Yo estaba invitado a casa de Cintio y Fina para la comida de
Navidad-26 de julio que tendríamos al mediodía, y de allí nos iríamos al
discurso.
Antes del almuerzo celebramos la eucaristía en la mesa de
comer con un poco de pan y vino. Cintio creía que era la primera vez que se
celebraba una misa de esa clase en Cuba. Les dije que me parecía que estaba
bien el traslado de la Navidad al 26 de julio, aunque muchos católicos lo veían
como una profanación. La iglesia primitiva celebraba el nacimiento de Cristo el
6 de enero (como aún se celebra en Oriente) y después trasladó esta fiesta al
25 de diciembre porque en esa fecha celebraban los romanos el nacimiento del
Sol. Hay también quién opina actualmente –les dije- que Jesús nació más bien en
agosto… y esto es casi el 26 de julio. ¿No era mejor celebrar el nacimiento de
Jesús el día del nacimiento de la Revolución que el del Sol? “Y este es el
nacimiento del Sol en Cuba”, dijo Cintio. Recordó que también era la fecha de
la cosecha en Cuba: ese día se clausuraba oficialmente la gran zafra. Cintio
leyó su poema Los peregrinos de Emaús, en el que los peregrinos descubren que
la cena íntima, el pan compartido con los amigos, no bastaba. No era falso el
pan pero no era completo. Hacía falta salir afuera, encontrar al extraño,
compartir, con él, el misterio de los otros:
Teníamos que ver al extranjero,
no conocer
su nombre, conversar
con el sospechoso hermano, quizás el enemigo.
Andar con él, quizás no llegar nunca.
Andar con él, quizás no llegar nunca.
La liturgia de la
Palabra la acortamos, dije, porque hoy en la Plaza vamos a tener una larga
liturgia de la Palabra que también será parte de esta misa del 26 de julio.
Al ofrecer el pan y
el vino en el ofertorio dije que presentábamos a Dios el pan repartido de Cuba,
y el vino igualmente fraternal (pues ese vino rumano que le habían dado a
Cintio era el mismo que yo había visto en la cama de la casa campesina en la
Granja del Pueblo) y con ello ofrecíamos todos los frutos de la tierra y del
trabajo del hombre: el azúcar, el ron, los cítricos; el esfuerzo en la larga
zafra, y en las fábricas y talleres, en tractores o con los F-1, en escuelas,
policlínicos; en fin, presentábamos a Dios, para ser consagrada, la Hostia de
la solidaridad humana y de la Revolución. Recordemos a los muertos: Abel, José
Antonio, Frank País, Camilio, el Che; todos los demás mártires de la
Revolución. Estaba sentada a la mesa con nosotros la sirvienta. No se le
llamaba sirvienta sino “compañera” y Fina me la había presentado diciendo: “La
compañera que nos ayuda en la cocina”. Era una de esas sirvientas antiguas que han
quedado en algunas casas por cariño a la familia, y comía en la mesa con ellos
(…)
El almuerzo incluía
el lechón tradicional navideño (una cantidad muy pequeña, casi simbólica, pero
que había sido dada a todos los hogares de Cuba), arroz y frijoles. Turrón
español –el mismo que yo también había visto en la Granja del Pueblo. Una
botella de ron, y el vino rumano.
1970
Ernesto Cardenal, "El 26 de Julio", En
Cuba, 1974, pp. 341-42.