Emilio Roig de Leuchsenring
Si Tomás de Quincey
escribió su obra El asesinato considerado
como una de las bellas artes, bien puedo titular este artículo de manera
análoga. Es verdad que el asesinato es tan antiguo como el mundo, pues Caín,
«que mató a Abel por envidia de su virtud», es el primer asesino de que nos
habla la historia; pero el rascabucheo no se queda atrás en lo de tener una
gloriosa antigüedad, pues la Santa Biblia nos cita el caso de aquellos tres
viejos que quisieron rascabuchear a la casta Susana cuando se estaba bañando.
Como todas las bellas
artes, sus comienzos fueron toscos y rudimentarios. Recordemos los primeros
trabajos que han llegado hasta nosotros de pintura y escultura, hechos por
hombres de las épocas terciaria o cuaternaria. Es con el transcurso de los siglos
que el rascabucheo, como arte también, va perfeccionándose poco a poco, hasta
llegar a adquirir en nuestra época —su edad de oro— el esplendor y grandeza que
hoy goza, sobre todo en Cuba, su verdadera patria, «la Italia del rascabucheo»,
como la llamó uno de nuestros más insignes críticos de arte.
¿Qué es el
rascabucheo? Veamos el diccionario: «Rascabucheo. Acto o efecto de
rascabuchear. Se dice también del arte liberal descubridor de los secretos de
la naturaleza».
Como sucede siempre
con los diccionarios, no están explicadas aquí las distintas acepciones de la
palabra; pero consultando las obras de los más eminentes lingüistas, podemos
ampliar estos conceptos. El verdadero sentido y significado del rascabucheo,
más que el descubrir todos los secretos de la naturaleza, es el de descubrir
los secretos físicos femeninos, y ya en esto encontramos el refinamiento a que
ha llegado este arte, pues ha elegido como su fin principal lo más bello de la
Naturaleza: la mujer. Ahora bien, aunque este arte en sí es puramente ocular,
hay, como derivación de él, un oficio que se conoce con el mismo nombre y se
practica simplemente por medio del tacto. De esto no hablaré hoy.
Billiken, escritor
cubano perito en estas materias, afirmó hace años que Adán fue el primer rascabucheador
del mundo. Esta afirmación es completamente falsa. Adán no podía rascabuchear
lo que no estaba oculto, y Eva, según nos dice la historia, no ocultaba nada.
El rascabucheo es arte complicado y sutil, gusta de refinamientos y de
exquisiteces, es arte de nuestro siglo, cerebral y civilizado. Busca descubrir
los secretos femeninos, pero su mayor encanto y atractivo está en no llegar a
descubrirlos por completo. Se rompería entonces el encanto. Más que los ojos,
es el cerebro el que actúa. ¡Oh poder inefable y embrujador del misterio! Más
que el deseo de lo desconocido y determinado, nos atrae y nos sugestiona en la
vida lo que, ignorado, despierta en nosotros ensueños e ilusiones. La verdad
desnuda es prosaica y antiartística. Cuando fantaseamos, nos convertimos en
verdaderos genios, creando a nuestro capricho y gusto todas las cosas. Si
pudiera radiografiarse el cerebro de un rascabucheador en momentos de trabajo
artístico, se obtendrían las más bellas imágenes de mujer. En La isla de los pingüinos, encontramos
una admirable demostración de cuanto venimos exponiendo, en la aventura que
ocurrió cuando trataron de vestir a las pingüinas. La más fea, vestida,
arrastraba tras sí a todos los pingüinos, jóvenes y viejos, porque dice Anatole
France: «para que el interés y la belleza de esa pingüina les fuese plenamente
revelado, fue necesario que dejando de verla claramente con los ojos, se la
representaran en la imaginación».
Entre nosotros el
rascabucheo se cultiva en gran escala, practicándose por todos, chicos y
grandes, jóvenes y ancianos. Pero no debemos considerar solamente el sujeto
activo o rascabucheante, que es el hombre, sino también el sujeto pasivo o
rascabucheado, que es la mujer. Ésta contribuye a su vez, de manera directa, al
mayor auge y esplendor de este arte nobilísimo. ¿Cómo? Dejándose rascabuchear,
contribuyendo, con su pasividad y tolerancia, a que los hombres puedan
practicar estas artísticas aficiones. Otro factor importantísimo es la moda,
que ha venido, con sus mil diabólicas y fascinadoras innovaciones, a dar más
facilidad, más atractivos y más encantos a las que de por sí los tienen
insuperables. Díganlo, si no, esas sayas cada día más torturantemente cortas
que se usan en la actualidad, esas telas transparentes, esos encajes y calados...
¿En qué sitios se
practica principalmente el rascabucheo?...
En todas partes,
aunque existen verdaderos centros artísticos. Voy a citar algunos de ellos:
Hay en nuestras
principales avenidas, tales como Obispo y San Rafael, sitios estratégicos, en
los que en ciertas horas del día, al dar el sol de manera adecuada, produce
maravillosos efectos de transparencia cuando pasan las bellas hijas de Eva en
el diario recorrido de tiendas. En las esquinas de las calles; al subir a los
tranvías; en los teatros, a la entrada y a la salida de la concurrencia; en la
Acera del Louvre, por la noche, al bajar y subir de los automóviles, las damas
que acuden al Telégrafo e Inglaterra; en las iglesias, a las horas de misa, los
domingos, o los jueves en la visita del Santísimo... son estos lugares que
frecuentan y ocasiones que buscan los fieles de esta nueva religión de la
Belleza y de la Forma.
Los balcones ofrecen,
asimismo, ancho campo de experimentación. Las mujeres se colocan, tranquila y
disimuladamente, como quien no quiere enterarse de lo que está sucediendo, y
efectivamente, por debajo, pero mirando hacia el cielo, pasan los hombres,
disimuladamente también, con una cara de inocencia y de ingenuidad que no les
envidiaría una colegiala de El Corazón de Jesús. Hay muchas casas en las que
los maridos o novios celosos y los padres de ideas atrasadas, han hecho colocar
unas tablas feas, horrorosas. ¡Cuán pocas son las personas que saben comprender
y sentir el arte!
La casi totalidad del
público que acude a la playa de Marianao, durante el verano, no va a tomar
fresco ni a mitigar los rigores de la canícula, sino a contemplar a las
encantadores bañistas. Y hay más de un señor muy respetable que se pasa las
horas y las horas sumergido hasta el cuello en el agua, pescando lo que Dios o
el Diablo se sirvan depararle. ¡Cuidado con los resfriados! En los baños del
Vedado, durante la temporada, raro es el día que no se ven cruzar muy cerca de
la costa, botes y lanchas tripuladas por amantes del divino arte. Entre las
muchachas y señoras hay entonces carreras, zambullidas, sustos y hasta
desmayos...
En las casas cuyas
azoteas dominan todas las colindantes, es costumbre poner sobre el muro un
cajón con su correspondiente agujero, cajón que, por estar permanentemente
colocado allí, no llama la atención de las vecinas, quienes, sin temor, se
entregan en sus cuartos, con las ventanas y puertas abiertas, a hacerse la
toilette. Mientras, resguardado y escondido tras el cajón, el rascabucheador
toma cuantos bocetos desea de sus gratuitas e inocentes modelos.
Hoy en día se ha
llegado al extremo de proveer a muchos automóviles de potentes focos
eléctricos, giratorios en todas direcciones, que situados en la parte delantera
del carro, a un lado del cristal del parabrisas, permiten alumbrar, en las
tinieblas de la noche, lo alto de los balcones, las ventanas o el interior de
salas y cuartos. Son la industria y los inventos modernos puestos al servicio
del arte.
Infinidad de
anécdotas, aventuras y sucedidos, realmente curiosos e interesantes, podría
contar para hacer ver cómo se ha extendido y propagado entre nosotros el arte
del rascabucheo; pero no dispongo de espacio suficiente. Me limitaré a citar un
caso que publicó hace meses toda la prensa y que tuvo su epílogo en el Juzgado
Correccional de la Primera Sección de esta capital.
Cierta noche fue
detenido un individuo de aspecto decente, a quien se le sorprendió mirando por
las persianas de una casa de la calle del Tejadillo esquina a la de La Habana. Registrado
por el vigilante de posta, se le ocuparon en los bolsillos del saco unos
gemelos de teatro, un berbiquí y una barrena, instrumentos todos que utilizaba
este artista para el mejor desempeño de su arte. Llevado al Prescinto de
Policía, se contentó con sonreír maliciosamente a las preguntas que le hizo el
oficial de guardia.
El divino Pietro el Aretino no hubiera tenido, con seguridad,
otro discípulo más aprovechado.
Social, 4 de abril de 1923
Social, 4 de abril de 1923
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