Regino Pedroso
(…)
Mi padre ha venido a Cuba muy pequeño, de Cantón, China, y tiene en La Habana,
con el padrino, también chino, de mi más pequeño hermano, Ramón, una fonda,
donde a la vez ambos son dueños, cocineros y dependientes. Cuando mi padre
viene al pueblo, todos los días nos lleva al Casino Chino donde él pasa algún
tiempo jugando a la baraja. Me gusta el Casino. Tiene las paredes con pinturas
muy bellas. Veo templos, árboles, aves muy raras, extrañas casas de puntiagudos
techos, ríos y hombres y otras muchas cosas que en ninguna parte he visto.
"Papá, ese feo animal de larga cola, que echando fuego por la boca va a
comerse esa bola roja que ahí está, ¿qué cosa es?" Mi padre me dice que
ese animal es un dragón que va a tragarse el sol, que encerrándolo en su estómago
deja la tierra sin luz, se hace la noche; al siguiente día lo suelta y el sol
vuelve a darle luz al mundo.
(…) Al fondo de la casa, después del comedor,
hay un mono en una alta plataforma, sujeto a una larga cadena. El mono es el encanto
de la casa. Chilla, brinca, salta; nunca está quieto. Todos juegan con él. Le
lanzan la pelota, naranjas o plátanos. El simio toma lo que le place, o
devuelve siguiendo el juego, aquello que no le agrada. Yo encuentro al simio
feo, chato, horrible. Sin embargo, pienso, no obstante su fealdad podríamos ser
amigos. Me acerco a él y le hago una trastada como las que veo que le hacen los
demás. El mono chilla hasta más no poder, quiere romper la cadena, aplastarse
el cráneo contra la pared. ¿Le he pegado?... ¿he querido matarlo? Alarmada, la
familia llega corriendo. "¡Chiquillo! ¿Qué crueldad le hiciste al
tití?" Nadie cree lo que le digo. Sólo escucho las acusadoras palabras:
"¡Chiquillo! ¿Qué crueldad le hiciste al tití?"
Este encuentro con el tití de la mansión de
mis padrinos me dejará una imborrable impresión. He visto en el mundo gente de toda
clase, santos y pecadores, jugar con el "mono" del vivir, hacerle travesuras, lanzarle cáscaras de
plátanos, tirarle de la cadena, sin que nada grave pase. Cuando en ocasiones me
he encontrado con la chata máscara del feo simio del existir y se me ha
ocurrido alguna improvisada ocurrencia, viendo la horrible catadura que me pone,
yo mismo no dejo de decirme: "¡Caramba! ¿Qué horrible cosa yo le habré
hecho al tití?"
(…) En 1919 regresé a La Habana. La estancia
de un mes se había extendido a años. Al desembarcar en la Terminal traía por
tesoro en los bolsillos unos diez pesos, varios cuadernos de versos que fueron
surgiendo sin yo saber cómo y unos pantalones sanos. Penas, trabajos, amores,
ensueños, parece que todas esas cosas habían pasado por mí sin que yo me diera
cuenta, alegremente cantando (…)
Durante estos años de lucha por la existencia
es que surgen entre 1918 y 1924, los sonetos preciosistas de La ruta de Bagdad, El camino de Judea, Cleopatra,
Scherezada y otros, que ven la luz,
primero en una pequeña revista, Castalia,
y más tarde en El fígaro y en Chic. Es la época de la evasión
consoladora del alma hacia un Oriente suntuoso y legendario.
Esos poemas me llevan a la amistad de un joven
al que ya por su cultura y depurada penetración crítica se saluda como a un maestro,
Andrés Núñez Olano. Conozco una noche en el Café Martí una llama de cálida
humanidad, un ser inteligente de emocionada transparencia que me conquista el
corazón, Rubén Martínez Villena. El campo cultural en que me muevo se ha ido agrandando.
Conozco luego a Enrique Serpa, a José Z. Tallet, Nicolás Guillén, Félix Pita
Rodríguez, Ramón Rubiera, Alberto Lamar Schweyer; a un poeta y prosista nacido
en Nicaragua, Eduardo Avilés Ramírez y a un torturado juvenil Celline de la prosa
venido de Baracoa, Miguel Angel Limia. Estos últimos tienen un mismo punto como
meta de sus sueños: París.
De
1922 o 23, el verso preciosista se ha ido convirtiendo en poemas de inquietudes
y negaciones:
Tú no
viniste: acaso te soñó un pobre iluso
quizá que visionario tu venida supuso;
pero nunca tus plantas hollaron los caminos
terrestres, consolando los humanos destinos.
Alguna
vez querré orar y entraré en el templo:
Quiso elevar al cielo su pobre grito
inútil...
Y halló en sus propias voces, voces
desconocidas.
En
los talleres ferroviarios de Luyanó he sabido de otras gentes y he leído otras
obras. Y aunque de algunos de ellos sólo tengo breves informes, me siento
estremecido con el eco en que lo siento. Algo sé ya de Block, de Whitman, de
Mayakovsky, de Gorki, de Romain Rolland, de Barbusse. Pertenezco a Hermandad
Ferroviaria de Cuba y, dentro de ella, al sector más radical, al Grupo
ProUnidad. Como antes en El árbol
fraterno, busco ahora en el taller la humana fraternidad: Dialogo con él
como con un Camarada:
Me hablas de Marx, del Kuo Ming Tang, de
Lenin,
y en el deslumbramiento de Rusia libertada
vives un sueño ardiente de redención;
palpitas, anhelas, sueñas; lo puedes todo, y
sigues
tu oscura vida esclava.
¡Oh taller resonante de fiebre creadora!
Ubre que a la riqueza y a la miseria
amamantas.
Fragua que miro a diario forjar propias
cadenas
sobre los yunques de tus ansias.
Esclavo del Progreso
que en tu liturgia nueva y bárbara,
elevas al futuro con tus voces de hierro
tu inmenso salmo de esperanza.
¿Fundirán tus crisoles los nuevos postulados?
¿Eres sólo un vocablo de lo industrial: la
fábrica?
¿O también eres templo de amor, de fe,
de intensos anhelos ideológicos
y comunión de razas?
Yo dudo a veces, y otras,
palpito y tiemblo y vibro con tu inmensa
esperanza.
Y oigo en mi carne la honda Verdad de tus
apóstoles:
que eres la entraña cósmica que incuba el
mañana!
Salutación fraterna al
taller mecánico
cuyos breves fragmentos acaban de oír, fue publicado con un estudio de Rubén
Martínez Villena en el Suplemento Literario del Diario de la Marina, que dirigía José Antonio Fernández de Castro,
en octubre de 1927. Hoy recuerdo que al ir yo a hacer las correcciones de las
pruebas de galeras, conocí a un inquieto joven estudiante de abundante cresta capilar
y afilado perfil de cuchillo que con mucho entusiasmo ya la estaba realizando:
Raúl Roa.
El poema tuvo una calurosa aceptación. Entre
las primeras voces que surgieron, fue la de una revista de jóvenes de izquierda
Atuei. Langston Hughes lo tradujo al
inglés y recorrió un poco el mundo. Como síntesis valiosa de ese momento de
poética proletaria, tomaré dos valiosas opiniones de dos poetas: de María
Villar Buceta al enviarme su bello libro Unanimismo:
"A Regino Pedroso, que con su Salutación
fraterna al taller mecánico ha puesto la primera piedra de una poesía nueva
en Cuba". De Nicolás Guillén, en nota de El Mundo: "La poesía proletaria en Cuba sólo tiene, en rigor,
un nombre verdaderamente destacado... el autor de la Salutación fraterna al taller mecánico es dueño de su camino y de
su instrumento y ha contaminado nuestra lírica con la inquietud social del
siglo".
Nosotros
(…) Los primeros ejemplares fueron expuestos en las vitrinas del establecimiento
más exclusivo de La Habana: El Encanto. El rotarismo estaba de moda y la grande
rueda azul movida por un torso rojo en su portada, fue estimada por la gerencia
de la tienda como un símbolo del rotarismo, disponiéndose la adquisición de la obra.
Cuando más tarde comenzaron a aparecer los primeros artículos polémicos sobre
Nosotros: "Una gran rueda con dientes", comentaba un escritor, el
libro desapareció de las lujosas vitrinas para refugiarse en el almacén (…) Fue
incluido en el inri de los libros herejes, pues eran sus poseedores condenados
a seis meses de prisión. Cinco años después, ya más sereno el momento, al
publicarse por el Ayuntamiento de La Habana mi Antología poética, incluyendo en ella a Nosotros, en su mensaje anual a la Cámara Municipal, decía el
Alcalde de la capital como obra meritoria: "Hemos editado un libro de
versos de nuestro gran poeta Regino Pedroso, sin retroceder ante la audacia
revolucionaria y extremista de muchos de sus poemas".
Si el taller fue fragua y sudor, la cárcel fue
para mí algo así como el primer canto del libro inmortal de Dante. La
promiscuidad con el hombre, visto durante ciento ochenta días en su carnal y espiritual
desnudez moral, no me reveló la belleza del Apolo de Beldevere ni la del David
de Miguel Ángel. Barro humano, no logré encontrarle la elevada perfección
idealística que le había visto en el sueño y en el mármol. Entre los miles de
almas con que en aquellos tiempos, la Huelga de marzo, la tiranía había llenado
las mazmorras del país, fueron pocos los seres que mantuvieron intacta mi
esperanza en el hermoso porvenir. Vi el rostro informe de la angustia y llegué
a pensar que en la vida hay cosas más dolorosas que el hambre y más
desesperantes que el miedo a la muerte. Hay alas débiles, destinadas a estar
encadenadas a dura roca, viendo en lo alto azul el correr libre de las nubes y
abajo las anchurosas olas del mar, sin atreverse a alzar el vuelo:
Sin embargo, quién sabe qué vendrá de allá
lejos!
De allá donde se aplasta el ojo contra el
cielo,
de allá, de aquel tumulto de multitudes de
olas
libres de calma inerme y escollos
traicioneros (…)
(…) Tengo ya más años que lo que tiene de
existencia la llamada República, y he visto ya tanto el mundo! La vida, en
ocasiones es un drama, en otras, es una hermosa bola de cristal de mil diversos
colores, un maravilloso trompo de mágica musicalidad que gira, gira; y otras
veces es un engañoso carrusel.
Regreso a mi palomar en medio de las más
diversas contradicciones, en medio de los más opuestos estados anímicos. En ocasiones,
apenas si algo sabe el hombre de sí mismo. Pues, ay, en medio de mis más
amargas penas, ahogándome en las fuentes de mi llanto descubrí en su cristal,
allá en el fondo, que el rostro de un oblicuo antepasado burlonamente sonreía.
Sentado junto al jarrón de roja arcilla medito, interrogo:
Maestro, ¿qué es sapiencia política?
El honorable Wong es hombre ilustre
en ciencia política.
Viste floridas sus túnicas de seda.
A todas las doctrinas ha combatido,
y a su turno a la vez todas las ha elogiado.
Pronuncia sus palabras jurando, conmovido,
abnegada pureza;
pero siempre lo veo cantando plácido
a la sombra del Trono.
Maestro, ¿qué es sapiencia política?
-Hijo mío creyente: según las conveniencias,
la verdad que era ayer negar en el presente;
aunque lo que ahora afirmes mañana otra vez
niegues.
Es conservar intactas las tres sabias
conductas:
la que guía a lo alto;
la mística, que abajo ve el tumulto
creyente,
y la conducta sabia que concilia los medios.
Este
cauteloso dialogar era un fruto del árbol que abonaba la tierra realista de los
tiempos que corrían. Y en 1955 brotó del jarrón rojo de maleable arcilla un
libro exótico, aun extraño para mí mismo: El
ciruelo de Yuan Pei Fu. ¡Había aprendido a sonreír!
(…) Al llegar el triunfo de la Revolución
trabajaba todavía en el Ministerio Educacional. El Gobierno Revolucionario me
honró designándome Consejero Cultural de nuestra embajada en la República
Mexicana, país que ya conocía. Dos años más tarde fui trasladado con igual
cargo a la República Popular China. Cuando pienso en mi estancia en el
milenario país de Tu Fu y de Li Po no logro precisar con lógica claridad si
viví allí un real momento histórico, o si sólo fue un final de uno de los
maravillosos cuentos que soñara en mi ya lejana infancia.
"Lo que se desea siendo joven se logra
colmadamente en la vejez", afirma Goethe con la profunda sabiduría de su
genio excepcional. ¿Pero en la vida se cumplirá siempre tal aserto? El autor de
Fausto fue un dios; vivió y murió como tal. Y en sus divinos olimpos los dioses
no suelen soñar sueños, sino vivir hermosas y vivientes realidades. Además no
están expuestas sus felices existencias a las desgarraduras de que son víctimas
los pobres mortales. No es igual tampoco el sueño que se tuvo en la niñez o en
la impulsiva juventud que el sueño que melancólicamente se contempla en la
vejez. En mi ya largo deambular he conocido la dulce belleza del corazón del
hombre y he visto también al ser humano en la grandeza, descubriéndole en su
altura las flacas debilidades, lamentando ver la infinita pequeñez en seres que
estimamos superiores. ¿Por qué esas contradicciones del alma humana? ¿Cómo
llamarlas? ¿Cómo explicarlas?
Montaigne
dijo: "El hombre es cosa vana, voluble y ondeante..." y algunos
milenios antes que él un amarillo sabio vagabundo, un remoto antepasado de Yuan
Pei Fu, brillándole en los ojos una sonrisa, hacía esta advertencia: "No
sondees las profundidades del océano para buscar pescados. Las calamidades
vienen sobre aquellos que descubren misterios ocultos".
Marianao, 1972
Fragmentos
de “Vida y sueños”, Revista de la
Biblioteca Nacional José Martí 63(3):55-74; septiembre-diciembre 1972.
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