Emilio Ichikawa
Algunos pensarán que el malestar cubano es más
bien equino que porcino, pero hay que recordar que la isla también tuvo su
fiebre.
Yo era niño. Pasaba una temporada en casa de
la tía Tita, en El Cotorro, alejado de una conmoción familiar. El tío Pacheco
trabajaba en la Cervecería Hatuey, en un cuarto refrigerado con olor a
levadura. Era la época en que llegaron los patos pekineses a Cuba y los
“quiúpis” de colores se pescaban en las zanjas del pueblo solo con poner un
pomo de boca ancha contra la corriente. El Cotorro era un paraíso.
Un día notamos que la señora del Comité,
Candita, se traía algo entre manos. ¿Qué? Pues lo supimos en la tarde cuando
los amigos de la familia vinieron con la noticia: “Hay que liquidar todos los
puercos de la Antillana hoy mismo, mañana van a obligar a la gente a matarlos y
comérselos en el día; además hay que botar todo lo que sea cabeza, bofe, riñón,
hígado, mondongo y sangre… Parece que hay una fiebre que viene de África.”
Por la noche, antes que Candita pegara el
aviso en el mural de “El Seccional”, los puercos empezaron a ser llevados y
despedazados en el portal de tía. Todo legalito y revolucionario: no habían
dado la orden. Hígado, bofe, mondongo, sangre para morcilla… todo fue
aprovechado. Al otro día se armó el corre corre y los más lentos tuvieron que
malgastar la mitad de los animales.
Esperamos un día, una semana, un mes, algunos
años y nada. Hemos padecido de otras cosas; pero de la fiebre aquella no. El
bando derechista de la familia dice que fue un invento de Fidel Castro para
hambrear a la gente y hacerla más dependiente. La izquierda familiar asegura
que la persistente salud no demuestra nada, pues los imperialistas iban a tirar
aquella cosa mala en la madrugada, precisamente unos minutos después que Jorge
y Papito despacharan a los marranos.
Tomado de Emilio Ichikawa blog, 27 abril, 2009.
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