Un profesor de Viena, M. Urbantschitsch, acaba de hacer sobre sí mismo un experimento que cualquiera puede repetir, y que, sin embargo, toca a las cuestiones más delicadas de la historia de nuestros sentidos. M. Urbantschitsch quiso estudiar su oído, averiguando a qué distancia podía distinguir el tic-tac de un reloj.
Observó que cuando se está en un paraje silencioso y a bastante distancia del reloj para que el ruido solo sea percibido muy débilmente, llega un momento, si la atención se prolonga, en que el tic-tac parece debilitarse más, y concluye por no oírse. Diríase que el reloj se ha parado, perdiendo el aliento como un moribundo cuya respiración se debilita gradualmente.
Después de algunos instantes se oye de nuevo el tic-tac más fuerte que antes, hasta que vuelve a cesar otra vez. El autor de esta observación bastante inesperada, se preguntaba si estos silencios procedían del reloj, no porque se parase —estaba seguro de que seguía marchando— sino porque algún defecto del mecanismo debilitase a intervalos el sonido. M. Urbantschitsch se aseguró, haciendo oír el mismo reloj a varias personas de que estas debilidades del sonido no eran percibidas por todos en el mismo momento, lo que prueba que no procedían del mecanismo. Además hizo otros experimentos con otros ruidos continuados, y vio que sucedía lo mismo que con el reloj; esto es, que todos los sonidos muy débiles producidos a cierta distancia no pueden impresionar el oído de un modo constante. Este los oye, y después cesa de oírlos, y los vuelve a oír nuevamente tras una interrupción más o menos larga. Sucede en esto una cosa análoga a lo que se observa cuando nos fijamos de noche en una luz de muy débil intensidad, que la vemos desaparecer por momentos y reaparecer poco después.
Esto se explica admitiendo que cuando los nervios de la visión o del oído reciben una impresión a la vez muy débil y continuada, se produce en ellos un cansancio particular que suspende la función, la cual continúa después cuando el órgano reposado, ve mejor y oye mejor.
M. Urbantschitsch se ha asegurado de que es el nervio acústico el que sufre esta especie de fatiga, debida a la atención y no otra parte del oído. Para ello ha hecho experimentos en personas que habían perdido parte del aparato acústico por accidente o enfermedad, y por último, ha observado el mismo fenómeno, cuando el sonido, en vez de ser percibido por el oído, se trasmite directamente al nervio por los huesos de la cabeza.
El globo. Diario ilustrado, Madrid jueves 2 de diciembre de 1875, p. 315.
Hola! Muy interesante el experimento de Bernhard... A mí nunca se me hubiera ocurrido, jaja. Y me encantaría no escuchar el relojito de mi hotel en buenos aires, no me deja dormir!! Jaja. Saludos
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