Alfonso Reyes
Por la tarde nos
instalamos en el “Espagne”, que ha atracado lentamente. “Rué de la Havane,
Cabina núm. 439-441-443.”
Dormimos a bordo, para
hacernos a la nueva casa. Al día siguiente —el 12— de agosto de 1913 se hace a
la mar el trasatlántico. El mar se enturbia de tierra un instante. En un
vaporcito, salen a despedirnos hasta la boca del puerto mi madre, el tío Nacho,
el licenciado Serralde, el padre de Carlos Lozano, y Rómulo Lozano, y Rómulo
Timperi, mi 46 que daba unos mordiscos tremendos. Yo me entretenía provocándolo,
hasta que el maestro Timperi me llamaba, otra vez, al “plastrón”.
Brisa suave y pegajosa. La gente dice:
—Ahí viene Alfonso con
su pelele. Soy yo, que llevo del brazo al alsaciano Schmoll, mi puntilloso
alsaciano. Me he propuesto curarle el mareo, y lo consigo, después de pasearlo
por todo el vapor, a grandes pasos, durante dos días.
Visitamos la 2da y la
3ra clases. ¡Oh, América de mis abuelos! ¡Hay todavía criollos con loros!
Bajamos a las entrañas del buque: máquinas que escurren aceite negro, marinos
peludos, desnudos, sudorosos, dormidos. Damos con la carnicería y vemos
destazar los bueyes. Las cosas infunden pavor, vistas por dentro. Se pierde la
confianza en el equilibrio del barco, a fuerza de ver jadear sus máquinas. La
conciencia es, ante todo, pánico.
El día 14 llegamos a La Habana, donde el vapor tomaba carbón,
y bajamos a saludar a los amigos. No encontré a nadie. Max Henríquez Ureña en
Santiago. El cónsul Esteva tuvo la bondad de indicarme la casa del ministro
Godoy en el Vedado, y éste y su familia nos recibieron con exquisita cortesía
en un jardín lleno de brisa.
¿Quién puede olvidar
los refrescos de La Habana? ¿Y el Malecón, en puesta de sol? ¡Oh paraíso de
color y calor, una vez sentido y siempre evocado! Andamos bajo el fuego de
Dios, como beduinos, con la cría a cuestas.
Carlos Lozano se volvía loco, con esos enredos del cambio de
monedas. —Yo comprendo —me decía— que me sale a flor lo “Zacatecas”.
Al otro día, muy de
mañana, vino al barco a saludarme el poeta Chocano.
Poco después, entramos en aquel mar saltón y transparente,
ansioso de dejar ver su fondo, con coquetería rayana en impudor. Más tarde, el
Atlántico de acero, el mar sólido, gris e igual.
“1912-1914”, Alfonso Reyes, Diario. 1911-1930, Prólogo
de Alicia Reyes, Universidad de Guanajuato, México, 1969; y, Obras Completas
de Alfonso Reyes, T. XXIV, Memorias, Letras Mexicanas, FCE, 1999, pp. 46-48.
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