Eladio Secades
Tres instituciones cubanas han obtenido pasaportes
diplomáticos y sin trabas aduanales se han lanzado a viajar por todas las
latitudes: la bolita, el son y la trompetilla. Fuera de Capablanca y Kid
Chocolate, en las últimas décadas la fama de nada salido de Cuba ha podido ir
tan lejos. A fuerza de necesitarla, inventamos la trompetilla para uso local y
con seguridad de consumir nosotros mismos toda la producción. La trompetilla es
el resumen brusco, es la crítica más cruel, es el punto final, salido de
cualquier parte, y que de pronto
marchita la primavera de una cosecha de cursilerías. Es la mejor arma, es la
arma única contra aquellos que continuamente se pasan de rosca y nos hacen el
daño de sus estridencias. Un derroche de patriotismo tropical, o un alarde de
guapería, o el agudo de cómico malo que prolonga y eleva la nota, con las venas
dilatadas y la cara enrojecida por un esfuerzo que sacude los hilos del
pentagrama, como si fueran las cuerdas de un ring de boxeo.. Cualquiera de esas
manifestaciones de la humana guilladera, puede provocar la chispa húmeda de la
trompetilla que enfría, desarma y reintegra a la realidad a los que sin darse
cuenta han salido de ella.
La trompetilla, en
suma, es el verdadero concepto cubano sobre la libertad del pensamiento. Casi todos
los errores que aparecen en nuestra historia, son trompetillas que hemos dejado
de tirar. Los hombres que han llegado a genios de la oración sin saber hablar,
a cumbres de la literatura sin saber escribir y a diplomáticos hábiles sin
poseer otra cosa que influencia política y esa amabilidad que manejan con igual
sabiduría las dueñas de casas de cita y los Ministros Plenipotenciarios,
pudieron ser evitados por medios profilácticos. Entiéndase por Ministro
Plenipotenciario el que aparece en la
fotografía con el pecho acribillado de honores.
Pecho de cancillería
y de quincallería, con más cruces que un análisis positivo y más medallas que
la etiqueta del agua de Carabaña. Los triunfadores en Cuba son supervivientes
gloriosos de la trompetilla.
Últimamente los
americanos han usado la trompetilla en escenas cinematográficas. La reacción
del público ha sido favorable. He ahí un triunfo cubano del que nadie ha
querido hablar. En Panamá no se conocía la trompetilla hace alrededor de 17
años, cuando el Gobierno del Presidente Zayas envió al Istmo una nutrida
delegación de jóvenes deportistas. Por entonces en las barras y en los cafés de
la capital panameña desbrochaba unas terribles latas cierto pro-hombre
alcoholizado que, a la fuerza, retenía a sus amigos y les obligaba a escuchar
sus largas y afectadas recitaciones. A veces, en un arrebato del lirismo, con
las manos crispadas, se aferraba a las solapas de uno de los oyentes y le
colocaba sin respirar una tirada lírica de Juan de Dios Peza. Por dulces, los
versos de Juan de Dios Peza debían ser el postre obligado de las antologías. Los
pobre panameños padecían a aquel hombre sin encontrarle solución. Declamaba cierto
día el famoso “Nocturno” de José Asunción Silva, esa formidable pieza poética
que ha hecho llorar a las mujeres de alma exquisita y a los bomberos de
guardia, cuando llegó al establecimiento cubano, que de paso para el hotel se
detuvo allí para tomar el penúltimo trago. Rodeaba al recitador una corte de
víctimas que, para halagarle, ensayaba dramáticos gestos, ora de aprobación,
ora de asombro. El recitador con los dos puños se golpeó el pecho, abrió los
brazos y mientras se incorporaba, iba diciendo muy despacio:
Contra mí ceñida toda,
muda y pálida…
como si un presentimiento
de amarguras infinitas
hasta el más secreto
fondo de las fibras se agitara…
De uno de los ángulos del salón brotó un ruido áspero,
prolongado, escalofriante. Como el que se produce al arrastrar una silla en el
silencio de la noche. O al abrirse la puerta de un escaparate nuevo.
El hombre de mi
historia se congeló de los tobillos a las narices y sintió como si de pronto
todo el alcohol se le hubiera escapado del cuerpo. Sacó la pistola y empezó a
buscar a quien tenía que matar. Pero la carcajada era unánime y el destino le
había colocado en la tremenda disyuntiva de la resignación, o la “massacre”. Esa
fue la primera trompetilla que se tiró en Panamá. Los cubanos arrojamos tan
peligrosa semilla, precisamente en el punto del planeta en que es más intenso
el tráfico internacional. Yo atribuyo a eso que la trompetilla haya ganado los
dos océanos y haya prendido en todos los continentes. Y que por ese hecho
trascendente y nunca divulgado como merece, se concede a Cuba la gloria de ser el
país donde se acuña todo el “relajo” que circula por el mundo…
No creo que pueda prescindirse de la trompetilla en un
ambiente en que vemos al amigo pobre largando la fiebre, gota a gota, en la democrática
camita de hierro de un cuartucho vacío de humildad franciscana; y por medio de
la letra impresa hace saber a sus amistades que se encuentra recogido en sus
habitaciones.
Yo nunca he visto y
creo que me moriré sin ver al enfermo que pase su padecimiento en más de una
habitación. Como tampoco he visto jamás a un paraguayo. Que la trompetilla no
es absolutamente un desahogo del vulgo, lo comprobamos cuando una señora
respetable, ante un espectáculo que le desagrada, nos confiesa con pena: “yo
ahora quisiera saber tirar una trompetilla”.
Es verdad que una trompetilla a tiempo es peor que un tiro. Al cubano,
que la inventó, es precisamente al que más le afecta y cuando la merece y la
oye, se voltea y quiere “fajarse”. Que es precisamente el mejor éxito a que
puede aspirar una trompetilla. Después, desde luego, de la recordación bárbara
y que aquí ha dejado de tener importancia. Porque el cubano cree que la madre
de verdad, la adorable, la santa, la abnegada es la que besamos en la frente el
segundo domingo de mayo. La otra es el doble que con la mente creamos, a la
manera del cine, para utilizarla en las escenas de peligro. Como el que corre
invariablemente después de sonar una trompetilla.
Hay frecuentes
motivos ambulantes para la trompetilla. Esas gentes que visten tan
escandalosamente, que nos dan la sensación de que el maniquí del bazar del
pueblo ha salido de paseo. Y las niñas chusmas que se hacen el vestido bien
ajustado para destacar las formas que creen tener. El corset es un ensayo de la
más feroz de las dictaduras, porque oprime las masas. Época esta de grandes
ficciones, para que una mujer cualquiera luzca hembra, no tiene nada más que
quedarle apretado el pantalón del pijama. El pijama es la prenda íntima que
cuando es de seda, a la señora le da pena que no se la vean puesta los demás. Por
eso no una pijama de seda la llamada mujer de su casa. Se entiende por mujer de
su casa aquella que se ha resignado a que el esposo haga en la calle todas las
sinvergüencerías que se le presenten.
La trompetilla podría
evitar muchos dramas pasionales, haciendo reaccionar al enamorado bobo que
antes de agredir a la amada le dice la frase que ya oían las novias en la edad
del minué: “mía, o de nadie”. Influidas seguramente por el cine, las novias de
hoy facilitan generosos avances de lo que ha de ser el matrimonio. Llegaremos,
si es que no se ha llegado ya, a la “premiere” antes de la noche de bodas.
La calva es la antena de la trompetilla. Y el motivo de las
burlas piadosas de los amigos. La conquista de la mujer es para un hombre sin
pelo una labor grotesca. Por eso a los calvos las mujeres les resultan más
caras. Los calvos que son inteligentes, apenas se quitan el sombrero hacen el
chiste a su propia calvicie, para evitar que lo haga otro. Las penas que se
pasan con una calva absoluta, sólo pueden compararse con las que pasamos con el
acné juvenil.
Seguiría a gusto
opinando sobre la trompetilla. Pero no lo hago. Por miedo a la trompetilla.
Estampas de la época, 1958.
No hay comentarios:
Publicar un comentario