Sergio Carbó
En medio de una algazara entreverada de “congas” y
libaciones, la ciudad alegre y confiada que puede gastar dinero celebraba el
nacimiento de Jesús. Los hombres, enfundados en su atuendo funeral de rigor: el
smoking, que más que traje de fiesta
parece un uniforme de riguroso duelo. Las mujeres, amplias de escote, se
dejaban besar por el aire fresco de una anticipada Epifanía que esta vez
llegaba de la cantina, y que la vez primera vino del desierto.
Con esa ingenuidad
patética que procura el alcohol en las madrugadas –la hora extraña en que ángel
despierta en el alma de los libertinos, según dijo Baudelaire-, alguien levantó
su vaso de high-ball y musitó, entornados
los ojos y trémula la voz: -Señores: han dado las doce. Brindemos una copa por
el pobre Cristo, que para eso estamos aquí.
Nadie le hizo el menor caso al arrepentido pecador. Hubo un
bisbiseo imperceptible en sus labios como si orase el Padre Nuestro; de sus
ojos vidriosos rodó una furtiva lágrima hasta el vaso, y se bebió la lágrima y
el vino…
Ilógicamente, inesperadamente, la orquesta rompió a tocar el
Himno de Bayamo, dando a la fiesta calidades de fiesta patriótica, como si el
Nazareno hubiese visto la primera luz en Cuba. Después continuó la “conga”,
confundida con el dulce tañido de las campanas de Noel, campanas lejanísimas,
rebosantes de piedad y pidiendo misericordia a lo largo de los siglos. Por la
bóveda celestre cruzaron, en caravana deslumbrante, Melchor, Gaspar y Baltasar.
El que había brindado rectamente inclinó la cabeza, como en éxtasis. Era el
único cristiano digno de la noche maravillosa, y estaba en completo estado de
embriaguez.
¿Será inoportuno y
ridículo, en la época delirante en que se vive, aludir con melancolía al pasado
tradicional, pleno de tierna belleza, en que las Nochebuenas tenían otro sentido
superior y otra mística, aún dentro de la clásica comilona? La familia reuníase
alrededor del piadoso arbolito de Navidad, talismán de compenetración y afecto,
y el profeta admirable que nació en el establo llenaba de fantasía el alma de
los niños y hacía meditar a los mayores aún entre los vapores de la cena…
Ah, la Humanidad siempre
fue licenciosa y alegre, pero había más espiritualidad, más elegancia en los
recuerdos, en las ceremonias, en los símbolos inmortales y en las creencias. No
es que seamos más malos; pero sí somos más vulgares. Por el caminos que vamos
llegaremos al colmo de convertir en baile hasta los entierros, y en “arrollar”
hasta con ocasión del óbito de nuestros héroes…
He aquí esta
Nochebuena: noche de sangre en los campos de batalla donde cientos de miles de
hombres caen en el abismo de la muerte, para que nosotros podamos seguir bailando
y comiendo lechón en años venideros… Noche terrible, en que la palabra de
Cristo es consuelo de moribundos y esperanza de pueblos esclavos, porque la
doctrina publicada por el Galileo, de igualdad y respeto a la personalidad
humana, de tolerancia y de cooperación, vivifica el dogma de la Democracia…
Noche navideña en que
el carbón homicida no dio tregua a la azulosa tribulación de las madres que
esperan, leyendo desesperadas las listas de bajas de los estados mayores, igual
que aguardaba María, atravesada por mil puñales, entre las zarzas del Calvario…
Noche ilustrada por la
más sublime de las apariciones, en que el Hijo del Hombre vino a decir la única
fórmula de armonía, sin la cual serán inútiles las conferencias de la paz:
amaos los unos a los otros… Apotegma que flota como un espantoso remordimiento
sobre los millares de tumbas de los hijos segados por el odio del Anticristo…
Y esta
noche triste, esta noche delicada, nosotros bailamos la “conga” y catamos el
licor, mientras allá lejos corre la sangre…. ¿Sentimental, acaso ridículo
hablar de estas cosas?
Quién sabe. Pero la
última Nochebuena, más que el Himno de Bayamo metido a la fuerza en la navidad
del Redentor, más que la “conga” estridente, nos queda en el cerebro un rastro
indeleble y perfumado: aquel borracho hermano del Buen Ladrón y campeón
denodado de las últimas gentilezas de un mundo irredento que al filo de la hora
brindó por Cristo con un vaso de high-ball…
Prensa Libre, 27 de diciembre de 1944., 1944.
Tomado de Periodismo y Nación. Premio Justo
de la Lara, Editorial José Martí, 2013, pp. 95-97.
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