Regino Pedroso
Cuando
un pájaro está a punto de morir,
sus
notas son tristes; cuando un hombre está
a
punto de morir, sus palabras son buenas
De
los diálogos del Lun Yu
¡Oh
discípulo,
por
vez postrera alcánzame la pipa!
No
la de jade;
Aquella
amarillenta de suave marfil viejo.
La
que junto conmigo en lejanas mañanas
escuchara
el gorjear de las aves cantoras;
la
que vio florecer cien veces mi ciruelo;
la
que te vio crecer como un arbusto tierno,
la
pupila asombrada
y
el alma ingenua, simple, como un libro de cuentos...
¡Oh,
discípulo,
por
la vez última, alimenta mi pipa!
Como
claro arroyuelo tu niñez yo vi alegre
saltar
entre las piedras.
Todo
cantar te hacía:
la
luz, la lluvia, el aire, las viejas porcelanas,
las
linternas, la música, los perros de ojos tristes,
el
vuelo de los pájaros por sobre los pinares,
el
color y el perfume en flor de los duraznos,
el
andar y el gozoso reír de las muchachas...
¡Ah,
discípulo,
por
la vez última alcánzame la pipa!
No
la de plata;
aquella,
la que guarda color y olor de tierra
y
sabor más amargo;
la
que siempre conmigo junto a la lamparilla
vio
pasar hombres, días, como volutas vanas;
la
que me vio aspirar en prisas impacientes
los
afanes más puros;
la
que engañosa me hizo ver fulgores de auroras
donde
tan sólo había gris opaco de humo.
Deja
ahora, hijo mío, que acaricie tu frente.
Has
crecido, has amado, has soñado y vivido;
mas
tu fruto de vida es todavía amargo:
porque
el fruto más dulce no ha de ser árbol joven
sino
aquel que rugoso ya ha florecido en años.
Pero
en tanto, oh discípulo,
goza
del sol, del mar, del aire y de la tierra:
ámalo
todo y nada odies, nada te asombre,
que
en toda dicha hay pena,
que
en toda risa hay lágrimas,
y
en todo lo creado, junto a la gris arcilla
hay
también lo divino.
Y
nada contra el cielo tu mano nunca arroje.
Nada
tanto te inquiete que tu paz dulce amargue:
corrí,
llamé, busqué, sueños forjé, grandezas...
Mas
desnudo cual vine la gran sombra me espera.
Mientras
más logra el hombre más parco se hace en dones:
nunca
más rico se es que pobre de riquezas...
Y
sé humilde, hijo mío, sin inútil orgullo;
la
humildad da la dicha.
Sé
como esas piedras de los ríos
que
cantan al saltar en la corriente,
pulidas,
lisas, llanas
de
tanto naufragar, rodando siempre.
Y
si barrera alta tu camino detiene,
nada
intentes forzar, bordea la muralla;
nada
derriba el hombre que después no levanta.
Y
no preguntes, nada interrogues, discípulo;
nada
responde a nada.
Prudente
en las palabras y cauto en la conducta,
cual
pez de muchos mares
bajo
aguas diversas procura ser distinto;
mas
vario, multiforme, sé uno en la existencia:
todo
cambia en lo externo, no en su naturaleza.
Hoy
despiertan tu mente tempestades de llamas
-monzones
de palabra que ruedan por los días-,
yo
también, hijo mío, rodé con la tormenta;
y
almas extrañas vi, conocí cielo y tierra...
como
la mar sus perlas, vivir me dio experiencias,
y
rico en dones ácidos encontré mi ciruelo...
Mas
el fruto maduro de la sabiduría
no
es el que milagroso en huerto ajeno alcanzas,
sino
aquel que en dolor del propio vivir nace.
Aunque
un día sabrás que nunca nada sabes.
¡Ah
discípulo,
por
vez postrera alcánzame la pipa!
Deja
ahora por último que apure aquella leve
de
espuma y luz de ensueños.
Y
escúchame, discípulo:
si
un alba clara y limpia ve un día tu mirada,
salúdala
con júbilo y ama esa hermosa aurora.
Tal
vez si hay sueños ciertos...
¡O
quizá qué milagro puede hacer la esperanza!
¡Ah
discípulo.
por
la vez última alimenta mi pipa!
Ahora
dame esa caña quemada por los años,
la
que ya sólo tiene sabor leve a ceniza;
la
que más sol ha visto morir tras la colina,
y
bajo el cielo ancho
vio
perderse en el viento como nubes fugaces
el
río de los hombres y los días estrechos.
Con
ella en paz serena
mis
ancianas pupilas seguirán tu partida;
aunque
lejos estés te verán cerca siempre.
Y
cuando helado el viento tu tumulto ya apague
y
en tierra ingrata, estéril, secos rueden tus sueños,
contigo
llorarán sus lágrimas más íntimas...
Pero
si en un prodigio cantando tú regresas
se
alegrarán al verte, y de nuevo contigo
el
vuelo de los pájaros verán en los pinares
en
las tardes de oro, cuando cantan los sauces.
El
vino estará fresco debajo del ciruelo,
perfumado
de rosas y flores de cerezo.
¡Oh
discípulo, todo, todo será lo mismo!
Mas
si acaso ese día
no
respondo, discípulo, a tu dulce llamado,
es
que el sueño infinito llegó sobre mis párpados...
Entonces,
hijo mío, sin lágrimas estériles,
con
manos amorosas búscame tierra leve,
de
verdes hierbas cúbreme y déjame que duerma.
Pero
nunca tan hondo que en esa paz no escuche
el
vuelo de las aves,
una
canción que sueñe.
reír
la primavera,
llorar
el triste invierno y el afán de los hombres.
¡Porque
en todo estaré despierto eternamente;
porque
todo aún lo amo!
¡Ay,
discípulo,
no
obstante sus tristezas, vivir, vivir es dulce!
No
hay, como la muerte, un pesar más amargo.
Ah,
discípulo amado, humano he sido.
Más
que otro mortal, hijo mío, a mí ámame;
mas
no pienses que he sido ni mejor ni más alto:
hecho
de arcilla y luz tuve también flaquezas,
y
como humano supe de virtud y pecado.
Mis
pupilas se apagan.
Mi
mano apenas puede sostener ya la pipa.
Calienta
en esa llama
esta
postrera gota que por mi barba corre...
¡Ay!,
recuerda y ámame, amoroso discípulo!
En
tu memoria guárdame,
cuando
leve del agua, de la tierra y del fuego,
cual
la mies a la siega ya estén tus largos años;
cuando
ya no te turben tumultos de palabras,
ni
las voces del viento,
ni
un rumor de hojarascas...
Anda,
anda ya, hijo mío.
Levanta,
vive, sueña, niega, afirma, destruye.
Y
cuando de tus fiebres adiós, fe, ni amor queden,
al
ciruelo regresa.
Aquí
estaré esperándote, debajo de sus ramas,
en
la sombra sin sombra del camino más largo...
¡Oh
discípulo, baja ya esa esterilla, y parte...!
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