Pedro Henríquez Ureña
En memoria de René López
¡Caíste! Van de púrpuras vestidas,
tu ocaso a acompañar, las nubes lentas;
y muere en el confín póstumo rayo,
última luz de tu fugaz promesa.
¡Quién vio la aurora prístina, radiosa!
¡Quién oyó el canto, al despertar la selva!
Mientras emerge el sol con lumbre flava,
tu voz en trino inacabable suena...
¡Y las arpas del bosque!
¡Y la mañana espléndida!
Tu voz, diáfana y pura,
es todo el canto de la primavera.
¡Yo no sé cuál maléfico Faetonte
del gran carro del sol asió las riendas!
Súbito es un delirio la mañana
con el furor de la solar carrera.
Se torna aciago el día.
Arde y abrasa, o ya se nubla y vela.
Vientos asoladores
azotan por el valle y la eminencia,
y en pávidos clamores se convierten
las voces seculares de la selva.
Te arrastra el torbellino.
Torvo rumor se eleva;
y en medio del horror que te circunda
y el bárbaro fragor que ruge y truena,
tu voz en gritos estridentes rompe
como la del alción en la tormenta
pero a veces, venciendo el rudo estrago,
vuelve a sus notas límpidas, gorjea,
y entona, con arpegios cristalinos,
el dulce canto de la primavera...
Y allá vas, con la racha tormentosa,
lanzando, en gritos de tu voz enferma,
notas de plata entre clamores roncos...
Con el furor de la solar carrera,
es un vértigo el día,
y el ocaso está cerca...
Y llega al fin. ¡Cuán presto!
Ya la noche comienza...
¡Oh cantor sin ventura y sin reposo!
Tu vida breve me arranca una queja,
porque tuviste la virtud del canto
y fuiste ¡nada más! una promesa.
México, 1909.
Blanco y Negro, Santo Domingo, núm. 66, 19 de diciembre,1909; El Fígaro, 24 de octubre, 1909, p. 538; Pedro Henríquez Ureña. Obras Completas I, Ed. Miguel D. Mena, Editorial Nacional, Santo Domingo, 1913, pp. 145-46.
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