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(2) Hombre blanco.
Lydia Cabrera
Diablos tenían a la Lluvia
prisionera en una tinaja; a la tierra de los que comían arroz, llegó Doña
Miseria sembrando penas.
Escaseaban los víveres.
Una mañana, atosigado por el hambre, Compadre
Gallo saltó la cerca de pina y piñón; y camina, camina, camina, camina, camina
Compadre Gallo, camino luengo.
Al fin de la desesperanza halló una hermosa
tierra cubierta de granos como un milagro.
Creyendo que soñaba -o que había muerto y éste
era el paraíso- se metió entre las siembras. Y tragó: tragó soñando que soñaba
que tragaba a tragantadas...
Con el buche bien repleto -ya despierto-
corrió en busca de Comadre Gallina.
-¡Dios nos protege; Dios, que se hizo el
sordo, me ha oído!
Tornaron marido y mujer a la finca bendita
-esta vez con muchas precauciones- y Comadre
Gallina pudo engullir a sus anchas hasta sentirse
enferma.
Desde entonces, a diario, la
dichosa pareja comía opíparamente mientras las otras aves, famélicas, se
resignaban a morir de hambre.
Comadre Paloma, blanca hasta el lirio -la
sangre blanca-, se desmayaba dulcemente de sólo
imaginarse un puñado de millo. Apenas si podía tenerse en pie. Aunque hartos y
ya gordos, Compadre Gallo y la «Comae» Gallina se apiadaron de ella. Pidiéndole
la mayor reserva se ofrecieron a llevarla a la otra tierra generosa que Dios
les había revelado, granero inagotable. Pero... Comadre Paloma jamás se hubiera
separado un segundo de su marido,
Compadre Palomo, ni le huhiera callado un secreto, ni probado un solo grano sin
com partirlo con él, pico a pico. Así que también fue Compadre Palomo. Y lo supo el Pato y su
mujer, en un estanque donde el agua se había convertido en piedra. Y lo supo
Compadre Ganso y su mujer. Y el Pavo...
-¡Qué crueldad dejarnos perecer así!...
Al fin todos en silencio y con grandes
miramientos para no comprometerse, ni manchar
sus buenos nombres, visitaban la tierra de la abundancia y en cada estómago
hubo alegría.
¡Ah! ¡Lo supo la Gallina de Guinea!
-Y ¿poqué (1) poqué poqué no he de comer yo
igual que Uds., egoistones?
-Porque es Ud. muy indiscreta, Comadre. Porque
Ud., que no las piensa, nos descubrirá y nos perderá a todos -contestó el
Guanajo autoritario. Y algo iba a añadir con sensatez la Paloma remilgada y
comedida, pero Palomo hizo, «Tracúm». «No te
inmiscuyas, Paloma mía, amada mía. Acariciémonos, aunque no
venga al caso.»
-Escucha, Comadre, yo te conozco... Te traeré
maíz en un cartucho... -dijo la Gallina.
No, no hubo más remedio que conducir a la
Gallina de Guinea, que armó un lío de
chillidos, carreras y aletazos y que al fin juró por las cenizas
de su madre -que era muy buena- y de su padre -que en paz descanse- comportarse
correctamente, como una señora, y evitar sospechas.
Ella empieza comiendo aquí: «tchí, tchí...
tchit-tchil tchit-tchit», y acaba de comer allá lejos, y todo lo ha revuelto.
-¡Que la van a pillar! -observó el Gallo.
-¡Um, um! (Palomo, disgustadísimo, desaprobaba
aquel desorden, empujando con ternura torpe a su paloma.)
-¡Vámonos! -dijeron los ladrones honorables,
precavidos.
-¡Tchit-tchit-tchit!... ¡Tchí-tchí! -seguía
escandalizando la Gallina de Guinea.
Ya andaba el Guajiro recorriendo su finca a
caballo. Se abrió como un abanico, la mañana. El guajiro la sorprendió picoteando
aquí, allá, acullá. Se bajó del caballo y le echó mano.
-¡Canalla, vas a saber lo que es cajeta de
boniato! -le gritó el guajiro; y un poco más y le tuerce el pescuezo.
-¿Poqué-poqué-poqué?
-¡Por ladrona! -y la encerró en el corral.
-Cuidado quien ande con «ésa» -le advirtió al
gallinero, quien dio muestras del más vivo interés mezclado al desprecio-, a
esta picara desvergonzada, tengo que ajustarle unas cuentas...
-¡Pascua, pascua!
-¡No, no me llamo Pascual! -y pegó un portazo
formidable que hizo huir espantado al pobre perro Canelo. Gallina de Guinea se
sube a un palo y medita.
-¿Y ahora, Yewá, Virgen de los Desamparados,
cómo salir de este trance tan peliagudo? ¡Ese «mundele»1 tiene malas pulgas!
El hijo del dueño de la finca, un chiquillo
desmedrado y verde, allegóse, jugando, al
corral de las aves. Y ella, zalamera, lo llamó.
-¡Ven acá niño, ven acá! -le dijo hablando en
cristiano.
- ¿ ?
-Niño, ¿ya te gustan las monedas de oro, los
escudos, los centenes y las peluconas?
-¿ ?, ¿ ?, ¡¡ !!
-Ah, niño...(2) Yo te haré rico, entonces. Yo sé
cantar, y las cruces del cementerio, hasta las torres de los ingenios, si me escuchan,
bailan! Llévame a La Habana. Irás pregonando:
«¡Ésta es la prodigiosa Gallina de Guinea que
si me pagan canta, si no me pagan, no
cantará!»
-Oye -dijo la Gallina rabisalera-. Y cantó:
Compadre Gallo vino y se promovió -ó-ó
¡Ariyénye!
Comae Gallina vino y se promovió -ó-ó
¡Ariyénye!
Compae Palomo vino y se promovíó-ó-ó
¡Ariyénye!
Comae Paloma vino y se promovió -ó-ó
¡Ariyénye!
Compae Pato vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
Comae Pata vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
Compae Ganso vino y se promovió -ó-ó
¡Ariyénye!
Comae Gansa vino y se promovió -ó-ó ¡Ariyénye!
Compae Guanajo vino y se promovió -ó-ó
¡Ariyénye!
¡Isé-Kué! ¡Ariyénye! ¡Isé-Kué! Ariyénye...
¡Isé-Kué! ¡Ariyénye! ¡Isé-Kué! Ariyénye...
El guajiro y todos los peones de la finca,
abandonando sus quehaceres, acudieron al corral atraídos por el canto.
-Ésta es la prodigiosa Gallina de Guinea, que
sí me pagan canta, si no me pagan no cantará.
-¡Garganta de plata tiene la Gallina! Canta,
¡oh, canta otra vez preciosa Gallinita de Guinea! Canta y bailaremos.
¡No habrá fagina!
La Gallina enmudeció; y los hombres vaciaron
de calderilla sus bolsillos.
¡A La Habana, a La Habana, a pie por la
carretera!
Cantando y bailando. Isé-Kué, ¡Ariyénye!
En llegando a las murallas, apareció el
celador. Bailó el celador, que era gallego.
-¡Sejidme todos a la Celaduría!
El celador le dijo a su mujer:
-¡Aquí traijo una jallina qué canta más dulce
que todas las jaitas juntas de mi
Jalicia!
Desenterró una botija y dio los luises que
venía ahorrando hacía doce años cabales...
Oyó cumbancha el Alcalde que paseaba por la
Alameda, muy estirado: allá viene, abanderado y golpeando con su bastón al ¡Isé
Kué!, al ¡Ariyénye!
-Señores, ¿qué pasa en esta ciudad?
»¡Ariyénye! ¿Alegría?..., ¡y sin permiso!,
¿qué es esto, pueblo, qué es esto?
La Gallina se calla: el Señor Alcalde quería
bailar.
-¡Vámonos todos a la Alcaldía!
Y rompe un paquete de centenes. Baila el
alcalde, baila la alcaldesa y eran de Asturias, cintura dura) baila el celador y la celadora.
¡Isé Kué! ¡Ariyénye!
¡Isé Kué! ¡Ariyénye!
No tarda en llegar el Gobernador linajudo,
mofletudo, zamborrotudo, sacudiendo los recios hombros, las charreteras; y patón
y bigotudo -Grandeza de España- el pecho fulgurante como un altar cubierto de
cruces y medallas de oro.
-Isé Kué, ¡Ariyénye! Abrirle paso a la
autoridad, ¡voto va! ¡Ariyénye! Pero, ¡canastos!, ¿qué es esto, que no me tengo,
que hasta los pelos del lunar me bailan?
»¡Rediós! ¡Ariyénye!
-¡Señor Gobernador, algo muy bueno!
Y se van todos al Palacio de la Gobernación.
-Hijas de mis entrañas, y tú, mujer -dice su
Señoría-, ¡venid todas a escuchar la Prodigiosa Gallina de Guinea!
A manos llenas, velludas, derramó las onzas.
La Gobernadora -cubana buena, gorda y bruta-
de entre unos cortinajes rojos entró bailando en el salón.
Y baila el celador, baila el alcalde, baila la
celadora, baila la alcaldesa; baila el gobernador, baila la gobernadora.
Bailan las nueve hijas solteras del
Gobernador.
Y vino el Rey de España, en una fragata con
toda la corte; con Cristóbal Colón, de mármol blanco, un verdugo
y un padre cura...
-Decidme, vasallos de tantos colores: ¿es ésta
la rumba Mambisa?
-¡Isé Kué! ¡Ariyénye! ¡Vaya un relajo!, y nos
complace...
¡Ariyénye!
-¡Señor, la Prodigiosa, la prodigiosa Gallina
de Guinea!
-¡La haré Virreina de mis Antillas verdes, de
mis Antillas dulces! ¡Ea, señores, siga el guateque1.
Subió el rey las escaleras, sin perder el
compás, al ¡Ariyénye! ¡Ariyénye! Y la reina con corona de diamantes
y manto de armiño, moviendo el culo:
¡Isé Kué! ¡Ariyénye! ¡Isé Kué! ¡Ariyénye!...
Bailó el celador y la celadora, el alcalde y
la alcaldesa, el gobernador y la gobernadora, las hijas fofas, fainas, del
Gobernador, el Rey y la Reina de España, los príncipes y princesas de la
sangre.
Condes, duques y marqueses.
Y el Obispo de La Habana.
El Ejército, la Marina, el Cuerpo Legislativo
y la Sociedad Económica de Amigos del País.
La cotorra, el perro y el gato.
En la cochera, los caleseros; en la cocina,
los cocineros, las cazuelas y la sartén. En la azotea, la negra que lava y la
negra que plancha. En las tendederas bailan los corpiños, bailan las enaguas:
los largos calzoncillos castos de los caballeros.
Y las nubes.
A las puertas de Palacio, también bailan los
porteros –las farolas- y serenos a deshora; y se vio en el parque, bajo los laureles,
frente a los balcones colmados de mujeres, a puro Capitán Cara de Mogote, que
guardaba el puerto y cazaba piratas, bailar -sin desdorarse- con la negra
retinta, cochambrosa, ya matunga, conga-mondonga.
-Ahora -dijo la Gallina-
llévenme a un escampado para cantarle al pueblo.
-Sea -dijo el rey-, bueno está que el pueblo
disfrute también lo suyo... de vez en cuando.
-¡Viva el General Tacón! ¡Viva la Rumba, la
Administración, la Constitución, la relajación!
Y la chusma libre y gozosa -bozales, ladinos,
criollos, rellollos, negros, blancos y amarillos -chinos manilas-, revueltos en
estruendo de tambores, cascabeles, maracas, marugas y cencerros, la siguió
coreando más allá del paseo de Carlos III, a la loma del Príncipe.
Decían los tambores:
¡Tengo caló, caló!
Bailaba el pueblo entero. Hasta la Guardia
Civil odiada parecía buena.
Salieron los cabildos con sus capitanes:
sombrero de tres picos, banda y pendón; las
comparsas, las farolas, los juegos de diablitos, congos, lucumís, mandingas,
ararás; los «figurines» y las «figurinas», los «curros» currutacos de Jesús María,
luciendo sus anchos pantalones de campana, las camisas alforzadas con mangas de
charol, el sombrero calañés y los pañuelos de color.
¡Isé Kué Ariyénye!
¡Isé Kué Ariyénye!
Arriba, arriba: en el Castillo de Atares, la
Gallina de Guinea.
Levantó un ala -¡Ariyénye!-. Cuando vinieron a
acordar... ya estaba ella en su terruño con todos los «carabelas », narrándoles
su aventura.
El Palomo se escandalizó; ¡Té-Kúm!, mal
ejemplo, Gallina de Guinea, atrevida y filatera, le daba a una mansa, recatada Paloma. El
Ganso, patiabierto en asombro, por más esfuerzo que hizo no alcanzaba a
comprenderlo todo -y le dolió la cabeza-; y compadre Gallo por su prestigio de
amo, por su hombría, su cresta y sus espolones se creyó en el deber de reprenderla,
no de admirarla.
-¡Loca, loca de atar! ¡Un picotazo te merecías
en cada ojo... y te atreves a reírte y aún, insolente, te vanaglorias!
-Di, endiablada gallina
revoltosa, ¿cuándo tendrás un poco de juicio?
¡NUNCA, NUNCA, NUNCA, NUNCA! -gritó convulso,
reventándose de cólera el Compadre Guanajo, muy puntilloso y, verdaderamente,
muy estúpido.
Notas
(1) Imitando el canto de la
Gallina de Guinea...
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