J.
N. Aramburo
Llegó a nuestro país un doctor Mapelli, hipnotizador.
Visitó redacciones de periódicos y sociedades. En el Nacional sugestionó a una
artista para que cantara en carácter el papel de «Sonámbula». La prensa le
calificó de ilustre psiquiatra, discípulo predilecto de Lombroso.
Y el hombre hizo más: visitó hospitales y el Asilo de Dementes, y con la
complacencia de los directores realizó experiencias sobre los enfermos.
Era una notabilidad. Pero empezó a dudarse que
fuera tal doctor, porque se había dejado en Italia el diploma universitario y
en Buenos Aires los documentos que demuestran su hondo saber, pruebas de
competencia que ningún profesor olvida.
Y un día se reunió la Junta Nacional de
Sanidad, constituida por verdaderos hombres de ciencia; concurrieron los mismos
médicos que le habían dejado operar en los asilos del Estado, y por unanimidad
acordaron incluir en las ordenanzas sanitarias un artículo que prohíba el
hipnotismo teatral y sólo autorice la sugestión, en clínicas ad hoc o a
domicilio, por prescripción médica y al solo objeto de curar afecciones
nerviosas, previa la seguridad de no producir trastornos más graves.
¿Y lo de psiquiatra ilustre, discípulo de
Lombroso, y las experiencias de Mapelli sobre enfermos pobres, autorizadas por
los funcionarios cubanos? Impresionabilidades de repórters y debilidades de
gobernantes.
La Vanguardia, 9 de abril de 1916.
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