Los bandidos de historia romántica se acaban. En España sólo
quedan los relatos, bastante hinchados por cierto, de aquellos hombres audaces,
sin apego a la vida, de los cuales la mayoría se ponían fuera de la ley por
haber hecho justicia a su manera: Diego Corrientes, el Barquero de Cantillana,
Luis Candelas, Jaime el Barbudo, que dormía sólo cuatro horas (menos todavía
que Napoleón Bonaparte, que solía dormitar sobre el caballo), etc.
Cuba también tiene sus
figuras. Manuel García, el rey de los campos, fue un hombre sanguinario que
suavizó su historia últimamente al ayudar a la independencia de su patria. El
último bandolero, o, mejor dicho, ladrón sentimental, ha sido Ramón Arroyo
«Arroyito», y éste acaba de caer, junto con otros desgraciados, bajo las balas
del Ejército cubano.
«Arroyito» y otros
cínco penados tuvieron que ser trasladados desde La Habana al presidio modelo
de isla de Pinos, cosa que se efectuó bajo la vigilancia de una buena escolta, sacándolos
del castillo del Príncipe y llevándolos a Surgidero de Batabanó, donde los embarcaron
en el cañonero «24 de febrero», que los condujo a Nueva Gerona.
Desde allí fueron
conducidos en una plancha movida por locomotora al penal, pero en el camino, en
un descuido de la escolta, los presidiarios se lanzaron de la plancha,
internándose con gran rapidez en las malezas que orillan la vía férrea. Pero
la escolta también fue rápida en sus disparos, que tumbaron a cuatro de los
seis fugitivos. Los otros dos, «Arroyito» y «Cundingo», lograron sustraerse a
los disparos gracias a la exuberante vegetación, encaminándose hacia Punta
Piedra; pero advertido el jefe del puesto de dicho lugar se lanzó a la
persecución, logrando avistarles. Sin embargo, los fugitivos no hicieron caso
de los requerimientos del oficial, y viéndose perdidos tentaron su último
recurso: la fuerza desesperada; pero unos certeros balazos
los detuvieron para siempre.
Heraldo de Madrid, 5 de diciembre de 1928, p. 14.
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