Alfonso Reyes
Acaba de publicarse con lujo de estruendo el
libro del infortunado Antonin Artaud, Les Tarahumaras (L’Arbalete,
Decines, Isère). Posible es que la obra consagrada al peyotl por el Dr.
Rouhier, y aun mi poema Yerbas del Tarahumara, publicado por la revista Commerce,
en traducción francesa de Valery Larbaud (París, verano de 1929), hayan movido
la curiosidad de Antonin Artaud.
El
libro es una falsificación poemática y seudo-mística en torno a la magia del peyotl.
Pero ya sabemos que la verdad poética es otra especie de verdad y, como varios
lo hemos dicho ya por allí, se reduce a sacar conejos del sombrero o a pedirle peras
al olmo con éxito.
En esta obra se recogen cartas, o fragmentos
de cartas de Artaud a varios amigos: a Balthus, al Dr. Allendy, a René Thomas,
Marc Bauhezat, a Henri Parisot y a Jean-Luis Barrault. Por cierto que éste ha
tomado tan en serio las fantasías retóricas de Artaud que, según me dijo
durante una reciente temporada en México, se propone volver a nuestro país para
conocer de cerca los misterios de los Tarahumaras. Yo le contesté con la frase
que se atribuye al moribundo Émile Faguet, cuando un sacerdote quiso confesarlo
y recordarle que iba a comparecer en la presencia de Dios: “¡Qué decepción va a
llevarse el pobre!”
Revuelvo mi archivo. Poseo documentos sobre el
viaje a México de Antonin Artaud. En París, a 4 de octubre de 1935, me dirigió
una carta al Brasil en que me anunciaba su proyectado viaje y, por indicación
de Jean Paulhan y Benjamin Crémieux, me pedía algunas orientaciones. Yo vertí
lo esencial de esta carta en la siguiente que se explica sola y tiene el valor
de una preparación de artillería.
El 4 de febrero del siguiente año, a bordo
del Siboney, Artaud me escribe nuevamente a Río de Janeiro (traduzco):
A ALFONSO
REYES
4 de febrero de 1936
En octubre último le escribí a usted para hablarle
de mi posible viaje a México, y usted tuvo la amabilidad de decirme en su
respuesta que ya preparaba usted el terreno. Hoy el viaje es ya un hecho. El
viernes 7 de febrero en curso llegaré a México. Usted ha comprendido que mi propósito
es manifestar de un modo concreto, inmediatamente asimilable, ciertas ideas que
figuran en un estado mítico en algún estudio mío como El Teatro y la Peste.
Usted habrá visto que cierta zona de la inteligencia francesa, la más joven y a
la vez la más desesperada —pero sólo los muertos lo desesperan ya— tiene los
ojos vueltos hacia México. Hoy por hoy una sola corriente agita al mundo y la fuente
mágica brota en la tierra a la que yo he deseado ir y adonde llegaré en un par
de días. Me figuro, señor Embajador, que puedo contar con usted para
facilitarme la tremenda tarea que emprendo, y en esta confianza, le saludo
devotamente. Mi dirección: Embajada de Francia en México.
ANTONIN ARTAUD
[Escrita a
bordo o antes de embarcar a México en el vapor Siboney, y traducida por Alfonso
Reyes]
Nueva carta que también traduzco, de México a
Río de Janeiro, 16 de abril de 1936:
Me autorizó
usted a hablarle con toda franqueza. Más aún: me invitó usted a hacerlo. Visité
al señor Ceniceros, y en él he encontrado algo más que un amigo: un verdadero aliado.
Gracias a él he dado tres conferencias en la Universidad de México. He dicho lo
que tenía que decir.
Daré otra nueva
y breve conferencia en la Lear, sobre la Revolución Universal y el
Problema Moderno. Diré cuanto me propongo, respecto a la absoluta necesidad en
que está México de romper con todas las formas de la civilización europea, industrialismo,
maquinismo, marxismo, capitalismo y esa terrible forma del capitalismo eterno
que es el capitalismo de la conciencia humana, la capitalización de los
conceptos y de los datos surgidos del espíritu dualista de Descartes y que han
aniquilado el espíritu de la vida. Todo esto me propongo decir. Ya mis ideas,
no bien comprendidas mientras hablé en francés, parecen irse abriendo paso en cuanto
di con traductores inteligentes. Gracias a ellos, todas mis conferencias se
publicarán en El Nacional.
Para coronar
mi trabajo, he pedido al señor Ceniceros una Misión: me basta una sencilla comisión
de escritor, de artista. Quiero enfrentarme con razas puras, que quedan tan pocas.
Quiero estudiar los ritos, las danzas de los indios. No sacaré de aquí un mero
libro de descripciones. Yo creo en una fuerza mágica, de que estos ritos son
algo más que la mera transcripción alegórica. Esta fuerza se viene perdiendo
desde que se persiguen y prohíben estos ritos so color de acabar con las
supersticiones. Pero hay más superstición en la Ciencia Moderna que en los
ritos de los indios. Las fiestas cívicas con que México quiere reemplazar tales
ritos y que artistas y escenificadores copian las manías estéticas de Europa,
operan bajo el impulso de una inspiración individual e incoherente y no logran,
a mi modo de ver, más que crear un verdadero estado de anarquía. Para mí,
naturaleza, mundo, humanidad debieran recuperar su unidad. Hay leyes, hay una
necesidad cósmica de que las danzas y fiestas indias son una manifestación. En suma,
he pedido una Misión para ir en busca de la fuerza antigua y caracterizarla.
He recogido
informes privados. Sé a dónde tengo que ir. No traeré de allá un libro de arte,
sino en suma un libro de teoremas. Y la lengua, vibrando según el estímulo de esta
fuerza tratará de expresar sus leyes. Es cosa que puede hacerse, no es una
utopía. El Gobierno Mexicano ha consentido en facilitar esta misión. Espera mi
libro y me concede libre transporte en todos los ferrocarriles. Los gobernadores
locales me darán su apoyo, me llevarán aquí y allá. Pero, para lo demás, tanto el
Gobierno de México como el de Francia dicen no tener dinero. Yo he venido aquí
sin un centavo, decidido a arriesgarlo todo por tal de encontrar lo que busco.
Pero necesito economizar mis fuerzas y no desfallecer en el camino. Necesito
encontrar algunos recursos, lo indispensable para sostener la jornada.
La suma no ha de ser enorme y he de juntarla antes
de emprender el viaje. Pero juntar dinero para una idea metafísica puede
parecer en esta época una locura. Y es fuerza que esta locura se realice. Deben
aún quedar por allí algunos comerciantes, coleccionistas, aficionados al arte capaces
de sacrificar una suma por una idea. Para partir de México, la ciudad, y
discurrir por el norte del país durante tres meses, ya usted comprende lo que
hace falta. Se obtienen más fondos para los arqueólogos que en saber explicar,
situar, fortificar lo que encuentra, porque son sabios. Esta vez, un poeta se ofrece
a encontrar algo objetivo, a enlazar sintéticamente los datos plásticos como
forma y fuerza de la vida. Creo, Alfonso, que si usted se lo propone puede
usted encontrar esto. Usted ha de saber a quién se puede acudir en México o en
el Brasil.
No me diga
usted que la poesía a nadie le interesa. Hay una manera de presentar a los
ricos los objetivos verdaderos, humanos, científicos de la poesía. Quiero
reconciliarlos con la poesía. Hacer de ella una fuerza activa, concreta, asimilable
a todos los hombres, una fuerza de curación.
Todavía quedan
en el mundo los secretos de la curación. Para la curación bastan las fuerzas
puras, las del espíritu primitivo, de frente generatriz. En ello anhelo
trabajar, y descubrir el secreto de aquellas culturas. Estoy ya con el pie en
el estribo. Espero el último empujón.
Toda mi
gratitud y mis disculpas. Saludos, etc.
Infortunado. Algunas de sus páginas fueron escritas
en el asilo de Rodes Ivry-sur-Seine en 1947. Allí confiesa sus delirios. El
Tutuguri está firmado el 16 de febrero de 1948. No se juega infamemente con
los dioses.
"Documentos. Artaud. No se juega infamemente con los Dioses", recogido por Alicia Reyes, Revista Universidad de México, núm. 497 (junio de 1992).
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