Ramón Arroyo Suárez, alias Arroyito, completa estos ejemplos de bandoleros anteriores a la revolución de 1933. Logró fama durante la primera presidencia de Alfredo Zayas, pero ya había empezado sus fechorías en tiempos de Menocal Fue este personaje el de
más colorido entre los bandoleros de las primeras décadas de la República, y el
que mejor se conoce.
Cuando fue arrestado en 1922 dos
periodistas de El Imparcial, de La
Habana, Enrique Molina y Leopoldo Fernández Ros, le hicieron una serie de
entrevistas que culminaron en el libro Arroyito
o el Delirio. Biografía del célebre bandolero Ramón Arroyo (1922), que aquí
se cita por la transcripción que hacen de partes de él los autores de El bandolerismo en Cuba 1800-1933.
Nacido en Matanzas, uno de sus hermanos, llamado Francisco, se había
distinguido en la delincuencia en Güines, hasta que fue condenado a larga pena
de cárcel, y es de este hermano de quien hereda el apodo de Arroyito, pues el
de Ramón era Delirio. Después de emplearse en La Habana se hizo chofer de taxis
en la capital de su provincia, y tuvo la desgracia de arrollar a un niño cuando
iba a exceso de velocidad. Saltó la fianza que le habían impuesto y, junto a
Julio Ramírez, hijo de un colono de Aguacate, se dedicó al bandolerismo. Lo
arrestaron en La Habana y tuvo que cumplir parte de su condena en Matanzas,
pero como era amigo del hijo del alcalde de aquella ciudad, logró el indulto y
hasta un nombramiento de cabo de la policía municipal y otro de simple policía
para su compañero Ramírez.
Mezclados en la política local fueron
acusados de abusos en el cargo hasta que se les dio de baja como policías y se
dictó orden de arresto que debía cumplir la Guardia Rural. Prendieron sólo a
Ramírez pues Arroyito pudo escapar, pero, poco después, éste logró, a punta de
pistola, en la cárcel de Jaruco, el rescate de su amigo. Al año siguiente
secuestraron a un comerciante de Ceiba Mocha: sorprendieron a la víctima porque
iban vestidos con uniformes del ejército, con rifle y revólver. Pidieron 10 mil
pesos de rescate. Los persiguieron, pero lograron evadir la Guardia Rural:
Ramírez se escondió en el pueblo de Rincón y Arroyito se fue para La Habana
donde asistía a los espectáculos públicos y era frecuente parroquiano del
restaurante El Carmelo y del famoso Casino de la Playa. Acosado por sus
perseguidores abandonó la capital para establecerse en Placetas con un nombre
falso.
Después de algunos meses de
tranquilidad, fue descubierto y arrestado por la policía. En tren lo llevaron
preso hasta La Habana. “Al llegar”, dice esta fuente de información, “el pueblo
de la capital le rindió una auténtica ‘demostración de afecto’ al congregarse
desde las primeras horas de la mañana, en los alrededores de la Estación
Terminal, una gran masa de público que pidió su libertad y le sugirió que se
postulase como candidato electoral asegurándole el triunfo...” Así cantaba una
décima de aquellos días:
De miseria y de dolor
visten almas, centenares,
agobiadas de pesares
por robarles el sudor.
Un banquero abusador,
con muy poca dignidad,
se apodera con maldad
de lo ajeno; y sin delito,
son peores que Arroyito
y gozan de libertad.
Encerrado en la prisión del Castillo de
la Fuerza fue que lo entrevistaron los periodistas de El Imparcial. Allí les mostró una colección de cartas que había
recibido: “Fíjese”, les dijo, “son más de cien. Casi todas de mujeres. Ésta es
de una señora de campanillas de La Habana. No le digo quién es porque me pide
por mi madre que no se la enseñe. En esta otra venía esta medallita de la
Virgen de la Caridad que llevo al cuello...” Una anónima mujer de la sociedad
habanera le escribió: “Fundiré el firmamento con la tierra moviendo cuantas
influencias pueda hacer servirme de ellas para que usted, que no es más
delincuente que los que andan por la calle, pueda pasearse por ella...”
Fue tal la atracción de las mujeres por
el preso que Osvaldo Valdés de la Paz publicó en ese mismo año 1922, con
prólogo de Miguel de Marcos, una novela titulada Arroyito: el bandolero sentimental. Decía el prologuista: “...
cuando los gobernantes aparecen ante los ojos asombrados y adoloridos del
pueblo agitándose en una frenética zarabanda de torpezas, el periodista que
conoce el valor de la actualidad y que ha visitado con mirada de burla y de
tristeza las bambalinas pintarrajeada de esta feria, se sienta entonces ante su
máquina y escribe en veinte días la novela de un santo... o de un bandido”. Y
el novelista escribe:
... Los bandoleros ilustres de la
política y de la banca, habían derramado sangre inocente y provocado lágrimas;
sus víctimas formaban una larga lista de padres de familia de electores
pacíficos, de viudas y huérfanos desamparados, de modestas familias que tras
constantes y hondos sacrificios habían acumulado un pequeño capital. ¿Cómo
podría llamarse bandolero a un muchacho casi tímido como Arroyito, ante el
desfile de estos monstruos del delito, que además se amparaban para sus
fechorías en la condición de honorables y que no exponían sus vidas en los
actos que realizaban? El pueblo hizo esa reflexión amarga. Y en su gran
tristeza floreció una rosa de simpatía...
En 1922 apareció también el libro de
José M. Muzaurieta Manual del perfecto
sinvergüenza, “con un prólogo”, anuncia desde la portada, “del bandolero
Arroyo”, y aclara en una nota al pie de la primera página: “Este Prólogo fue
escrito por el señor Arroyo siendo todavía libre. Con mes y medio de
anterioridad al día 3 de marzo, en que fue capturado. Si el estimable bandido
hubiera tomado pasaje en el vapor Cádiz, no le habría ocurrido semejante
infortunio”. Y dice el prologuista (¿Arroyito?) al presentar el libro:
Tenía
el firme y decidido propósito de que mi nombre no figurase para nada en ninguna
manifestación de carácter público... quería permanecer oculto, alejado
completamente del engorroso y pesado contacto con la opinión... pero considero
un deber de profesión, al cual no puedo faltar sin que se merme mi prestigio de
bandido, romper esa mi adorable quietud beatífica en los precisos momentos que
va a editarse un libro como el Manual del perfecto sinvergüenza, llamado a hacerle cumplida justicia a
nuestra sufrida clase y a librarla, con la enseñanza de los humanos errores que
todos los malhechores padecemos... Declaro que es una obra magnífica, que con
el transcurso del tiempo puede y debe llegar a ser declarada de utilidad pública
y de uso obligatorio en las escuelas... A mí todos me suponen un bandido, me
persiguen con saña fiera y le darían un premio al que me colara una bala en la
cabeza. Cierto que no soy un santo varón, ¿pero esa misma sociedad que me
condena y me llama su enemigo, no admite en su seno y los mima y los consagra,
a señores que carecen de los más rudimentarios principios de moral y que, bien
analizados, son unos completos facinerosos? Decidme, ¿qué diferencia existe
entre un secuestro y un asalto al Tesoro Público? ¿Acaso el hurto de una res no
es pariente cercano del feo negocio del cambio de cheques? ¿Son mejores que yo
los que se enriquecen a costa del hambre del pueblo?...
Y ante la corrompida sociedad que
describe, concluye: “El Manual del perfecto sinvergüenza no ruborizará a nadie
en Cuba. Puede ser leído donde quiera y por cualquiera: desde el Primer
Magistrado de la Nación [Alfredo Zayas], hasta el último alumno del Colegio de
Belén”. El libro empieza con unos “Ejercicios Espirituales”, de los que se
copian aquí sólo las seis primeras recomendaciones: “Ámese a sí mismo por sobre
todas las cosas. Nunca diga lo que sienta ni sienta lo que diga. La osadía: ésa
debe de ser su característica principal. Ninguna idea es buena si no es suya.
Cualquier procedimiento es bueno para triunfar. No combata las llamadas
tiranías: póngase al lado de los tiranos y explote a los demás”.
Trasladaron a Arroyito a la cárcel de
Matanzas y allí su hermana Marina le preparó la fuga al colocar una bomba en el
presidio y facilitarle caballos para la huida. Poco después, cuando en Regla se
preparaba para abandonar el país, lo arrestaron de nuevo. Lo volvieron a
Matanzas y esta vez la condena fue a cadena perpetua, entre otras culpas, por
el secuestro del millonario Juan Bautista Cañizo, del que recibió 50 mil pesos
de rescate. Se dijo que la hermana era el cerebro y a veces el brazo de muchas
de sus fechorías.
“Hay hombres tan amados por la vida que
la muerte sólo se los lleva por celos, para amarlos ella también intensamente.
De estos hombres excepcionales, fue Arroyito”: son palabras de Pablo de la
Torriente Brau en uno de sus artículos, recogidos en Pluma en Ristre (1949). Lo había conocido en el presidio del
Príncipe, en La Habana; lo describió así:
...
A la distancia de los años lo recuerdo bajito al lado mío, muy blanco y limpio,
en lo que me pareció una especie de guayabera, con el tórax avanzado grueso,
parlanchín como una mujer, rodeado de dos o tres, como si dentro de la misma
prisión siguiera siendo capitán de banda, y satisfecho de sí mismo y de su
nombre de la cabeza a los pies... La leyenda, máquina de multiplicar, hizo
héroe a Arroyito y lo equiparó casi con Manuel García... ¿Por qué fue un
favorito del público? ¿Por qué tuvo tantas simpatías? ¡Sólo porque no fue asesino,
porque no se manchó de sangre, y porque fue generoso, valiente y buen amigo!
Porque tuvo también un rudimentario sentido de la justicia social y le arrebató
a los ricos el dinero mal habido y luego lo repartió con la generosidad de un
millonario loco... Se puso en rebeldía comenzando su carrera de secuestros y
fugas, arreglándoselas de tal manera que, como Ramón Franco, su famoso tocayo
del Plus Ultra, siempre estuvo en la primera plana de los periódicos...
Cuenta luego Pablo de la Torriente,
según le confesó un “escolta del Príncipe”, la muerte de Arroyito. Dice que al
trasladarlo al presidio de la Isla de Pinos con otros cinco presos, entre ellos
Julio Ramírez, fueron todos asesinados. Era el 28 de octubre de 1928.
Mucho después, sin embargo, se aseguraba
en algunos lugares de Cuba que Arroyito había muerto en Santo Domingo, que su
hermana Marina había comprado su libertad. Dos de los seis presos asesinados en
Isla de Pinos no pudieron ser reconocidos por tener las caras “desbaratadas...
por los balazos”, y otro testimonio dice que “tenían los rostros hinchados y
amoratados por las picadas de los insectos...” ¿Serían ésos unos infelices a
quienes les hicieron ocupar el puesto de Arroyito y de su leal amigo Ramírez
mientras éstos se embarcaban al extranjero, o sería ese rumor de la fuga parte
de la leyenda del “bandolero sentimental”? Lo cierto es que después de la caída
de Machado, el 28 de enero de 1934, la revista Bohemia publicó un artículo titulado “Viaje de Marina Arroyo, de
los calabozos de la policía secreta a la región del misterio”, donde se afirma
que Marina, para vengar la muerte de su hermano, había jurado dar muerte a
Machado y al jefe de su policía secreta, el comandante Santiago Trujillo, y que
éste la detuvo unos días y luego decidió embarcarla a las Islas Canarias, desde
donde fue a Barcelona y otros lugares de Europa y Suramérica. Termina así este
artículo:
En
estos momentos, en una modesta casa de Luyanó, la madre anciana y los hermanos,
todos trabajadores, honrados, buenos y excelentes ciudadanos, esperan el
regreso de la hermana que un día salvó la vida milagrosamente por querer vengar
el asesinato de su hermano, una víctima más entre el millar que produjo en la
población cubana la barbarie de una bestia insaciable, feroz, exterminadora,
implacable: Gerardo Machado.
¿Sería verdad que Marina Arroyo había
comprado la libertad de su hermano y la de Ramírez, y que poco después, con esa
otra estratagema, se fue a reunir con ellos?
Fotografía: 1923
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