Dulce María Loynaz
Con frases
certeras, María Villar Buceta dice en 1927 que Regino Pedroso ha puesto en Cuba
la primera piedra de una poesía nueva. No se trata de lo que se llama entonces
"Poesía negra" sino de algo más amplio y ambicioso que deja atrás lo
vernáculo y lo pintoresco para dar a la filosofía marxista, naciente entre
nosotros, una voz poética capaz de acoplarse a otra órbita de proyección universal.
Vista su obra
objetivamente, ella pudiera ser su mejor mérito; pero hay que señalar que esta
voz es de una pureza lírica tanto más difícil por cuanto contrasta con el duro
material objeto de su inspiración, en la cual han ido desapareciendo los
elementos exquisitos y hasta aquellos que pudiéramos llamar símbolos juanramonianos,
para dar paso a palabras tenidas por vulgares o prosaicas -nunca soeces- que no
era uso introducir en la poesía.
Quizá pudiera
pensarse que la ardiente entrega de este poeta a una causa tenía que dar a su
lirismo un solo matiz, un solo acento; pero afortunadamente no ha sido así. Su
lira no es monocorde, como pudiera ocurrir con bardos obsedidos por una idea
única o un único sentimiento, y si bien es cierto que predomina en ella la cuestión
social, no lo es menos que otras vibran también bajo su mano, como aquella muy
fina que ha consagrado a sus ancestros asiáticos en todo un libro titulado El ciruelo de Yuan Pei Fu (1955), el último que debemos a su inspiración.
De su primera
época (1918-1924), son los poemas de sabor exótico y hechura preciosista, que
empiezan a publicarse en importantes revistas capitalinas. Véase La ruta de Bagdad, tema oriental
desarrollado en seis sonetos, que son los que lo dan a conocer como poeta. A
ellos sigue Las canciones del ayer
(1924-1926), recogidas en una primera Antología
poética que se da a la imprenta, edición del Ayuntamiento de La Habana.
Obra que habrá de reeditarse con otras producciones en 1975. En estas Canciones se adivina ya la evolución
anímica que se gesta el poeta. Todavía persisten imágenes exóticas,
reminiscencias de Las mil y una noches,
pero el verso tiene sonoridad de metal.
Un año más y
se publica en el famoso suplemento literario del Diario de la Marina, dirigido por José Antonio Fernández de Castro,
su primer poema trascendente: “Salutación fraternal al taller mecánico”.
En 1933
aparece lo que se puede considerar su primer libro: Nosotros, ya un volumen de versos tan caldeados que hay que editarlos
clandestinamente. De entre ellos alcanzarán pronto fama “Habrá guerra de nuevo”,
“Y lo nuestro es la tierra”, y la “Salutación a un camarada culí”.
Siguen los
días tumultuosos (1934-1936), que figuran también en la Antología publicada en 1939. El poeta debe haber pasado en esta
época por una crisis espiritual no expresada. Muy levemente se trasluce cuando
pide al "Hermano negro" que "apague un poco sus maracas". Esta
crisis parece superada en 1939, lo que le permite, siempre en búsqueda de
nuevos horizontes, componer un gran poema sinfónico que fue Premio Nacional de
Poesía: Más allá canta el mar.
El análisis
de este poema de trascendencia casi cósmica, al decir de uno de sus críticos,
merecía un espacio aparte, que la necesaria brevedad de esta memoria impide
dedicarle. Sólo es citado para fijar la trayectoria de su obra y los diversos aspectos
que ella abarca.
Y así
llegamos a 1945, año que aborda por primera vez la epopeya con su canto a Bolívar. Nada más difícil podía haber
intentado, porque para hablar de Bolívar casi hay que inventarle palabras
nuevas al idioma. Pero él no necesita hacerlo. Le basta manejarlas de modo tal
que no parecen las mismas empleadas a lo largo de los años para exaltar a los
héroes.
A esta obra
magna sigue un silencio de una década, de cuando en cuando roto por poemas que
parecen ecos de los ya escritos, sin que alcancen a formar un volumen. Al cabo
de ella, y un tanto inesperadamente, surge El
ciruelo de Yuan Pei Fu, libro de muy original factura, que al trasluz de
graciosas láminas chinas, deja correr un agridulce sentimiento que tal vez sea
la última filosofía del poeta.
Aunque no con
tanta asiduidad, este autor ha cultivado también otros géneros literarios: el
ensayo, la crítica, la conferencia, el cuento, trabajos estos agrupados en su
mayor parte en el volumen impreso en 1975 bajo el título de Órbita de Regino Pedroso, donde figura
también casi toda su obra poética.
Un recorrido
por su producción en prosa, aun sin ser ella copiosa, prolongaría mucho esta
memoria, por lo que nos limitaríamos a algunos comentarios, pocos pero indispensables
a los efectos de tener alguna idea de esta otra modalidad de su estilo.
La prosa es
un terreno resbaladizo para muchos poetas; el descender a ella implica siempre
un salto en el vacío. Regino Pedroso lo salva con perfecto equilibrio. Lo ayuda
un misterioso instinto, pero también su dominio del idioma. Del verso hirsuto,
que diría Martí pasa, como deslizándose, a una prosa serena y elegante, alguna
vez tocándose levemente de una prosa irónica; así en el cuento titulado “Mi
anfitriona”, concebido con una nueva y difícil técnica, cuyo final no puede por
menos que sorprender al autor.
Pero donde se
manifiesta su estilo más personal y sugestivo es con los prólogos que él mismo
hace a sus libros. Son páginas –casi muy breves- verdaderos modelos de
sencillez ética, que dejan en quien lee, la impresión de que no será posible
quitarles ni añadirles una palabra.
La Habana,
22 de agosto de 1982
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