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lunes, 8 de marzo de 2021

Un nuevo poeta de América

 


 Gabriela Mistral 


 Una adolescencia como de hijo de Plutarco, sombreada de grandes ejemplos. Una juventud sin alcohol y sin tabacos, casi vivida en la palestra. Limpio pulmón para el canto, boca firme para el canto y la curtidura del buen sol azteca en la cara.

 Cada día la pasión de lo heroico alimentándose de carne del pasado y del presente. Dijo “padre” a Bolívar a los veinte años, y tanto le pidió confortación, que un día le ha aparecido en su propio suelo “padre” vivo que lo acompañe y lo reconforte en Vasconcelos.

 Amando mucho a Darío y volviendo la cara atenta a cada estrofa grande de este tiempo, su pasión verdadera, sin embargo, se detiene en los héroes y con ellos se queda. No me sé yo mejor el Padrenuestro de lo que él se sabe biografías americanas. El venezolano mayor le ha llenado el corazón de nacionalismos y le ha dado su pasión de la América toda. Como se sabe las anécdotas, las cabalgatas y las penas de Bolívar, se sabe la tierra nuestra, y podría caminarla hasta la Patagonia, solo, en un buen caballo pampero.

 En su biblioteca Europa cuenta poco y el Asia menos: pero es difícil que le falten las canciones mayas o colombianas del pueblo, su Humboldt, su catecismo yucateco y su Horacio Quiroga.

 Tanto miró hacia el sur con deseo de estuario del Plata y de la cordillera, que, con suerte de Aladino, se ha encontrado caminando despierto todo lo que caminó dormido y ya conoce su Colombia y su Iguazú y su montaña chilena.

 Pero esta religión de lo heroico lo hubiese ensombrecido de gravedad prematura si la adolescencia no se desquitara en él con juegos repentinos, gracias a los cuales la frente no se le madura de entrecejo. Con dos tercios del alma anda por los caminos de piedra de la historia; con el otro salta sobre el árbol grotesco del estridentismo a cortar sus manzanas geométricas, sus flores cuadradas; así ha aguardado su contento.

 No quiere aceptar las fealdades de la raza; de tanto andar por la tierra pintada del trópico, la América, que más parece una pitahaya magullada, es para él la jícara de Uruápam. Le sobra ímpetu para dar el salto de doscientos años y ver el continente limpio y salvo, vuelto sobre la tierra más bendita del mundo. Algunas quejas suyas sobre las miserias americanas andan por ahí en sus libros, no son serias; lo verdadero es su optimismo, de puro generoso, desenfrenado.

 La Gracia entró en su casa, y su madre debió hallarla alguna vez sentada a su cabecera. Es ella quien le pone en la mano dormida las más bellas metáforas. Tiene el ritmo cuando lo quiere y acepta la rima tardíamente, pero a la metáfora magnífica anda abrazado, como a una novia.

 Como lo más legítimo en él es, bajo apariencias burlonas, la nuez roja de lo trascendente, aquí pongo sus estrofas graves mejor que sus juegos.

 “Estrofas al viento del otoño”

 Suele aparecer en el continente enloquecido de contrastes, un mozo como éste, de limpios pulmones, de aliento entero, magnífico galopador del verso, genuino mozo de América sin becquerianas y sin ajenjos.

 Nació en el trópico y en región de lindas mariposas; se le ha quedado esa encandiladura de los ojos que lo hará andar triste toda su vida por el boulevard de París. Sus sentidos fieles andan preguntando por la luz a cada cosa con que se encuentran, como por una madre. Para vengarse de cuanto se le queda sordo bajo este cielo pesado, él se encerrará en su cuarto de París a poner metáforas azafranadas y rojas en las hojas de un cuaderno.


  Repertorio Americano, 25 de junio de 1927.


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