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jueves, 27 de febrero de 2014
martes, 25 de febrero de 2014
domingo, 23 de febrero de 2014
Pávlov por Guillén
Nicolás Guillén
Uno de los documentos políticos más
tiernos (¿por qué no van a coincidir política y ternura?) me parece a mí que es
la resolución adoptada por el Consejo de Comisarios del Pueblo, bajo la
inspiración de Lenin, en cuanto al gran fisiólogo Pávlov. Ya sabe el lector que
este famoso académico no cesó en sus trabajos sobre los reflejos condicionados y
las glándulas digestivas, sobre los hemisferios cerebrales y la actividad
nerviosa superior, aun en medio de las vicisitudes revolucionarias, primero, y
la agresión extranjera al nuevo Estado, después. El hambre, el frío, los
inconvenientes de la naturaleza técnica, tanto como los trastornos puramente materiales
no hicieron mella en aquel voluntarioso carácter. Era patético verle durante
horas y horas en su incómodo laboratorio, arrancando sus secretos a esa
misteriosa zona de la vida animal que es la vida sensible.
Un
día Lenin supo esto, porque se lo escribieron unos camaradas de Petrogrado.
Cierto; el hambre era grande y muchos morían de ella. Había que prestar una
atención sin desmayo a los miles y miles de problemas que planteaba una revolución
de tan ancha envergadura. ¿Pero
no era urgente asimismo, no era un problema también, y de los más graves, el
conseguir que un sabio tuviera qué comer? Y junto al sabio, ¿no estaban
igualmente sus colaboradores (uno de los cuales era su propia esposa), tan
abnegados y hambrientos como él? Lenin sabía que los camaradas de Petrogrado,
al abogar por mejores condiciones de vida para Pávlov, actuaban de acuerdo con
lo que en octubre de 1920 había sustentado él, Lenin, a propósito de la
herencia cultural, Y en forma más concreta, de su política frente a los
«especialístas» del antiguo régimen.
El
marxismo adquirió importancia histórica como ideología del proletariado
revolucionario [son palabras salidas de la pluma de Lenin] debido a que, lejos
de desechar las más valiosas conquistas de la época burguesa, aprendió y
reelaboró por el contrario todo lo que había de precioso en el desarrollo dos
veces milenario del pensamiento y la cultura humanos...
La
cultura proletaria no podía ser hecha de una pieza, flamante e inédita. Había
que conocer, criticar y aprovechar las experiencias de las clases anteriores
para utilizarlas en la construcción de una nueva clase. En consecuencia, Lenin
redactó un proyecto de resolución (enero de 1921) dirigido al Consejo de los Comisarios
del Pueblo en el que se nombraba a Gorki, a Krist (director de los centros de
enseñanza superior de Petrogrado) y a un miembro del departamento gubernamental
del soviet de dicha región, Kaplún, a fin de que «en el plazo más breve»
crearan las condiciones necesarias para asegurar el trabajo científico -un
trabajo que duraba ya veinte años- de Pávlov y sus auxiliares.
Entre
esas condiciones puso Lenin estas dos: «Encomendar a la comisión de
abastecimiento obrero que otorgue al académico Pávlov y a su esposa cuotas
especiales de racionamiento con un doble de calorías», y ordenar al soviet de Petrogrado
«que asegure al profesor Pávlov y a su esposa el usufructo vitalicio del
departamento que ocupan, y que instalen el laboratorio del académico con el
máximo de comodidades...» Eso aconteció en el 21, como se ha dicho. La vida del
sabio se prolongó quince años todavía, y al morir en 1936 (había nacido en
1849) cargado de honores, rodeado del cariño (y el orgullo) del pueblo
soviético, legaba una herencia científica de las más caudalosas y profundas
entre todas las que el pensamiento del hombre haya legado a la humanidad.
Páginas vueltas, Memorias, La Habana, 1982, pp. 271-72.
sábado, 22 de febrero de 2014
El ciclón en la palangana
Nicolás Guillén
La crónica de José Luis Salado sobre la reciente exposición
de pintura cubana en Moscú, publicada ayer en esta misma página, debe de haber
caído como una ducha helada sobre quienes, al amparo de un despacho
cablegráfico harto escueto, pretendieron atacar a la Unión Soviética, tan
ocupada en su enorme faena del frente oriental.
De la lectura de aquel cable extrajo la maledicencia dos
conclusiones: una, que la pintura cubana no había causado buena impresión en la
URSS, por falta o cosa así de contenido social. Otra, que entre los pintores
expuestos, el único, el preferido, el que realmente produjera sensación había
sido el señor Valderrama.
Cierta zona del cotarro artístico alarmóse, un poco
histéricamente. ¡Pues qué! ¿Acaso piensan esos bolcheviques intransigentes que La
Habana es Moscú? Además, el arte es el arte; la pintura es la pintura, y no
vamos a estar con el puño en alto a todas horas, para servir consignas
extranjeras. Era el legítimo ataque de nervios... Una inconformidad largamente
reprimida por la fuerza triunfante de la realidad política en la guerra, en que
tan decisivo papel ha desempeñado el gran país socialista, encontraba ¡al fin!
una fisura por donde filtrarse, como un venenoso gas.
Porque en los
comentarios que el cable suscitó notábase cierta amargura de mala ley, una
especie de sorda alegría por haber aparecido un elemento polémico que oponer,
así fuera en el campo del arte, a la sólida ofensiva de Zhukov. ¡Qué
diablos! Todas las armas son buenas
cuando el enemigo es poderoso. Gente agachada, se irguió de un salto; bocas
hasta entonces herméticas soplaron en la cerbatana sutiles flechas cargadas de
hiel.
Y, de súbito, la
crónica de José Luis Salado. Es, en realidad, una nota periodística de la exposición,
pero por ello mismo ilustrativa en forma muy directa de que en Moscú, como en
muchos otros sitios en este agitado mundo, hay una absoluta libertad de crítica
ante el hecho artístico. ¿Se habla para nada en ella de ausencia o presencia de
«contenido social» en la pintura cubana? ¿Se dice, por ventura, que un pintor
determinado, uno exclusivamente, recibiera los honores del elogio, y los demás
quedaran relegados al olvido?
No... Valderrama (que
fue en cierto modo la piedra del escándalo) es citado por «los suaves tonos de
sus pasteles», junto a quienes tanto distan de él, como Carlos Enríquez, o como
Amelia Peláez, cuyos bodegones naturalistas están «bañados en jugos ácidos».
Del propio modo, Ponce recibe encendidos ditirambos de Guerasimov; los
Kukrinsky se extasían ante Ravenet, a quien llaman «maestro de la pintura»; Wifredo
Lam, en fin, es asimilado sólidamente por un hombre como Ilya Ehremburg, quien
llega a hacer afirmaciones que derriban por su base cuanto acerca de una pretendida
y estrecha pintura «social» sirvió de trampolín a los maliciosos para lanzarse
a sus especulaciones de estos días. Recuérdense las palabras de Ehremburg frente
a Lam, cuya manera profunda nada tiene de popular: «Es lo que más me gusta de
la colección, dice. Tal vez haya quien no lo entienda a primera vista, pero ahí
está su mérito, en que no es vulgar. A mí no me gustan los cuadros que se
comprendan a la primera ojeada. Un cuadro, un buen cuadro por supuesto, debe
ser desmenuzado y digerido lentamente. Tal es el caso de Bodegón, de Wifredo
Lam ...»
El gran escritor
soviético habla aquí como pudiera hacerlo un crítico burgués de fino espíritu,
de libre juicio, reaccionando ante un buen trozo de magnífica pintura. Nada del
estrecho criterio que siempre son a suponer los que desconocen la URSS. Al
revés: pudiera haber extremista rezagado a quien estas palabras de Ehremburg
parezcan excesiva concesión a un arte que como el de Lam —a nuestro juicio uno
de los grandes pintores modernos en Cuba y fuera de Cuba— atiende fieramente a
la expresión honesta de su complicada intimidad, sin postizos elementos de
oportunismo revolucionario.
A principios del año
pasado fueron los pintores cubanos a Nueva York —al Museo de Arte Moderno—
llevados esa vez por María Luisa Gómez Mena (quien tuvo que quedarse en La
Habana, pero costeó el viaje) y José Gómez Sicre. La Gaceta del Caribe —entonces ¡ay! en plena fuerza juvenil— recogió en
una larga nota la resonancia crítica de aquel importantísimo acontecimiento.
«¿Cómo han recibido allí a nuestros artistas?» —se preguntaba la Gaceta. «Hasta el momento —decía— sólo
tenemos a mano cuatro juicios, de los cuales dos (el de Alfred J. Barr Jr., en
el Bulletin del museo, y el de Edward
Alden Jewell, en el Times) merecen
realmente el nombre de tales. Los otros dos (H. Félix Kraus, en la revista Pan American, y Royal Cortissoz, en el Herald Tribune), están plagados de
errores de bulto. Pero éste no es el momento de pararse en los detalles de
apreciaciones particulares. Lo realmente importante en esta exposición es que,
con algunas omisiones (la de Wifredo Lam la más lamentable) allí están más o
menos ampliamente representados nuestros principales pintores de hoy, la
mayoría de los cuales son jóvenes que apenas han entrado en el pleno proceso de
la madurez artística...»
Como se recordará,
esos artistas eran Carlos Enríquez, Acevedo, Cundo Bermúdez, Carreño, Felipe
Orlando, Mariano, Martínez Pedro, Amelia Peláez, Moreno, Ponce, Portocarrero,
Víctor Manuel y Diago. Grupo este que ampliado con nombres que en Nueva York
faltaban (como el de Lam y muchos más) figuran también en la exposición soviética.
Es interesante señalar
el hecho de que aunque los editores de aquella revista estaban en desacuerdo
con más de un juicio yanqui sobre nuestra pintura, no se les ocurrió por cierto
atacar al régimen capitalista imperante en los Estados Unidos, ni hacer
responsable de ello a Mr. Roosevelt. Lástima que así no se haya procedido también
en este caso. De haber tardado unas hora no más nuestro amigo Pepe Gómez Sicre
en escribir su artículo de ayer en El
Mundo, en el que tan sabrosamente se despacha, habría encontrado elementos
menos ácidos para construir una opinión a la altura de su responsabilidad.
Pero no importa. Lo
evidente es el triunfo de la pintura cubana en la URSS. Debemos estar, pues, de
plácemes, como independientemente de toda bastarda circunstancia lo estuvimos
cuando la exposición de Nueva York, o —hace unos días casi— con motivo del buen
éxito en Haití. Esto es lo que tiene realmente profundidad a nuestro parecer, porque
proyecta hacia los climas estéticos más distintos una poderosa muestra de nuestra
elevada temperatura nacional en lo plástico. La crítica diversa, si es honesta,
¿por qué puede molestar? La variedad con que el juicio ruso se ha manifestado
acerca de nosotros; la inteligencia y finura que el mismo entraña al valorarnos,
son testimonio harto evidente de que el revuelo de estos días, tan condicionado
por circunstancias ajenas al arte, no ha pasado de ser, bajo este simpático cielo
caribe, un ridículo ciclón en las domésticas aguas... de una palangana.
Nicolás Guillén. «El
ciclón en la palangana». Hoy, La Habana, 17 de marzo de 1945, p. 2.
Imagen: Pedro Osés
viernes, 21 de febrero de 2014
miércoles, 19 de febrero de 2014
El rechinar del gorrión
Pedro Marqués de Armas
Pocas veces (en poesía) alguien
cortó con tal precisión, de modo tan eficazmente teatral, el dedo de un copista;
es decir, de un letrado, un funcionario. Pocas veces, hay que decirlo, alguien
se apoderó de la voz chillona del Líder y su voluntad de corrección de manera
tan cínica, o paródica. Ventriloquia, muñeco de trapo, opera igualmente en lo
indecible. Pues la virtud de “Mao” consiste en mostrar aquello que permanece
oculto en el lenguaje de un Estado Totalitario, en revelar sus mecanismos, sus
intenciones. Se trata del montaje poético más intenso de Carlos A. Aguilera y,
sin dudas, el más representativo de Diáspora(s).
Hay que volver al final, cuando el propio kamarada
Mao, insaciable en su misión de corregir la realidad e incansable en su
voluntad de acotar a los copistas (por más que estos se esfuercen en traducir
“con exactitud” sus delirios), decide cortarle el dedo a Qi. Entonces el
meñique de Qi, del más valioso de los funcionarios, hace crackk y salta -¡qué horror!- hasta caer dentro de ese paréntesis
que pone fin al poema. Cláusula ésta reveladora; pues encerrar el sonido de
las consignas y hasta la voz en falsete de Mao en semejante círculo, no
significa concluir, sino archivar.
En lo que parece una de las intuiciones más
audaces de Aguilera, la de registrar esa terrible onomatopeya, se localiza a mi
modo de ver el punto nodal del poema. Se trata del chillido de todos los
gorriones y del lamento de todos los poetas, nada menos que esa “cajita china”
donde caben Cuba y la URSS, y en la que resultan grabados, siempre a partes
iguales, el fragor lírico y el parloteo del régimen. Doblaje de ruidos, teatralización
de un énfasis, no sólo se pone en ridículo un discurso de Estado, sino también sus variantes locales e incluso privadas. No quedan fuera ni el
“saloncito de escritores”, ni las paticas “huecashuecasbarruecas” del estilo
nacional.
En cuanto a la sintaxis, “Mao” hace un uso
particular del “como” (desechado por Gottfried Benn), que cobra aquí una dimensión
paródica, anti-burocrática. Nada de “cortes en profundidad”, más bien unas
cuantas suturas o anudamientos, como conviene al muñeco. A través de ese “como” que
se repite en boca de los copistas el texto genera su estilo falsamente puntual
y capta, digamos así, esa retórica de cifras y códigos puntillosos, al tiempo
que produce su propio espacio en la página –este sí resuelto y repleto de
alternancias entre versos cortos y largos que parecen “reflexionar” sobre la extensión
del Imperio, su métrica de hectáreas, sus montañas de pájaros muertos.
Poema-performance,
esta función de repetición se resuelve -en última instancia- en el proceso de la
lectura. Habría que oír “Mao” una vez más y, sobre todo, había que oírlo en aquel escenario cubensis.
En la cara de los funcionarios y de no pocos poetas se reflejaba un profundo malestar.
Cumplían así, aquellas lecturas, su propósito de infundir un poco de terror y de sacar
de su habitual modorra al gremio paralizado.
Carlos A. Aguilera optó por la vía más
incómoda.
Cómo escribir un poema al margen de la esperable
verticalidad de la poesía.
Cómo responder a la exigente
pregunta del Estado -sobre todo cuando éste ha secuestrado el lenguaje- con
otra pregunta igualmente exigente pero formulada por un ventrílocuo, es decir,
en broma.
lunes, 17 de febrero de 2014
Mao*
Carlos
A. Aguilera
Y
sin embargo hoy es famoso por su cerebrito verticalmente
metafísico
y
no por aquella discusión lyrikproletaria
entre gorrión
vientreamario
que cae y gorrión
vientreamarillo
que vuela
o
paréntesis
entre
gorrión vientreamarillo que cae y
gorrión vientreamarill
que novuela
como
definió sonrientemente el economista Mao
y
como dijo: "Allí, mátenlos..."
señalando
un espacio compacto y ligero como ese noúnico
gorrión
vientreamarillo
devenido
ahora en el "asqueroso gorrión vientreamarillo"
o
en el "poco ecológico gorrión
vientreamarillo"
enemigo
radical de / y enemigo radical hasta—
que
destruye el campo: "la economía burocrática del arroz"
y
destroza el campo: "la economía burocrática de la ideología"
con sus paticas un-2-tres
(huecashuecasbarruecas)
de todo maosentido
como
señaló (o corrigió) históricamente el kamarada Mao
en
su intento de hacer pensar por enésima vez al pueblo:
"esa masa estúpida
que se estructura
bajo el concepto fofo
de pueblo"
que
nunca comprenderá a la maodemokratik en
su movimiento
contra el gorrión
que se muta en
vientreamarillo
ni
a la maodemokratik en su intento (casi totalitario) de
no pensar a ese
gorrión
vientreamarillo
que
no establece diferencias entre plusvalía de espiga y
plusvalía de arroz
y
por lo tanto no establece diferencia entre "tradición de la espiga" y
"tradición del
arroz"
como
aclaró Mao dando un golpe en la mesa y articulando:
o
lo que es lo mismo: 1000 gorriones muertos: 2 hectáreas
de arroz/ 1500 gorriones
muertos: 3 hectáreas de
arroz/ 2600 gorriones
muertos: 5 hectáreas de
arroz
o
repito ch'ing ming
donde
el concepto violencia se anula ante
el concepto sentido
(época de la cajita china)
y
donde el concepto violencia ya no debe ser pensado sino
a partir de "lo
real" del concepto
unsolosentido (como
aclaró muy a tiempo
el presidente Mao y
como muy a tiempo
dijo: "si un obrero
marcha con extensidad:
elimínenlo/
si un
obrero marcha con
intensidad: rostros
sudorosos con 1 chancro
de sentido")
subrayando
con una metáfora la nofisura que debe existir
entre
maodemokratik y sentido
y
subrayando con la misma metáfora la fisura que existe
entre tradición y
nosentido:
generador
de violencia y
aorden / generador de
nohistoria
y "saloncitos
literarios con escritores
sinsentido"
como
anotaron en hojas grandes y blancas los copistas
domésticos del
padrecito Mao
y
como anotó posteriormente el copista Qi en la versión
final a su vida e
historia del presidente
Mao (3 vol.) donde
explica lo que el filósofo
Mao llamó "la superación
de la feudohistoria" y
como/como/como (preciso)
habían pasado de una
feudohistoria (y una
microhistoria) a una
ideohistoria y a una
ecohistoria e inclusive
de un "no observar con
detenimiento la historia"
a una "manipulación
pequeña de la historia"
(Pekín/Pekín: hay que
regresar a Pekín...)
como
reescribió el copista Qi en ese corpus
intellectualis
del kamarada
Mao
y
como se vio obligado a corregir el (definitivamente)
civilista Mao al
coger un cuchillo
ponerlo sobre el
dedo más pequeño
del copista Qi y
(en un tono casi
dialektik/militar
casi) decirle
"hacia abajo y
hasta el fondo"
(crackk...)
Publicado
por primera vez en la revista Diáspora(s),
No. 1, La Habana, 1997.