Páginas

domingo, 13 de marzo de 2016

Cuba y los cubanos según Américo Castro



   Américo Castro

 ... No sería inútil hablar del aspecto humano de Hispanoamérica, mas hablar en el tono que usaríamos al analizar su textura geológica o su meteorología. Ningún mejor espejo, ninguno más cordial en todo caso, podrían hallar las numerosas Repúblicas de lengua española que en el alinde de los juicios hispanos, en sus precisas observaciones. Pensemos hoy en Cuba, ya que la urgencia del momento parece invitar a ello. 
  Cuba ha penetrado en la atención pública a causa de su especial régimen de gobierno, o de sus peripecias económicas. A la opulencia de hace doce años —un traje de dril, que se cambia a diario, cien dólares— sucedió la ruina azucarera y la miseria en todas sus formas. Desde lejos sólo se percibe el vaivén de los millones, y quizá la mala suerte de una política, más áspera de lo que convendría a la piel dolorida de los isleños. Eso acontece y eso se dice que es Cuba: un país arruinado, regido por una dictadura. Ante tan visibles hechos cabe únicamente lamentarse, y a lo sumo, "émettre des voeux" (expresar deseos) como en ciertos Congresos internacionales. 




 En la Habana hay multitud de chinos y un teatro para ellos. Se representan dramas que duran una eternidad de actos, repartidos en cuarenta o más representaciones… Cuando atravesamos la isla de punta a punta —verdura y bronce— van reviviendo los infinitos errores que han precedido a lo actual. Aun se comprendería la guerra de 1895, con el fin de acercarse a cualquier país de la misma raza, o a un consorcio de ellos, en espera de formar una efectiva nacionalidad con las otras Antillas. La dominación española fue, desde luego, un absurdo; mas no lo fue menos esa entrega infecunda a la voracidad del Norte. A cambio de unos días de gran representación nacional, fue inmolado el destino de una agrupación humana.

 ¿Se sabrá alguna vez qué sea un carácter colectivo y hasta qué punto es capaz de sufrir mutaciones en su estructura o funcionamiento? Entre tanto, nunca estará de sobra emplear la técnica descriptiva, un toque de aquí y un rasgo de allá, a fin de que el lector complete el resto. Recuerdo, por ejemplo, que el paso de Méjico a Cuba implica un mudar brusco de temperatura, por fuera y por dentro. De la antes Nueva España podría decirse, como de la Liorena barresiana, donde alzó su vuelo Juana la mística: "Nul pays qui se taise davantage" (ningún país fue nunca más callado) la vida mejicana es, en efecto, muy replegada y hacia dentro, y gusta de extinguirse sin ruido ni voces. Nada caracteriza tanto a aquel pueblo como su frase favorita: "pues quién sabe". Actitud problemática y expectante, inhibición.

 Cuba es, por el contrario, bulliciosa y decidora, puertas y almas de par en par. A los cinco minutos, ya estáis oyendo la frase popular por excelencia: "Ni te ocupes, chico!" Esa admonición eliminatoria se oye por doquiera; es proferida con voz algo alzada de tono, y un tanto quebrada en sus articulaciones básicas. El rostro del cubano, del hombre medio del pueblo, ostenta ciertos rasgos singulares: las mejillas se contraen levemente hacia arriba; los ojos, deslizantes y resbaladizos, tienden a entornarse; hay estereotipado en esa faz el tenue esbozo de una sonrisa, hasta en el caso de mostrar la persona aspecto perfectamente serio. Ahora bien: la sonrisa, sean cuales fueren sus causas, es siempre un desenlace, es la descarga de un proceso psíquico, su epílogo y colofón. La perenne actitud risible revela, por tanto, que para el presunto sonriente todo está previamente concluso. 



 … El tuteo igualitario encerrado en ella es un rasgo gramatical lleno de sentido. Tutearse es en Cuba más usual que en cualquiera otra parte. Los escalones sociales se alisan de tal modo, que en algunos casos la escalera se torna rampa. De ahí el vocablo "parejería", con el especial sentido que asume en Cuba, de exceso de confianza. Tendencia a emparejarlo todo. A través de la atmósfera vital de las palabras, se llega así al alma de los pueblos.

 Hace pocos años Jorge Mañach publicó en Cuba un breve y denso librito: "Indagación del choteo". Mañach expone la etiología y la terapéutica de una dolencia cubana, y me parece que cuando un pueblo posee gentes que así reaccionan frente a él, se halla en vías de muy saludable crisis. Entre nosotros, "choteo" es voz dialectal y plebeya, y significa "broma desgarrada, en la que lo humorístico pierde su sabor a fuerza de sal gorda. En Cuba ese término puede usarse en sociedad, sin daño de barras, porque allá se hizo sinónimo de broma, guasa, etc. Un plebeyismo asciende de categoría, hecho nada raro dentro de nuestra raza.   

 En general, Cuba ha sido moldeada por el influjo andaluz, bullanguero y extravertido, y además siempre fue punto más bien de paso que de término; éstos, para España fueron Méjico o el Perú. En Cuba y Puerto Rico, la Península se condujo aproximadamente como Inglaterra en las otras Antillas, con la diferencia de que la Gran Bretaña puede seguir ennegreciendo la Jamaica y Barbados, gracias a su escuadra, y España tuvo que ceder ante armas más fuertes.

 La separación de Cuba acontece en momentos de mínima presión vital en la Península, de la cual era simplemente una provincia. Lo que no hubo para España no lo hubo tampoco para Cuba. Las colonias emancipadas hacia 1810 poseían todavía grupos minoritarios, criados con los buenos fermentos del siglo XVIII, que actúan directamente sobre las ideas de la revolución.

 Cuba, para su mal, no participó tampoco del movimiento revisionista de 1898. Creían haberlo hecho todo librándose de la bandera española, al amparo de las armas yanquis, cuando la verdadera revolución tendría que haber sido contra el "choteo" elevado al cubo, es decir, el "relajo", más asfixiante que cualquier canícula tropical.

 En los días presentes, la isla hermosa —no es un cumplido hiperbólico— agota las amarguras. Ahora es cuando vive su "1898". Cuba posee muchos jóvenes, más de lo que se piensa, dotados a maravilla para la alta vida de civilización. Hasta ahora han vivido un poco amedrentados, con temor de ese árbol del manzanillo que se llama "choteo". Muchos de ellos viven en el Extranjero y se rehacen una nueva personalidad, como ocurrió a bastantes españoles hace treinta años. Esperemos confiados en que a despecho del trópico y del andalucismo tradicional, el cubano rectificará ese pliegue de su faz con exceso risueña y que estimará más la gravedad y e1 puro esfuerzo. Menos lotería, menos sones, menos "siboney" y menos echar a relajo las cosas de los "minoritarios", porque de ellos será el porvenir —un gran porvenir a que Cuba es, por tantos motivos, acreedora.




 Título original: "Cuba: rasgos para una silueta", El Sol, Madrid, miércoles 25 de enero de 1933. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario