Pedro Marqués de Armas
Carlos Loveira lo
menciona en su novela Generales y doctores. En 1895 fue deportado al Castillo
del Acho, en Ceuta, donde estuvo prisionero hasta el final de la guerra. En la
República ocupó puestos importantes en el entramado médico-político.
En 1910 era subdirector de Mazorra, y
colaboraba habitualmente en Archivos de Medicina Mental, órgano de prensa de la
Clínica Malberty alrededor del cual se establecería -al año siguiente- la primera
Sociedad Cubana de Psiquiatría y Neurología.
En 1911 presentó al II Congreso Médico
Nacional una ponencia titulada “De la locura ligada al espiritismo”. Ya
entonces destaca por sus estudios sobre epilepsia y demencia precoz, y se sitúa
de pleno en la corriente organicista kraepeliniana, aunque a la vez cercano a
las tesis sobre el contagio y la locura colectiva sostenidas por autores
franceses.
Más tarde, colaboró con el criminólogo Israel
Castellanos, a quien facilita fotografías y autopsias de enfermos de Mazorra
que aquel utiliza en la elaboración de
su atlas A través de la criminología (1914). Castellanos aseguró haber escudriñado
en dichas autopsias en busca de la llamada “foseta vermiana”, detalle anatómico
supuestamente hipertrofiado en ciertos epilépticos, cuyo hallazgo probaría las
tendencias criminales.
En 1915, Feria publicó en Rambla y Bouza el
grueso volumen Elementos de patología mental. Se trata del primer libro de
psiquiatría con fines docentes editado en Cuba. En él expuso la clasificación
de Kraepelin, tal como fue configurada por los seguidores del gran organicista
alemán. Describe, además, prácticas como el non-restraint, el open door, la
clinoterapia y el uso de celdas acolchadas, entre otras novedades de la reforma
intrasilar.
Uno de los textos más significativos de Feria
es sin dudas “La locura en nuestras razas”, publicado en 1919 en la revista Vida
Nueva. En este artículo negó que existiera una “locura típica” de blancos o
negros, pero aseguró, sin embargo, la existencia de “caracteres psicológicos
propios de cada raza” que, junto a aspectos como el clima, la educación, la
alimentación, la pesadumbre y los atavismos, suponían una mayor o menor
incidencia de determinados trastornos.
A su juicio, la manía predominaba en hombres
blancos, mientras los negros eran propensos a la melancolía. En la mujer, por
su parte, la manía era más frecuente en las negras, mientras la melancolía lo
sería en las blancas. Al romperse el equilibrio mental, según Feria, se desatan
en el blanco las “pasiones reprimidas” y su lucha adquiere la forma de defensa
maníaca; en tanto en el negro “se ahonda la pasividad”, expresión de un pasado
de sufrimientos.
Feria advirtió la baja incidencia de Parálisis
General Progresiva (producto de la sífilis cerebral) entre afrodescendientes,
reservando esta categoría a “artistas y gentes de café”.
Señaló, asimismo, la mayor frecuencia de locuras
supersticiosas por brujería, entre los negros, y derivadas del espiritismo, en
los blancos.
Los negros, dijo, exhiben, al enloquecer,
rasgos atávicos del arte y la religión africana: fetiches, armas primitivas,
gestos bizarros que recuerdan sus bailes, y pájaros y animales raros.
Castellanos elogió el artículo, expresando que
era uno de los mejores estudios que se hubiera realizado sobre la “psique
cubana”, y lo opuso, incluso, a las consideraciones de positivistas italianos
como Locard, Mariani, Falco, y el propio Lombroso, quienes se expresaran con
anterioridad –curiosamente, a partir de una colección de fotografías de
presidiarios que Fernando Ortiz donara al Museo de Antropología de Turín
(sólo Federico Falco había realizado
investigaciones directas en el presidio de La Habana)- sobre los rasgos
antropológicos dominantes en criminales y epilépticos cubanos.
Pero la obra más interesante de Américo de
Feria tal vez sea la que tituló Orígenes de la locura. Su etiología y patogenia
a la luz de los nuevos conocimientos de psicología experimental, biología y
teoría coloidal. Y su tratamiento racional y positivo por las equilibrinas
(1928, Cultural S.A), un avance de la cual expone ante Sociedad Cubana de
Psiquiatría y Neurología en su ponencia "Teoría coloidal en sus relaciones
con las psicosis" (1927).
Intentaba inscribirse con ella en el nuevo
modelo organicista que, justo entonces, comenzaba a estructurar la psiquiatría
tanto en Europa, como en Estados Unidos, concretándose en la experimentación con
sueros y vacunas, y en el uso de terapias de choque y de la psicocirugía.
Fenómenos como la anafilaxia, el medio
humoral, las glándulas endocrinas y las propiedades del coloide -que en
medicina supusieron notables avances- llamaron poderosamente su atención y le llevaron a conjeturar sobre los efectos
presuntamente nocivos de las sustancias coloidales en el sistema nervioso, y su
implicación en las enfermedades mentales.
De la hipótesis pasó sin solución de
continuidad a la terapéutica, y entre 1925 y 1928 llevó a cabo un ensayo de
“desensibilización humoral” que consistía en inyectar a sus pacientes, durante
sucesivas sesiones, un “dispersoide proteínico” que llamó Equilibrina.
Con este preparado pretendía “inactivar” la
acción tóxica del coloide sobre las neuronas corticales. Administró su
Equilibrina a 26 enfermos maniaco-depresivos y a 4 diagnosticados de demencia precoz, todos
recluidos en Mazorra. Y a algunos los dio por curados.
“La psiquiatría que cura”, tal como titula uno
de los capítulos, no resulta sino el sueño de una terapéutica que, aun hoy, no
acaba de cuajar. Entonces legítimo, pues se intentaba superar el estancamiento
implícito a la más controvertida de las disciplinas médicas, hoy ese sueño
parece cada vez más una falacia o, si se prefiere, una ficción que, de tan
extendida, deja corto a cualquiera de aquellos crueles o simplemente anodinos
ensayos.
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