del portavoz de Nadyezhda. Teatro dentro del teatro. Excelente pieza. Por tal motivo me vino a la mente Bulgákov cuando me dijiste lo de la huelga del Sindicato de Actores de Teatro. Y es que tenías razón, Erasma, cualquier espectador levemente avezado se daría cuenta. Pésima versión de Cuevas. ¡Y lo que costó las entradas al Menandro! Un chasco. En esos años los dramaturgos no sabían dónde poner el huevo, si en el teatro dialéctico o en el teatro mitológico.

domingo, 26 de junio de 2016

Ante las ruinas



  
  Regino Boti


 Declinaba el sol. La campanada del Angelus pausadamente tañía.

 El incendio —boa colosal— enróscase con estrépito en las vértebras del monstruo, y a las pocas horas el titán del trabajo habíase convertido en ironías de muerte. Del ingenio solo habían quedado las altas chimeneas como dos rojas imprecaciones sobre el negro tapiz de cenizas y al través del cielo azul.

 A suficiente distancia para abarcar el conjunto, se detuvo el poeta. Se abstrajo; y comenzó a tejer sus memorias -en la red áurica del recuerdo- la araña gris del pasado.

 Pensó: "Una noche, envuelto todo el llano por un velo neblinoso, semialumbrado por una luna macilenta, yo, junto a ella, y desde lo más alto de lo que es ahora este amontonamiento informe, hurgaba con la vista en las tinieblas para determinar los lugares y las cosas..."

 Un pájaro negro aleteó cerca de su cabeza y siguió rápido.

 El poeta continuaba soñando: "Todavía no estaban terminados los tabiques exteriores del tacho. Nada más que un inseguro pasamanos nos salvaba del abismo. Yo lo aquilaté. En aquella obscuridad me pareció insondable. Hoy, desde el fondo de las ruinas, y por la magnitud de los escombros, lo mido y me espanto..."

 La tarde se moría. Sobre las cosas se depositaba un tenue rocío. El poeta dio algunos pasos. Y, como pensativo, bajó la cabeza.

 Mascullaba: "La miserable fingía al mismo tiempo que me deseaba. Tuve un arranque atávico, y pensé en arrojarla hacia el precipicio. Un erectismo súbito me serpeó por la médula. La miré intensamente. Había una oportunidad para vengarme de su desvío. Un ligero toque y era muerta. Sí, yo temblé junto a ella... En eso se nos acercaron algunos excursionistas reclamando nuestra presencia..."

 El pájaro negro volvió a cruzar. Lanzó un grito ronco. El sol se había puesto. El poeta, con paso tardo, se alejaba del montón de ruinas.

 Siguió pensando: "Mejor ha sido así. Si la hubiera despeñado aquella noche no habría sabido del veneno que tienen sus besos ni de las traiciones que encierra su alma. La he condenado a vivir una vida de abyección y miserias; a devorar su deslealtad cuando, en medio a los placeres, llegue el recuerdo a su oasis y me encuentra en él..."

 En medio de las sombras de la ya cerrada noche, el poeta montó en su coche y tomó por el camino rumbo a la aldea.


 Guantánamo, 1909.

lunes, 20 de junio de 2016

La sierpe





  José Manuel Poveda


 Esta mañana, al despertarme, tuve una sensación de peso en el alma. Miré dentro de mí y vi en el fondo de mi espíritu, pequeña, negra, trágica, la espiral de una serpiente. Lleno de miedo y repugnancia sacudí todo mi ser convulsamente. El sombrío gusano, despertado por mi espanto, levantó la cabeza soñolienta, y clavó en mí sus ojitos malvados:

  —¿Qué quieres? ¿Qué buscas? ¿Cómo has entrado en mí?— dije con una voz en que gritaba toda mi sangre y todo mi pensamiento. La serpiente dio entonces a sus ojos un insospechable poder de expresión, y yo leí en ellos estas terribles palabras: 
 
  —La potencia oculta de tu destino me ha enviado hasta ti. Allá en lo profundo conocen tu secreto, tu predestinación, tu bien y tu mal. Saben cómo podrás ser vencedor y cómo podrás ser vencido. Y el Oculto, el Desconocido, el Sin Nombre, que te conoce y que te ama, me dijo: “Ve y entra en él y guíale. Tiene los ojos alucinados ese pobre niño; tiene el alma llena de Claridad; va a entrar en Getsemaní, como cualquier redentor, y le van a clavar en la cruz como a cualquier imbécil. Es preciso que le des tus pupilas canallas, tu alma mala, tu Prudencia y tu cinismo. Ese será tu papel, animalucho. Cuando la lámpara de su entusiasmo arda con una luz demasiado viva, sopla tu aliento helado y apágala. Cuando la generosidad arraigue en él demasiado fuertemente y comiencen a florecer sus flores pueriles, vierte tu tóxico y sécalo. Sálvale siempre de la bondad, de la abnegación del amor y de la caridad. Tú sabes bien, serpiente, con qué moneda se paga allá abajo a los buenos; y yo no estoy dispuesto a que él lo sea”.

 Tales fueron las órdenes del Oculto, el Desconocido, el Sin Nombre, que te conoce y que te ama. Y en virtud de estas órdenes he venido hasta ti. Desde ahora, no he de abandonarte. Dormida, escondida en el fondo de ti, seré como un sordo instinto que despertará ante los peligros y sabrá dar órdenes feroces de dictador pero en algunos momentos te arrastrarás, en la sombra como si fueras tú mismo una serpiente, y asfixiarás, estrangularás las cosas y los sueños de los más amados, sin que tú mismo te expliques por qué los estrangulas. Y si realmente eres de la madera de los mártires; si realmente prefieres el ramo de olivo a la victoria sobre los hombres; si te esfuerzas en aplastarme y en vencer los designios del Desconocido, del Sin Nombre, que te conoce y que te ama, yo he de morderte en el alma, yo he de verter mi veneno en tu pecho y he de abandonarte cuando seas una vaga sombra de la que no se sabrá latigar, mártir sin cruz, víctima sin agua lustral, redentor al que ningún labio se atreverá a besar, maldito divino, dulce romero de cuyo paso los buenos y los malos se apartarán.



 Orto, Año XVI, no.21, noviembre de 1927; tomado de Órbita de Orto (1912-1957), Ediciones Orto, Manzanillo, 2012.
 

sábado, 18 de junio de 2016

La muerte de Poveda

     



  Jorge Mañach

 Poveda… Fue un poeta; es decir, un sorprendido, como los niños, ante la novedad perenne de las cosas. Esto que a usted y a mí no nos diría nada, a él se le antojaba portentoso, y le hacía llorar tácitamente si era cosa de risa, reír con fina insolencia si era cosa seria... ¡Insurrecta sensibilidad la de los poetas! —¡fecunda aptitud para el múltiple pasmo!

 En el tramo sonoro —demasiado sonoro ¡ay!— que media entre el jardín sencillo de Martí y el sinuoso parterre moderno, Poveda supo esquivar los alardes y ser lo uno y lo otro —sencillo y sutil a la vez— sin merma de sinceridad. Sencillo porque no se fue a París, ni al mito, ni a los lugares comunes sublimizados a buscar sus emocio­nes: la Vida se las dio hondamente auténticas. Sutil, porque tampoco nos trasladó a la llana los mensajes cogidos en su antena; antes los tradujo a las formas léxicas y musicales más aristocráticas. Le importó poco o nada que no le entendieran, con lo cual puso también en eviden­cia la cifra del poeta genuino. Su poesía era a veces griega; pero él sabía griego... (Hoy día, algunos quieren extremar tanto la claridad en la sencillez que, si se lo per­mitiéramos, sería cosa de volver al papelito de almanaque o al abanico.)

 No es extraño que Poveda haya muerto joven. Ni es injusto. Estaba corriendo el riesgo de convertirse exclusi­vamente en abogado. Los dioses le salvaron de esa cala­midad. Señal de que le querían y de que es grave inmora­lidad trocar por expedientes los poemas. Y luego, un hombre que había vivido interiormente cuanto él vivió, por fuerza tuvo que ser viejo antes que los demás hombres. Hacía tiempo que se había quedado silencioso en el adusto recogimiento de la manigua. Ha muerto ahora, y pensa­mos en él con más añoranza que dolor, como si en realidad se hubiera ido hace muchos años.

 Pero su poesía es de la que queda. 




 “Homenaje a José M. Poveda. La muerte de Poveda”, Chic, no 127, marzo de 1926.