Como una serpentina lanzada de Nueva York a París
Atraviesas el cielo del Atlántico, y todo el cielo gris
Se llena de tu risa. Tu sonrisa con las alas abiertas
Avanzando por las rutas inciertas.
Las olas se levantan y te miran,
Y tú pasas lejos como el amanecer.
Las montañas llegan al fondo y viran,
Las naciones desfilan hacía ayer.
Despreocupado, alegre
Te juegas la vida entre dos estrellas,
Que te tienden las manos para cuidar tu vida.
Tú filialmente te confías a ellas.
Porque sabes que el infinito te ama.
Que eres el regalo del cielo y de los elementos,
Y sientes que el espacio te acaricia y te llama
Por tu propio nombre, familiar a los vientos.
Tu ruta quedará en la historia del mundo
Como un arcoíris entre América y Francia,
Como un lazo invisible de sonido y fragancia,
Pero más fuerte que todos, más vital y profundo.
Bajo ese arco de triunfo pasarán los siglos en su marcha eterna,
Bajo ese arco de triunfo rugirán las olas su sonata interna,
Bajo ese arco de triunfo cantarán los barcos su canción moderna.
Los hombres dormían como un ejército cansado
Cuando el aire sintió el cantar de tu hélice y el peso
de tu
motor alado,
Domador de horizontes y destinos,
Misionero de los nuevos caminos
Al saberte en el cielo los pueblos despertaron,
Millones de miradas subieron en una sola oración
Y el mundo se animó como un tambor.
Francia, madre de la aviación y de tanta cosa grande
Te recibe y te aplaude más que nadie.
Ella, que acaba de perder dos hijos en igual anhelo,
Te dice al oído:
-Hijo mío, que estás en los cielos
Lleva a mis dos hijos este ramo de rosas de Francia
Y que todo el cielo se perfume por un año entero.
Un hurra se propaga
Como cien mil campanas.
Hurra lanzado de abismo en abismo
Entre nubes rocosas y la chispa
Que brota del contacto.
Es el mismo.
El mismo corazón del aire intacto.
La eternidad sobre el naufragio
Y sobre ambos la confianza temblante del ala
Inclinada del uno al otro borde del vacío.
Es el mismo. Es la imagen del hombre que en el aire resbala,
Lleva sombras ajenas, olor de nuevos astros,
Y como un perro va siguiendo rastros
Por la Vía Láctea.
Es él.
Es él mismo,
Blanco sobre el abismo,
Señor y dueño
Del tiempo y del espacio.
Hermoso. Hermoso
En las marmolerías del sueño.
Tu cabeza en el cielo, el cielo es tu corona de
estrellas silenciosas.
Una nube te trae un ramo de rosas
Y tú miras de arriba el pobre globo sembrado de cruces,
Este planeta nuestro que pasa en el vacío
Lento, lento y lleno de luces
Como un acorazado siguiendo la corriente de un río.
La vida. La tierra.
¿Ves? ¡Qué cosa absurda!
Un camello hace el ritmo del desierto,
Un tren que marcha,
Un hombre que piensa,
Una mujer que baila,
Un cementerio lejos como un rebaño muerto
Y un oso solo,
Lamiendo el eje de la tierra en medio del polo.
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Hoy vuelves como un cometa con tu manto de victorias
Y una banda de aplausos agita sus alas y vuela hacia tu gloria.
El cielo está bordado de tu nombre
Y como en un día de fiesta se ha llenado de encajes.
Niño imprudente, tenías poco más de veinte años de sonrisas
Y eras alegre como una isla después de un largo viaje.
Ahora tendrás que soportar la seriedad de cien mil
millones de
hombres.
Pero no importa, porque tu acto
Hace todo más puro, hace todo más alto,
Eleva las montañas, eleva las llanuras
(Las cordilleras tienen mil metros más),
Levanta el entusiasmo de las almas más duras.
Y por eso en mi lengua española,
En mi lengua que tiene balanceos de ola;
La lengua que se hablaba en las tres carabelas,
Que encontraron la tierra donde viste la luz,
Te saludo y te canto. Me recuerda tu hazaña
La historia de mi raza, las proezas de España.
Vicente García Huidobro
El poema apareció precedido de la
siguiente nota: “De las manos ilustres de D. Gonzalo de Aróstegui hemos
recibido la presente composición del notable poeta y crítico chileno Vicente
García Huidobro. Agradecemos a tan distinguido amigo el gentil envío, en nombre
de nuestros lectores”.
Diario de la Marina, 31 de
julio de 1927.
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