Américo Castro
... No sería inútil hablar del aspecto humano de Hispanoamérica, mas hablar en el tono que usaríamos al analizar su textura geológica o su meteorología. Ningún mejor
espejo, ninguno más cordial en todo caso,
podrían hallar las
numerosas Repúblicas de lengua española que en el alinde de los juicios hispanos, en sus precisas observaciones. Pensemos hoy en Cuba,
ya que la urgencia del momento parece
invitar a ello.
Cuba
ha penetrado en la atención pública a causa de su especial régimen de gobierno,
o de sus peripecias económicas. A la opulencia de hace doce años —un traje de dril,
que se cambia a diario, cien dólares— sucedió la ruina azucarera y la miseria
en todas sus formas. Desde lejos sólo se percibe el vaivén de los millones, y
quizá la mala suerte de una política, más áspera de lo que convendría a la piel
dolorida de los isleños. Eso acontece y eso se dice que es Cuba: un país
arruinado, regido por una dictadura. Ante tan visibles hechos cabe únicamente
lamentarse, y a lo sumo, "émettre des voeux" (expresar deseos) como
en ciertos Congresos internacionales.
En
la Habana hay multitud de chinos y un teatro para ellos. Se representan dramas
que duran una eternidad de actos, repartidos en cuarenta o más representaciones…
Cuando atravesamos la isla de punta a punta —verdura y bronce— van reviviendo
los infinitos errores que han precedido a lo actual. Aun se comprendería la
guerra de 1895, con el fin de acercarse a cualquier país de la misma raza, o a
un consorcio de ellos, en espera de formar una efectiva nacionalidad con las
otras Antillas. La dominación española fue, desde luego, un absurdo; mas no lo
fue menos esa entrega infecunda a la voracidad del Norte. A cambio de unos días
de gran representación nacional, fue inmolado el destino de una agrupación
humana.
¿Se
sabrá alguna vez qué sea un carácter colectivo y hasta qué punto es capaz de
sufrir mutaciones en su estructura o funcionamiento? Entre tanto, nunca estará de
sobra emplear la técnica descriptiva, un toque de aquí y un rasgo de allá, a
fin de que el lector complete el resto. Recuerdo, por ejemplo, que el paso de
Méjico a Cuba implica un mudar brusco de temperatura, por fuera y por dentro.
De la antes Nueva España podría decirse, como de la Liorena barresiana, donde
alzó su vuelo Juana la mística: "Nul pays qui se taise davantage"
(ningún país fue nunca más callado) la vida mejicana es, en efecto, muy
replegada y hacia dentro, y gusta de extinguirse sin ruido ni voces. Nada caracteriza
tanto a aquel pueblo como su frase favorita: "pues quién sabe". Actitud
problemática y expectante, inhibición.
Cuba
es, por el contrario, bulliciosa y decidora, puertas y almas de par en par. A
los cinco minutos, ya estáis oyendo la frase popular por excelencia: "Ni
te ocupes, chico!" Esa admonición eliminatoria se oye por doquiera; es proferida
con voz algo alzada de tono, y un tanto quebrada en sus articulaciones básicas.
El rostro del cubano, del hombre medio del pueblo, ostenta ciertos rasgos
singulares: las mejillas se contraen levemente hacia arriba; los ojos, deslizantes
y resbaladizos, tienden a entornarse; hay estereotipado en esa faz el tenue
esbozo de una sonrisa, hasta en el caso de mostrar la persona aspecto
perfectamente serio. Ahora bien: la sonrisa, sean cuales fueren sus causas, es
siempre un desenlace, es la descarga de un proceso psíquico, su epílogo y colofón.
La perenne actitud risible revela, por tanto, que para el presunto sonriente
todo está previamente concluso.
…
El tuteo igualitario encerrado en ella es un rasgo gramatical lleno de sentido.
Tutearse es en Cuba más usual que en cualquiera otra parte. Los escalones sociales
se alisan de tal modo, que en algunos casos la escalera se torna rampa. De ahí el
vocablo "parejería", con el especial sentido que asume en Cuba, de
exceso de confianza. Tendencia a emparejarlo todo. A través de la atmósfera
vital de las palabras, se llega así al alma de los pueblos.
Hace
pocos años Jorge Mañach publicó en Cuba un breve y denso librito:
"Indagación del choteo". Mañach expone la etiología y la terapéutica
de una dolencia cubana, y me parece que cuando un pueblo posee gentes que así
reaccionan frente a él, se halla en vías de muy saludable crisis. Entre
nosotros, "choteo" es voz dialectal y plebeya, y significa
"broma desgarrada, en la que lo humorístico pierde su sabor a fuerza de
sal gorda. En Cuba ese término puede usarse en sociedad, sin daño de barras,
porque allá se hizo sinónimo de broma, guasa, etc. Un plebeyismo asciende de
categoría, hecho nada raro dentro de nuestra raza.
En
general, Cuba ha sido moldeada por el influjo andaluz, bullanguero y
extravertido, y además siempre fue punto más bien de paso que de término;
éstos, para España fueron Méjico o el Perú. En Cuba y Puerto Rico, la Península
se condujo aproximadamente como Inglaterra en las otras Antillas, con la
diferencia de que la Gran Bretaña puede seguir ennegreciendo la Jamaica y
Barbados, gracias a su escuadra, y España tuvo que ceder ante armas más
fuertes.
La
separación de Cuba acontece en momentos de mínima presión vital en la
Península, de la cual era simplemente una provincia. Lo que no hubo para España
no lo hubo tampoco para Cuba. Las colonias emancipadas hacia 1810 poseían
todavía grupos minoritarios, criados con los buenos fermentos del siglo XVIII,
que actúan directamente sobre las ideas de la revolución.
Cuba,
para su mal, no participó tampoco del movimiento revisionista de 1898. Creían
haberlo hecho todo librándose de la bandera española, al amparo de las armas
yanquis, cuando la verdadera revolución tendría que haber sido contra el
"choteo" elevado al cubo, es decir, el "relajo", más
asfixiante que cualquier canícula tropical.
En
los días presentes, la isla hermosa —no es un cumplido hiperbólico— agota las
amarguras. Ahora es cuando vive su "1898". Cuba posee muchos jóvenes,
más de lo que se piensa, dotados a maravilla para la alta vida de civilización.
Hasta ahora han vivido un poco amedrentados, con temor de ese árbol del
manzanillo que se llama "choteo". Muchos de ellos viven en el
Extranjero y se rehacen una nueva personalidad, como ocurrió a bastantes
españoles hace treinta años. Esperemos confiados en que a despecho del trópico
y del andalucismo tradicional, el cubano rectificará ese pliegue de su faz con
exceso risueña y que estimará más la gravedad y e1 puro esfuerzo. Menos
lotería, menos sones, menos "siboney" y menos echar a relajo las
cosas de los "minoritarios", porque de ellos será el porvenir —un
gran porvenir a que Cuba es, por tantos motivos, acreedora.
Título original: "Cuba: rasgos para una silueta", El Sol, Madrid, miércoles 25 de enero de
1933.
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