Witold Gombrowicz
Terrible invasión de
modelos, teorías abstractas, formas ya listas, elaboradas en otra parte, todo
esto es el resultado del hecho de que su "yo" apenas se mantiene en
pie. Invasión tanto más grotesca cuanto que la abstracción no corresponde a su
naturaleza. Hay algo doloroso en su necesidad de teorizar y en su capacidad
para teorizar.
Los hombres más
aguda y más dolorosamente conscientes de su impotencia –como el cubano Piñera,
por ejemplo–, son a veces demasiado conscientes del fracaso como para poder luchar.
Piñera, al sentirse impotente, le rinde homenaje al Gran Absurdo que lo
aplasta. En su arte la veneración del absurdo es una protesta contra el sin
sentido del mundo, incluso una venganza, una blasfemia del hombre cuya moral ha
sido ofendida. "Si el sentido moral del mundo es inalcanzable, me dedicaré
a hacer monerías" tal es, en rasgos generales, la venganza de Piñera, su
rebeldía. ¿Pero por que él, como tantos otros americanos duda hasta ese grado
de sus fuerzas? Bueno, pues porque otra vez se trata del Universo y no de su
vida. Frente al Universo, a la humanidad, a la nación se es impotente, aquello
lo excede a uno, pero con la propia vida es posible, a pesar de todo, hacer
algo, allí el hombre recupera su poder, aunque sea en dimensiones limitadas.
Algunos de ellos
–los escritores– están dotados de un mesianismo cerebral activo y de agudeza de
expresión, pero no pueden moverse de su lugar por la sola razón de que se
sumergieron en una problemática heredada, ya caduca. Es lo que precisamente les
ocurre a los espíritus aparentemente modernos. Siempre buscan la victoria en el
marco de un mismo jueguito. Lo que habría que hacer sería darle una patada al
tablero y destruir el juego. Plantear nuevos problemas... he ahí el mejor
método para resolver los antiguos.
Vida demasiado
fácil. Vida provinciana. Aquí cualquiera, basta con que obtenga algunos
premios, se transforma sin dificultades en "maestro". Pero
"maestro" significa tanto maestro como profesor. Como nadie quiere
escribir para sí mismo sino para la nación (o los lectores), el escritor
sudamericano es a menudo enseñante, maestro de los humildes, guía, ilustrador
(en general es inaudito el grado en que toda esta cultura posee un espíritu
escolar... llega uno a tener la impresión de que las señoritas profesoras son
las que han formado la nación). Con un minino de buena voluntad el
"maestro" sufre la metamorfosis siguiente: en profeta, augur, a veces
mártir o héroe de América. Es raro que en una nación tan simpáticamente modesta
se produzca esa ampulosidad casi infantil en sus niveles superiores.
1958
Diario argentino,
1967.
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