Pedro Marqués de Armas
Para quienes insisten en una revolución
fotogénica que no tuvo que levantar pedestales a sus líderes, y olvidan que
esas mismas imágenes -no menos que las palabras- sirvieron para desplazar otras
y, de paso, para hacer invisible una vida cotidiana que, pese a todo, existía, conviene darse un chapuzón en este impactante documental.
Equivale a un Theresienstadt cubano. No el gueto, sino el presidio perfecto con festivales
deportivos, espectáculos culturales, oficios y talleres de reciclaje, y hasta
un quirófano e imprentas para reproducir el material ideológico ante el que
debían doblegarse.
No por gusto el “presidio modelo” de Isla de
Pinos surgió como la gran promesa de la rehabilitación, la joya del Estado
médico. Pero en promesas de ese tipo subyace más de una trampa. No le bastó,
por ejemplo, a Pablo de la Torriente, con denunciar los crímenes de la
dictadura de Machado, ni con achacarlos, más que a Castells, al entramado
jurídico de la República; sino que creyó a pie juntillas que el presidio era
salvable, que incluso –en otras condiciones- podía cumplir su misión.
Se imponía la "verdadera reforma".
Hela aquí al cabo de unos años de manos de un
Estado mucho más poderoso que, sin renunciar a enunciados médicos -tanto a los
higiénicos como a los quirúrgicos- apela sin afeites a una pedagogía más
antigua: los preceptos de la ilustración en versión absoluta, teatral.
Se trata del “tercer paso del plan de reeducación”,
una “iniciativa” desarrollada por el Ministerio del Interior hacia 1964. El
término “modelo”, el presupuesto tecnocrático, liberal, en franca regresión, es
sustituido por el más radiante de “Nuevo Amanecer”.
Una pedagogía que tiene ahora, no en el delito
común sino en el político -o mejor, en la disolución de ambos y, sobre todo, en
el trabajo como fundamento humanista-, su razón de ser.
Regla y a la vez simulacro, aturde todavía la ambigüedad, la conversión forzosa, la potencia del sometimiento.
No la prisión como epítome de la sociedad, sino a la
inversa: la sociedad como modelo para esa prisión siempre perfectible que, a
modo de doble, de calco, se convierte –también ella– en sucursal del proyecto totalitario.
Lo
impresionante es el alcance de la organización despótica, las metáforas
veterinarias, la pretensión de reproducir, entre rejas, el más siniestro código.
Realizado por el ICR, con texto de Rafael
Coello, fotografía de Héctor Ochoa, y en la voz (o mejor, en el “familiar”
ritornelo) de Manolo Ortega, Nuevo
Amanecer (1967?) es una excelente muestra de ideología atrapada: una prueba
de que, tarde o temprano, ciertas imágenes caen por su peso: imágenes que
sirvieron, en su momento, para ocultar la otra cara del plan Camilo Cienfuegos:
los abusos, mutilaciones y muertes entre quienes se negaron a aceptar la
reeducación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario