José Joaquín Muñoz
En el año de 1828
se fundó en la Habana el primer asilo consagrado especialmente a los
enajenados.
Era entonces
gobernador superior de la Isla el Excmo. Señor D. Francisco Dionisio Vives; y
en conmemoración de este caritativo jefe, se dio el nombre de San Dionisio al
expresado asilo, que por lo pronto se destinaba a recoger los enajenados
varones procedentes de la capital y su jurisdicción.
Hacia el mes de
Julio de ese mismo año, se pasaron las circulares a los señores jueces locales,
a fin de que se efectuara cuanto antes la secuestración de los enajenados
pertenecientes a sus respectivos distritos; y se dieron a dichos jueces las
instrucciones relativas a las formalidades que debían llenarse para proceder a
la expresada secuestración.
En el mes de Setiembre
siguiente, el asilo había recibido ya treinta y siete de estos desgraciados.
Antes de esta época,
los locos se hallaban dispersos aquí y allí en las cárceles públicas confundidos
con los criminales, o bien encerrados en estrechos calabozos que parecían haber
sido construidos ex profeso en los
hospitales de la cuidad.
Esos eran los únicos
albergues destinados en aquella época a los locos, cuando, por el estado de
furor en que caían, o bien por sus actos de extravagancia y de libertinaje, se
hacían peligrosos o turbaban la tranquilidad y la moral públicas. De lo contrario,
se les dejaba en libertad errar por las calles y lugares públicos; muchos de
ellos servían de mofa, a las gentes del pueblo, y eran solicitados, aun por
personas serias, que hacían de ellos, un objeto de diversión y burla.
El asilo de San
Dionisio fue construido a una extremidad de la ciudad, en las cercanías de la
Casa de Beneficencia, en un terreno adyacente al cementerio general.
Los gastos de
construcción e instalación, fueron en gran parte cubiertos por suscripciones
voluntarias de los habitantes de la ciudad.
La Casa de Beneficencia,
de la cual dependía el asilo, debía suministrar los fondos para atender a las
necesidades de los enajenados y satisfacer los gastos administrativos, etc.
El edificio
presentaba la forma de un cuadrilongo, y se componía: 1° de dos salas, una
dispuesta para dormitorio, la otra servía a la vez de refectorio y dormitorio;
2° de una tercera sala destinada a enfermería; 3° de una serie de celdas en número
de 18 a 20. Todas estas habitaciones recibían el aire y la luz por pequeñas ventanas
abiertas en el muro exterior del edificio, y por puertas con rejas de hierro
que daban a un corredor interior. Algunas habitaciones para el encargado de la
vigilancia del asilo y para los empleados menores, un gran tanque que servía de
baño común a los enajenados, una cocina, lavadero y un patio central, completaban
el conjunto de las fábricas.
Este asilo podía
recibir aproximadamente de setenta a ochenta enajenados. Sin embargo, hubo
época en que se alojaron en él más de cien enfermos de esta clase.
La extensión del terreno
anexo al edificio permitía, no obstante, cierto ensanchamiento de las
habitaciones, y es probable que esto se hubiera llevado a cabo, si algunos años
más tarde el gobierno superior de la Isla, poniendo el establecimiento bajo la
dependencia del Estado, no hubiera concebido el proyecto de trasladar los
enajenados a un lugar mejor apropiado a su destinación, y de dar al asilo
suficientes dimensiones para recibir los locos procedentes de toda la Isla, lo
que se ejecutó hacia el ano de 1856.
Pero la necesidad
de trasladar la Casa de San Dionisio no se hizo realmente sentir, sino veinte y
cinco años después de su fundación. La grande epidemia cólera de 1833 y las de
1850 y 54, diezmaron la población del asilo; de suerte, que el número de
enajenados ascendía en 1855, a unos ciento veinte o ciento treinta.
La gestión económica
y la vigilancia interior del establecimiento fueron confiadas a un mayordomo,
bajo la dependencia de la administración general de la «Casa de Beneficencia.»
Un médico externo
visitaba todos los días el asilo; pero su única obligación era de dirigir la
asistencia que debía darse a los enajenados atacados
de alguna enfermedad accidental.
En cuanto al
tratamiento de la locura en sí, se comprende que debía ser nulo. En efecto, los
únicos medios curativos que se aplicaban entonces a ese fin, consistían en el
uso de los baños fríos y de las afusiones frías; más tarde se agregó el
ejercicio corporal. Pero estos medios eran prescritos, no por el médico, sino
por el mayordomo y los empleados subalternos encargados de la vigilancia
inmediata de los locos. Considérese cuál sería la eficacia de ese tratamiento.
En cuanto al ejercicio corporal que complete más tarde el método curativo del
asilo de San Dionisio, es de presumirse que su objeto principal no era de curar
los enfermos; sino de sacar partido de su trabajo; de donde se deduce, que el
trato que debían recibir esos infortunados no podía ser muy caritativo.
Es evidente que en
esa reculada época, no se tenían convicciones muy só1idas acerca de la
curabilidad de la locura, y que, si se había fundado un asilo especial para los
locos, el objeto esencial era de ofrecer un simple refugio a estos
desgraciados. Las condiciones materiales y morales en que fue creado este
establecimiento, son las pruebas evidentes.
Parece que a
cierta época, el médico del asilo emprendió, de su motu propio, tratar los locos por el sistema homoeopático; pero no
obtuvo resultado alguno, y estos enfermos fueron abandonados de nuevo, a los
cuidados de los vigilantes.
Casa de locos de la Isla de Cuba.
Reflexiones críticas acerca de su historia y situación actual, E. DE SOYE,
IMPRIMEUR, PLACE DU PANTHEON. 2., 1866, pp. 12-15.
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