Pedro Marqués de Armas
No menos insólita que la escala de Vicente
Huidobro en La Habana, fue la publicación en esa ciudad de su extenso poema
“Canto a Lindbergh”, inspirado en la proeza del piloto norteamericano Charles
A. Lindbergh, quien cruzó por primera vez el Atlántico volando entre Nueva York
y París.
El poema apareció en el Diario de la Marina
el 31 de julio de 1927, esto es, a poco más de dos meses del
acontecimiento que lo inspira. Y aunque ha trascurrido casi un siglo desde su
publicación, el hecho pasó y sigue pasando inadvertido a los estudiosos del
poeta chileno.
Imbuido por sus éxitos en Nueva York y sus
proyectos para Hollywood, Huidobro lo escribe -se ha dicho- originalmente en
inglés. Esa versión en apariencia original, rescatada por el investigador René
de Costa de su papelería, fue traducida al español en 1988 para el monográfico
de la madrileña Poesía: revista ilustrada de información poética.
No fue hasta entonces que pudo conocerse esta traducción postmoderna, por llamarla así, del supuestamente inédito “Canto a
Lindbergh”. Por suerte, la confrontación del poema aparecido en el Diario de
la Marina con la elaborada versión del monográfico confirma, en buena
medida, que fue el propio Huidobro el traductor de su poema. Dos traducciones,
por tanto: una del autor permeada de su espíritu y su época; y otra,
loable, pero en cualquier caso extemporánea y obediente a otros requerimientos,
como mayor cuidado o corrección del lenguaje.
Si bien la revista incluye imágenes del
original mecanografiado en inglés, desafortunadamente estas no resultan
legibles por su escaso tamaño.
Como se sabe con relación al francés, no
fueron pocos los poemas que Huidobro trabajó a la par -y con idéntico esmero-
en ambas lenguas. Su propósito consistió siempre en obtener poemas de igual mérito
cruzando los versos e incluso contaminándolos de galicismos; pero diseminando
a la vez cualquier sospecha de precedencia. No hay
copias, solo originales.
Estamos aquí ante procedimiento diferente:
Huidobro no manejaba el inglés con la misma maestría y, más que procurar dos
creaciones del igual nivel, habría derivado del inspirado original en
inglés una versión en español a la que -siguiendo el carácter de ocasión del
poema, la circunstancia en que fue escrito y, como parece, su traducción
“exclusiva” y por eso mismo apresurada para el diario habanero- no dedica
suficiente trabajo.
Como
consecuencia, existe un original curiosamente olvidado, no publicado en su
supuesta primordial factura; como mismo una supuesta copia en la propia lengua
del poeta, lengua en la que, en principio, no fue pensado el poema mientras
se le factura. ¿Sería así?
Vayamos por parte. “Canto a Lindbergh” es un poema de circunstancia.
Con nadie podía identificarse mejor Huidobro que con el aviador norteamericano -todavía más en aquel contexto. Pocos hechos exteriores pudieron conmoverlo
tanto, al punto de usarlo y dejarse usar casi a modo de “raptus”, aunque
también -es obvio- con calculada oportunidad.
En definitiva, Lindbergh venía a confirmar una
vocación aérea cuya prioridad Huidobro podía patentar. Es más, que había patentado en
sus manifiestos. En “El creacionismo” escribe respecto a sus invenciones poéticas: "Lo realizado en la mecánica también se ha hecho en la poesía". Nada más huidobriano que el
cumplimiento de ese sueño que fusiona el motor de la ciencia y el de la poesía.
Huidobro recorría en efecto los estudios de la
Metro Goldwyn Mayer, cuando el aeroplano despegó en Nueva York el 20 de mayo de
1927 a las 7 y 52 hora norteamericana. El dato es exacto. El primer vuelo
transatlántico duró treinta y seis horas, aterrizando Lindbergh en el aeródromo
parisino de Le Bourget a las diez de la noche del día siguiente.
Cerca de 150.000 almas esperaron la llegada
del Espíritu de San Luis, y millones no pegaron ojo en todo el mundo aguardando
el desenlace. El poeta fue uno más entre los insomnes. O tal vez durmió esa
noche a pierna suelta, y su insomnio aconteció otra noche, mientras escribía de
un tirón su exaltado poema.
En Outside
Stories, así como en el prólogo a la edición norteamericana de Altazor,
Eliot Weinberger recuerda que, conmovido por la proeza del joven aviador,
Huidobro llegó a anunciar que donaría su premio al mejor guion de la League for
Better Pictures –unos diez mil dólares que acababa de ganar– para la
construcción de un monumento a Lindbergh. Y asegura de paso que el proyecto no
prosperó, escribiendo aquel largo poema en inglés.
Desde luego, lo más probable es que poema y
anuncio –es decir, inspiración y publicidad– hayan eclosionado juntos.
Por otro lado, la estadía de Huidobro en Estados Unidos coincide no menos con la llegada de Lindbergh a Boston. Por lo que bien pudo
escribir el poema al regresar el aviador a aquella ciudad el 22 de julio de 1927,
es decir, un día antes de recibir su premio cinematográfico -si no al
recibirlo. Ocurre que solo una semana más tarde -el 31 de julio- aparecía en La
Habana.
En fin, resulta del todo curiosa y enigmática
su aparición en Diario de la Marina en tan escaso tiempo, lo
haya escrito en mayo o en julio. También, el que se publicara bajo la firma de
Vicente García Huidobro, es decir, con su nombre civil y no con el literario;
y, por último, el que apareciera precedido de una breve nota dando cuenta del
“envío” que, sin embargo, no arroja una sola pista más:
“De las manos ilustres de D. Gonzalo de Aróstegui hemos recibido la presente composición del notable poeta y crítico chileno Vicente García Huidobro. Agradecemos a tan distinguido amigo el gentil envío, en nombre de nuestros lectores”.
Fundador de la Sociedad Cubana de Pediatría, ya entonces frisando los setenta, Gonzalo Aróstegui del Castillo vivió largos años en Nueva York y Brasil. Su presencia en revistas culturales (no solo médicas) era bastante activa. Poeta ocasional, fue amigo de Julián del Casal en su juventud. En los años veinte, presidió la Asociación de Escritores y Artistas Americanos y, entre otras gestiones, cooperó en la edición de las Obras Completas de José Martí.
En sus Diarios, Zenobia Camprubí lo
recuerda como un anciano inquieto y gracioso, a la antigua, que hablaba de
España con relamería, como si hubiera pasado allí media existencia. Mientras
Gastón Baquero lo rememora “leyendo un poema de Aurelia Castillo de González en
el salón de Dulce María Loynaz”. La cercanía con Baquero, también en la vejez
del pediatra, tal vez venga de sus mutuas relaciones con José I. Rivero, pues
Aróstegui colaboró con alguna frecuencia en el Diario de la Marina.
Traducía, para demás, de varias lenguas.
En fin, muchos datos, pero total ignorancia en cuanto a sus vínculos con Huidobro, si es que existieron. En cualquier caso, la pregunta es cómo llegó a sus manos el poema. No queda más que especular: que Aróstegui haya coincidido con Huidobro en Nueva York y este le entregara esa versión en español para los lectores cubanos e hispanoamericanos.
Al comentar hace unos años este hallazgo
bibliográfico -y por desconocer entonces la traducción del monográfico,
probablemente de René de Costa- sopesé la posibilidad, para desecharla de
inmediato, de que Aróstegui mismo lo hubiera traducido. Sería una traducción
tan perfecta que solo podría obedecer a un trance espiritual, apunté.
“Como
una serpentina lanzada de Nueva York a París atraviesas el cielo del
Atlántico”, o “Cuando el aire sintió el cantar de tu hélice y el peso de tu
motor alado”, son versos tan huidobrianos que solo Huidobro pudo conseguirlos
en una u otra lengua. No quiere decir que todos los versos del poema sean
inmejorables.
Sin embargo, en su conjunto, sobresale como
una escritura inspirada. Compararla con la traducción “postmoderna” de 1988 no
hace sino reafirmar el carácter espontáneo -e incluso basto, todavía
trabajable- del poema.
No puedo, sin embargo, evitarme otra sospecha:
al final de “Canto a Lindbergh” Huidobro desliza estos versos: “Y por eso en
mi lengua española, / En mi lengua que tiene balanceos de ola; / La lengua que
se hablaba en las tres carabelas / Que encontraron la tierra donde viste la luz
/ Te saludo y te canto”.
¿Quiere esto decir que escribió el poema el español y la versión inglesa -la copia mecanografiada- es a fin de cuentas una traducción? El hecho de que el “Canto a Lindbergh” publicado en La Habana cuente con algunos versos más, inclina a esta tesis.
Sumemos que otros -más autorizados- lo sospecharon
antes: “Su desconocimiento del inglés no es la única razón para escribir el
poema en su lengua natal”, aseguraba Volodia Teiltelbiom en Huidobro, la
macha infinita después de citar tales versos siguiendo la versión del
monográfico.
El propio René de Costa, en nota al pie, lo suponía. Aunque el caso sigue abierto en diversos aspectos, todo indica -perdónese el recorrido- que el poema publicado en isla sería el original.
Como apuntara Eliot Weinberger, las
expectativas de los futuristas sobre un poeta capaz de cantar la nueva épica
aérea estaban por cumplirse. Solo que hacía falta un vuelo mayor y, sobre todo,
más magno espectáculo. Que naciera, en fin, una estrella tan rutilante como las
de Hollywood. Huidobro / Lindbergh era su encarnación.
Acaso "Canto a Lindbergh” devino de inmediato eso: un ejercicio espectacular en la ruta hacia Altazor.
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