Medardo Vitier
Nace
un niño que va a ser fundador de la religión más influyente de la Historia. Navidad,
Natividad, Nacimiento. ¿Y que es nacer? Biológicamente lo sabe la ciencia, pero
el hombre no queda explicado con la Biología tan solo. Su naturaleza requiere
que otras disciplinas la estudien y aclaren. El Cristo nace y es en lo humano,
un individuo de la especie. Morfológicamente, su anatomía no difiere de la de
Tiberio o la de Pilatos, o la de cualquiera de los Magos que le adoraron. Era,
en punto a raza, un semita que conoció las posturas religiosas de los saduceos,
los esenios, los fariseos. Fue sin embargo, en la Historia, una nota nueva, un
judío de excepción, iluminado por un temprano sentido de humanidad.
Nacer, en el caso de Jesús,
fue innovar. La doctrina que enseñó, introdujo una fuerza en la Historia
diferente de los cultos orientales y de la filosofía griega. El Cristianismo
aparece, precisamente, cuando las escuelas del pensamiento helénico se agotaban.
En la Navidad conmemoramos la aparición de un
Evangelio de amor porque en efecto, lo que iba a nacer, con Jesús, era el mensaje
de fraternidad entre los hombres. Ese mensaje nació.
Viene aquí una pregunta terrible:
-«¿Creció?»
Si por «crecer» entendemos, en este caso,
extenderse, difundirse una enseñanza, afirmamos que creció, a virtud del interés
de los apóstoles y de las primitivas comunidades cristianas, aquellas a que San
Pablo dirigió sus famosas Epístolas, es decir, las de Corinto, Galacia, Efeso...
Pero si por «crecer» entendemos, tratándose del Cristianismo, su esencial
aceptación por los hombres, la verdad es que no creció. Quedó, y ahí refulge
como una sugestión al espíritu, como una esperanza que hasta hoy alientan los
mejores. Porque ni la mayoría lo practicó ni las minorías (de la raza del Santo
de Asís), han prevalecido.
Si no queremos engañarnos, lo cierto en todo
esto es que la fuerte innovación de una hermandad universal y de un amor a los
enemigos está pendiente de aceptación. Ha habido casos individuales para
indicar que la doctrina cabe en lo humano, pero ninguna sociedad, ninguna raza,
ningún pueblo de la historia ha vivido el ideario ético del Maestro a quien
Reyes de Oriente ofrecieron dones en el pesebre, mientras un astro, dicen que lucía
señor de los espacios, guiador de los peregrinos.
Herodes mandó a los rabinos que consultaran
sus textos reveladores. Herodes se sobrecogió. ¿Extrañeza? ¿Terror?
¿Presentimiento? Su actitud es un símbolo. El mundo iba a cambiar. La esencia
cristiana quedará virgen en cuanto a su acogida y práctica universal, pero la
pugna, la voluntad de alteración que llevó al fluir de la Historia. Cambiaron el
rumbo de los acontecimientos. La cultura de Occidente se tiñe entera de
voluntad cristiana. No digo de espíritu cristiano. No es la esencia del Cristianismo
lo que da estructura y sentido a Europa sino la lucha por el triunfo de esa
esencia. La doctrina, por otra parte, lucha ya, en algo desfigurada, medio rendida
al adaptarse a realidades.
Por manera que «creció» agónicamente. Tal era
su destino. Tal es la suerte de todo empeño mejorador. Así, que no ha fracasado.
EI fracaso está y grita en quienes no aceptan el programa de Cristo. No me
refiero a su contenido sobrenatural, que es cosa de fe, sino a sus elementos
humanos de ética fecunda, de amor coherente. Razonan mal los que sostienen que
el Cristianismo ha fracasado. El fracaso es de quienes lo rechazan.
Apenas recuerdan el episodio de Belén los que festejan
en días de Pascua. El motivo se desdibuja un poco. Nos quedamos no más con «la
fiesta». Esa es también una desfiguración. No importa. La memoria humana procede
así en muchos casos. Hay, no obstante, un signo de fecundidad en la Pascua, y
proviene de la fecundidad del Cristianismo. Es cierto que en estos días no
pensamos gran cosa en el Cristo y muchos ignoran que se divierten en fecha sagrada.
Pero al juntarse la familia, al acercarse los hombres, al saludarse, al sonreír
en estos días del año, disfrutan de un efecto cristiano. Si el mensaje tropezó
y anda maltrecho, resuena todavía cuando junta a los hombres. Es la fecundidad
del árbol que, en clima impropio, da frutos.
Razonan superficial, falazmente, quienes
afirman, perturbados por los horrores de la guerra, que fracasa el
Cristianismo. Antes resalta su eficacia. Pero esta no se da sino a condición de
voluntad. Recuérdese que es también doctrina de libertad. Amor a los buenos y a
los malos. Libertad de la conciencia. En eso consiste el lado humano del
Evangelio. EI divino, aparte de los misterios que no toco, ¿no radica ya en lograr
esos postulados?
Muy actual es hoy la misión de Juan el
Bautista, precursor, que anunciaba a Jesús. Están por preparar «sus caminos». «Vox
vociferantis in deserto. Parate viam Do mini, complanate calles ejus.»
Una Navidad espera el mundo. Esa no ha llegado
nunca. Esta en potencia. Hay quienes creen en su advenimiento, pero son pocos.
La Navidad en que estemos contentos de ser hombres; la Navidad en que hayamos
vencido al Demonio interior que señorea; la Navidad en que gobierne lo mejor de
nuestra naturaleza. Instintos, pasiones, gobiernan ahora buena parte del mundo.
¿Qué Navidad celebramos? ¿La de Cristo? Está bien. Desfigurado y todo, el espíritu,
todavía tiene fuerza para sugerirnos que el amor revela y engrandece, en tanto
el odio confunde y achica.
La Navidad, alta, genuina, es una aspiración
todavía.
Tiempo, 27
de diciembre de 1940. Premio Periodístico “Justo de Lara”, recogido en Valoraciones,
La Habana, Universidad Central de Las Villas, 1960. pp. 75-78. Tomado de Espacio Laical, 4, 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario