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viernes, 17 de febrero de 2012

Hechicera y hechizador




 Manuel Gutiérrez Nájera

  
 La galantería francesa acaba de cometer un acto de injusticia, condenando a Gabriela Bompard a veinte años de trabajos forzados. Eso es injusto, muy injusto; merecía que la ahorcaran. 
 Eyraud va a sufrir la pena de muerte. Y ese pobre hombre no ha sido más que una víctima de la desvergonzada mujerzuela, que por vestirse de pieles no hizo ascos a la piel humana. En resumen, lo que hizo Eyraud fue comprar a la Gabriela un vestido de piel de Gouffé, que él va a pagar con su pellejo.
 Yo disculpo a ese canalla que ni siquiera es un gran criminal. Lo considero incapaz de sentir el placer del crimen. Un hombre que mata porque le gusta la sangre, es más disculpable que el que mata porque le gusta el dinero. En Eyraud todo es bajo: sale del alcohol, del fango, de las enaguas sucias. Dobla el cuerpo de Gouffé, y lo mete, arrugado y hediondo en la maleta, de igual modo que dobla y guarda la camisa usada. Asesina por llevar un trapo a esa perdida y por beber algunas copas de cognac. No es hermosamente malvado; no es artista, no es inventor ni original como homicida. Se le debe pinchar, como a pingajo, con el gancho del trapero. Su cabeza estará mejor en el canasto de la basura que en el cesto de la guillotina.
 Pero ese hombre enlodado; ese hombre cuyo ser moral sale del proceso, como salen de la atarjea los que limpian albañales; ese huérfano de la vergüenza, a quien mató al nacer, tiene una disculpa en su favor: amó a Gabriela.
 Me horroriza haber estampado esta verdad asquerosa pero, es verdad. Amó a Gabriela! La vendía, la entregaba, se prostituía con ella; pero la vendía para comprarla; la entregaba para que no se le fuera; se prostituía con ella para hacerse amar de esa prostituida. ¿Y esto es amor? A primera vista repugna llamarlo así. Es como si a un sapo lo llamáramos Romero. Pero es amor, es amor en el sentido bestial de la palabra. Así aman los cerdos en la piara. Poco importaba a Eyraud que esa mujer perteneciera a todos, con tal que entre esos todos estuviera él. Se habían confundido esos dos cuerpos en una misma inmundicia y tenían el color del mismo estercolero. Iban, no abrazados voluptuosamente como Paolo y Francesca, sino abrazados brutalmente, a veces como quien besa y a veces como quien muerde, por los círculos tabernosos de su infierno.
 Ya había consentido él en que ella no tuviera vergüenza, con tal de que toda su desvergüenza fuera suya, a ratos. Ya habían celebrado un pacto para robar juntos y gastar lo robado en compañía. Pero con esta cláusula: Gabriela robaba para sí, y en circunstancias apretadas para él: Eyraud robaba siempre para ella, y a veces para él.
 Repito que da asco llamar amor a este ayuntarse de dos enamorados impudores. Pero no hay otra palabra que exprese la invencible tendencia de un ser a otro ser.
 Veamos ahora cuál de esos dos amores tuvo un minuto de ser amor, dentro del mismo fango. Cuando Eyraud mata a Gouffé obedece a su hembra, la complace, le lleva el puñado de monedas que le pide y le entrega su vida. Es un monstruo; pero es un monstruo que monstruosamente quiere.... me resisto siempre a decir amar....
 Eyraud comete un homicidio por Gabriela. Gabriela no fue capaz siquiera de callar para salvar al hombre a quien había perdido. De ese bellaco hizo ella un asesino. Y cuando él no tenía ya nada que darle, tiró su cabeza al canasto, como se tira un sombrero viejo al cajón de la basura. No obró por celos; no por arrepentimiento, ni por venganza. Quiso exhibir su desfachatez y su descaro en el banquillo de la justicia, como antes lo había exhibido en la butaca del teatro.
 ¿Cómo ha de tener excusa esa mujer? Por mujer, le perdonan la vida los jurados. Y porque pertenece al sexo femenino, porque es hembra, la considero más culpable. No habría pedido la pena de muerte para ella, porque no la pido para nadie: pero sí habría demandado que se le impusiera, cuando menos, pena igual a la de Eyraud. Este fue su perro de presa; ella, la que le dijo: Sus! a él!
 ¿Cuándo fue mujer, verdaderamente mujer, esa Gabriela? Toda mujer agradece que la amen o que la soliciten, a menos que odie a quien la solicita. Gabriela no odiaba a Gouffe. Lo cita, lo llama, lo ve llegar convulso de pasión, y en los momentos en que toda mujer es mujer, ella es hiena. Todo lo ha preparado, como haciendo un guiso. Ya está la salsa, y solo falta el pavo para torcerle el pescuezo. Lava ella sus brazos para que sea más corredizo el nudo. En el momento oportuno, llama al mozo a su amante para que la ayude; y luego vuelve a lavarse, con absoluta naturalidad, como la mujer que vuelve de hacer en la cocina una ommelette soufflé.
 Ni siquiera es supersticiosa esa mujer, como lo son generalmente las mujeres; ni siquiera es cobarde. Duerme cerca del cadáver como cerca de un ebrio. Y luego ayuda a plegarlo en tres dobleces, lo ata y lía como si fuera almohada, hace con su cabeza lo que haría con una capota para hacerla caber en la sombrerera; cierra la maleta, y marcha al paradero del ferrocarril cantando coplas de la última opereta.
 ¿Esto es mujer? Cuando más me ha repugnado es cuando la he visto desde aquí sonreír y hacer la comedia en el jurado. ¡Engañando hasta el fin, para ser consecuente consigo misma! ¡Siempre novelera, siempre usando de embustes y trapacerías, siempre en busca de aplausos y miradas! ¿A qué apeló? A decir que había sido hipnotizada, y que durante la hipnosis Eyraud le sugirió la idea del crimen. Casi, casi, intenta presentarse como una víctima de la ciencia o como una sensitiva.
 Por supuesto que en este asunto hay un hipnotizado; pero el hipnotizado es Eyraud. Todos cual más, cual menos, estamos hipnotizados por alguno o por algunos, y, sobre todo, por alguna o por algunas. No es nuevo que hagamos muchas veces la voluntad ajena, ni necesito decirlo en griego para que lo crean; así como las cocineras no necesitan conocer la ley económica de la oferta y la demanda, para saber que cuando en el mercado hay muchos chícharos, los chícharos valen menos. Todo hombre enamorado es un fenómeno de hipnotismo. Todo hombre nace con la sugestión de conseguir dinero. Los honrados trabajan, y los picaros roban. Y como Eyraud es un miserable, y como quería a Gabriela bestialmente, cuando ésta le pedía dinero, él lo robaba. Hubo un momento en que para robarlo necesitó matar, y asesinó.
 !Medrados quedaríamos con esta irresponsabilidad de los criminales, que, en defensa de la Bompard, ha proclamado la escuela de Nancy! Esa doctrina debe haber sido sugerida por algún criminal.
 Pero si un hombre sugiere a otro que cometa un crimen, la sociedad sugiere a los jueces que castiguen a ambos criminales.
 En todo caso, como ya lo dije, si en este caso hay un hipnotizado, naturalmente hipnotizado, ese es Eyraud. El tiene una disculpa: amó a su modo, como el bruto. Su hembra nunca amó.


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