para Rubén Darío
Yo saludo al poeta de las «Prosas profanas»,
al Apolo moderno de los versos de oro,
en cuyo escudo se halla un caracol sonoro,
la máscara de Grecia, la flor de lis de Francia.
Dime, mago risueño de las urnas paganas,
¿qué espíritu visita tu corazón-tesoro,
que hace que tu mano escriba versos de oro
en cuya urdimbre juega la risa de la Francia?
Emperador del ritmo, ante tus pies me postro;
vuelve tu altivo rostro hacia mi triste rostro;
concédeme la gracia de una dulce sonrisa.
Hermanos yo no tengo, ni escudo ni nobleza;
yo soy un sacerdote de la diosa Belleza
que ha soñado tus versos y tu melancolía.
1906
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