Enrique Lihn
Veo en el mercado de la rue Clair faisanes desplumados ancianos que tomaron un baño a vapor jabalíes jupiterinos que cuelgan sobre la calzada entre gacelas y otros animales heráldicos, la forma de un cisne del que se arranca con precisión matemática la cantidad de fois gras requerida una paralizada nube supongo que de alondras, y en el interior de la carnicería me pregunto si la civilización francesa no podrá llegar hasta la mitología con un cuchillo en la mano para acoplar al ritual de navidad por ejemplo a Pegaso, “el Pegaso Divino”, este Gran Premio desollado justamente parece el resto de un monumento ecuestre con los inexplicables muñones en los flancos, junto a la cajera que no tiene el menor interés en recordar a ninguna de las nueve musas pero en cuyos oídos resuena hasta en sus menores detalles – de la petite monnaie - la música de las esferas; manos de una destreza incomparable y en lo demás rosas de pulpa.
“En ella está la ciencia armoniosa
en ella se respira
el perfume vital de cada cosa.”
Las rubias marquesas verlenianas ¿no son
estas viejecillas que tactan sabiamente los flancos del cuerno de la
abundancia?
seguidas por la Galatea Gongorina
“Flor de gitanas, flor que amor recela
amor de sangre y luz, pasiones
locas”,
que dice oeuf en lugar de
huevo como si lo reventara cada vez que lo dice y melancoliza en su cocina el
recuerdo de sus toros con el rabioso trapo de bruñir en la mano.
En el mercado de la rue Clair las ocas guardan
un silencio de muerte preparadas para la olla de navidad por una mano maestra
El faisán de oro se prepara de cien modos
distintos y yo me pregunto si los ruiseñores se comen con un hambre que es
también el de la poesía, imposible de saciar con un solo de flauta.
Ya me lo dijo alguien días atrás: o somos
geniales o somos unos perfectos imbéciles.
Exageraba.
Hay algo más sobre Darío en esta mesa que no
oscila ni así tanto en señal de complicidad con los espíritus: la palabra seca
desmigajada y ácima de Luis Cernuda:
“Darío como sus antepasados remotos ante los
primeros españoles estaba pronto a entregar su oro nativo a cambio de
cualquiera baratija brillante que se le entregara”.
Retener la palabra baratija. Todo lo demás
son historias de caballería: El trueque es la excepción que confirma la regla
de oro de la Conquista. Dígalo Ernesto Cardenal:
“Apreciaban el oro pero era como apreciaban
también la piedra rosa o el pasto y lo ofrecieron de comida como pasto a los
caballos de los conquistadores.”
Pero
don Luis toma francamente la verdad por la manera en que la entiende en lo
demás estoy por darle la razón, los gorjeos de Prosas Profanas nos aburrieron y
enojaron a todos hace ya unos buenos cuarenta años hago recuerdos estrictamente
impersonales.
Según parece el ruiseñor – Después de todo,
todo es nada, la Gloria comprendida”- tuve serios motivos para esperar que el
busto no sobreviviera a la ciudad.
Se dijo: No es el poeta de América,
Y Rufino Blanco Fombona – el trueno contra el
trino - diagnosticó severamente: “incertidumbre mental y racial de América”.
Qué diablos: “En el combate entre tú y el
mundo – escribió Kafka- secunda al mundo”, ¿cómo se habría podido responder al
desafío de esa Opera de Cuatro Centavos?:
“¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de
África o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser a despecho de mis manos
de Marqués.”
En ese entonces – Tigre Hotel, diciembre de
1894 - Rubén Darío no era sin embargo un niño de teta, pero dos años antes una
ciudad entera se le había subido a la cabeza, y una vida entera no basta para
reparar este pequeño accidente.
El entusiasmo de Jean Cassou no repara este
pequeño accidente, más bien lo agrava: para él nuestro poeta es “un ingenuo
venido de las profundidades de sus trópicos”, una especie de Cristóbal Colón al
revés, que vino de Francia, en buenas cuentas, “para rejuvenecer, con una
mirada nueva, nuestro viejo patrimonio histórico legendario, familiar”.
No estoy muy seguro de que el tono de estos
elogios sea exactamente el que le hubiera gustado quemar a Darío en su
incensario particular.
El supuesto de su poesía es que el poeta,
por el hecho de serlo, mantiene un estrecho contacto, ya sea interior o
exterior, con “un pueblo de desnudas ninfas, de rosadas reinas, de amorosas
diosas”.
En el balance conmovedor de sus amores no
figuran, es verdad, ni duquesas ni marquesas ni diosas paganas. Pero cualquiera
diría que “la divina Eulalia”, Stella y todas ellas fueron miembros de la
nobleza de Francia.
Recuérdese: “mi órgano es un viejo
clavicordio Pompadour “y” A través de los fuegos divinos de las vidrieras me
rio del viento que sopla afuera, del mal que pasa”.
¿Dónde estaba usted, realmente, Rubén, dónde
estaban todos ustedes fantasiosos jóvenes de la Bella Época, marqueses, condes,
rastacueros, profesores de la Sorbone, magnetizadores, actores de opereta,
malos persas? ¿Qué fue realmente de “esa hora sublime para el género humano”,
quiénes eran ellas?
El joven Marcel Proust se demoró veinte
años en penetrar efectivamente en los salones del Faubourg Saint Germain y esto
en sí mismo no le habría valido de nada si no le hubiera reducido a la nada, al
tiempo perdido y encontrado: otro mundo irreversible a éste pero revelador como
lo es para el cuerpo la enfermedad que los destruye, ¿de qué nos sirve todo lo
demás: sueños de grandeza, princesas chinas, “Himnos a la Sagrada Naturaleza,
“música de ideas”, “sones de bandolín”, ánforas griegas, gatos?
“París donde reina el amor y el genio”.
Conforme. Pero, ¿no es el suyo Un París irreal? ¿Y qué estamos haciendo aún
aquí nosotros?
Usted debió preguntárselo, Rubén. Pero, no,
todas eran respuestas, sólo se trataba de responder desde lo alto de un Olimpo
artificial, con una voz engolada:
“Abuelo, preciso es decírselo: mi esposa es
de mi tierra, mi querida es de París.”
Nimbados de luz de neón, cada cual con su
corona de laurel de paja en la cabeza.
Uno, el trono que teme derrumbarse; el otro
una Dominación que afila sus estacas, o simples ángeles venidos a menos.
Comensales sentados por orden de lo que fuere a la mesa con un apetito idéntico
bustos ansiosos de sobrevivir a la ciudad, lo confiesen o no, ¿qué es lo que
ocurre?
Rápidamente nuestras cabezas se derrumban
como monigotes de feria y asoman coronadas a la luz estúpidamente sonrientes
gallinas que se aprontaran a dormir sobre sus laureles y a caer las unas sobre
las otras durante la noche con el estúpido propósito de alterar la jerarquía de
los palos del gallinero.
Henos aquí cada cual en su templete particular
posando para los fotógrafos visibles e invisibles, excelentes lectores de
nuestros propios libros, críticos implacables los unos de los otros, carreristas
confesos e inconfesos. Basta, viejos clochards de la poesía maldita, príncipes
del bla-bla-bla, bufones, todos lo mismo.
Y tú, desenmascárate el primero mientras tu
angustia te lo permita y hasta donde la angustia te lo permita.
No dejes que la farsa continúe sin
intercalar en el programa un número Peligrosamente cómico o ridículo o
patético, da igual, cualquier cosa digna de esta palabra: cosa. Un solo de
trompeta contra el regimiento. Lectura de papeles privados. Repartición de
caramelos. Ópera china.
Se trata de escribir un poema con los pies.
Aquí los que renuncian al sentido del humor blanco o negro. Pero no. Demasiada
compañía. Los que renuncien. “se trata de escribir un poema con los pies…”
Carta a un joven poeta. O, mejor,
telegrama: No escriba Stop. Escríbase. Siempre que tenga algo que perder Stop.
O siembre papas en su aldea.
Demasiadas ganancias. Cada palabra es un
monstruo de exageración y vanidad. Cada idea el comienzo de un crimen, la
respuesta a otro, la madre y el padre de un tercero. Mitos, únicamente desafíos.
¿Dónde están las preguntas tranquilizadoras, el deseo satisfecho, la paz de los
genitales, la verdadera ciencia ni impasible ni violenta que se ríe por los
siglos de la última palabra?
Agresividad, esto es: descubrimiento y
conquista pacíficos. En lo otro la historia nos tiene acogotados. Pero ¿qué
hacer entonces?
¿Tomar las armas o denunciarnos frente al
mundo “por el mundo” “contra el mundo”? Lo demás es silencio o literatura.
Poesía del trino o del trueno, para el caso da igual. Laurel o Hardy.
Envejecemos. El gordo y el flaco avanzan
por el pasillo de todos los palacios sonriendo a las banderas con el rabillo
del ojo; parecen bailar genuflexiones militares, himnos, marchas folklóricas. Retroceden
ante el trono gestatorio, o ante el trono a secas o ante el sillón presidencial
o académico, y una simple silla vacía les produce vértigo.
Cuestión de principio.
Tratan de subir a un tiempo al mismo
púlpito dándose de codazos en el píloro. Bien entendido, coronados etc. Mientras
conserves el uso de tu escritura, di que esos dos son tu brazo Derecho y tu
brazo izquierdo o poquísimo menos. Literalmente. Símbolos de la inflación y de
la deflación de tu negocio, ante todo la higiene, y ¡hablan! Luego especulan.
Algo se oye desde aquí, una confusión de palabras. Cantan. Meten la pata. Se dan
sordamente puntapiés en el estrado. Afinan el flautín y el contrabajo.
Paciencia.
Después de todo no es un número cómico. La
“Divina Armonía” puede surgir de allí en menos de lo que canta un gallo como en
la Bella Época, renovada para el gran consumo de los trabajadores de la vida y
de la muerte. Marchas triunfales, trozos líricos, manifiestos, panfletos
incendiarios. Lo que se les pida a esos funcionarios del espíritu: el trino y
el trueno, luego vienen los aplausos.
La envidia mutua, el Premio, el desaseo del
verbo, la Alquimia de las comidas y las bebidas, los viajes, la manía
persecutoria, la satisfacción, el consumo, la lucha encarnizada contra el
olvido, todo lo humano, en fin, pero un poco demasiado excesivamente humano.
Que otro diga: ¡Basta!
La acción
es un acto; la poesía una exigencia; una “revolución permanente”, un trabajo de
los mil demonios.
Reunidos en torno al ruiseñor, que a esa tempestad entre paréntesis, siga la calma, Sylvano, y que los viejos Cantos de Vida y Esperanza, me devuelvan lo que se le debe en justicia a Darío.
“Rasgos típicos Latino-americanos” escribe
una de las autoridades citadas: “el sensualismo y la tristeza”
No es mucho pero todo, cualquier cosa, menos
que nada, puede ser lo mucho en poesía esto es lo estrictamente necesario, el
exceso en su justa medida, la poesía y punto.
En
“Augurios” pasa sobre la cabeza del poeta una teoría de símbolos alados y
mientras se identifica con el águila y el búho, Rubén anota sobre la paloma:
dame tu profundo encanto
de saber arrullar y tu
lascivia
en campo tornasol; y en campo
de luz tu prodigioso
ardor en el divino acto.”
(Y dame la justicia en la
naturaleza
pues, en este caso
tú serás la perversa y el
chivo será el casto)
“El peludo cangrejo tiene espinas de rosas
y los moluscos reminiscencias de mujeres.”
Aquí en esta filosofía “y no parado exactamente
frente al orfeón del estruendoso Cisne Wagneriano está el discípulo de
Verlaine, inolvidable:
que se humedezca el áspero
hocico de las fieras
de amor, si pasa por allí”
“Que el pámpano allí brote, las flores de
Citeres
y que se escuchen vanos
suspiros de mujeres
bajo el simbólico laurel.”
Pero creo que de allí brotó nuestra señora
“la Canción de Otoño en Primavera” y lo mejor de Darío: su ignorancia y ese
“pesado buey” que vio en su niñez en Nicaragua mucho más enterado de sí mismo y
del mundo que los centauros – artefactos parlantes de la Bella Época - ahora
son ciertos intelectuales argentinos (con perdón de mis amigos argentinos) quienes
nos dictan cátedra con una labia inagotable.
El gran tango, al compás de esa canción
podríamos haber bailado, Salomé, hasta el amanecer en Arica o Valparaíso entre
los siete espejos –“rosa sexual”- dándoles vueltas y vueltas hasta la
excitación definitiva después de ella y en medio de ella -olvidados del marqués
de Bradomín y del Palacio de Versalles- a nuestros dolores estrictamente
personales pero que se entienden mejor en una de esas quintas de Recreo” que más
bien parecen “mataderos de seres humanos” que en el Palacio de Herodías.
“Nuestra alma melancólica en conserva”
estallaría Vallejo, por último de eso también se alimentó, sin embargo, con
ferocidad, mortalmente, a su manera. Para Darío en cambio se trató de sustituir
a los pretextos espirituales de sus rimas los fantasmas carnales de su corazón;
consiguió que la voz se le quebrara o no pudo finalmente evitarlo, y en esto no
hay una diferencia aplastante entre el ruiseñor y, el zorzal criollo, enigmas,
siendo formas ambos de nuestro misterio lacrimógeno. El sensualismo y la tristeza.
Stop motion.
También es cierto que la última vez que vi
viejas películas de Gardel, por mucho que yo estime al ruiseñor criollo, y
aunque ése fuera un maldito cine de barrio, todo el mundo se mataba de la risa.
Hasta aquí lo descrito en París (yo también
he seguido, Rubén, el camino de París, se lo confieso deslumbrado,
tristemente).
En Varadero es otra cosa; me inclino más bien
a desanimarme
Y a tutearte anoche hablamos
hasta por los codos de todo, y también de ti con Roque Dalton, Thiago, Barnet, un lúcido
humorista italiano, una palmera, creo que los jóvenes poetas cubanos son
razonables. Vamos a desmitificarte, chico, trataremos de desmitificarnos todos
aunque sea necesario incurrir, vaya, en una falta de respeto y en lo que un
amigo mexicano calificó allí a gritos de terrorismo todos gritábamos fue
divertido, un verdadero encuentro
Gianni
dijo: tampoco a nosotros nos gusta Carducci pero escribimos contra él para
pulverizarlo. Es decir reconocemos en él a nuestro abuelo. En cambio ustedes
son demasiado duros con Darío
Pero yo no puedo decir piadosamente de mi
abuelo que fue un hombre de empresa de segundo orden y un fracaso absoluto como
cateador de minas y hasta un buen caballero como cualquier otro en su época:
equivocado, desprovisto de imaginación, sin que por ello insulte su memoria.
Rubén Darío fue un poeta de segundo orden.
Y, como bien dijo Suardiaz, mejor no hablar
de él en lo que se refiere a la cosa política sería ponerlo en serios aprietos.
En 1904 despotricó contra el águila en 1906 el mismo Theodor Roosevelt, el
terrible cazador, se le convirtió, en la salutación al Águila en “un hombre
sensato”, “protector de portaliras”, “el jovial Nemrood” y otras vainas por el
estilo. No se puede pedir una incongruencia mayor.
Me atrevo a suponer Rubén, que en esa
historia suya de embajadas, consulados, centenarios y otras hierbas no hay gato
encerrado ya le había pasado lo mismo con Mitre a quien puso en su oportunidad
por los cuernos de la luna, decididamente a la voz de Presidente de la República
usted respondía automáticamente llevándose la mano al tarro de pelo
disponiéndose a cantar salutaciones, odas, marchas triunfales.
Debilidad por Alfonso XII el rey Oscar y por
todos aquellos generales de mayor o menor cuantía.
Debilidad por el sastre Vancopponolle – maestro
en entorchados –
Debilidad.
No se
trata de juzgarlo a usted por ello
–Me declaro enemigo de la Inquisición o la
manía de juzgar duramente a las personas inofensivas.
Pero
si se trata de poesía
No acepto por razones difíciles y aburridas
de explicar que hagamos un mito de Darío
menos en una época que necesita urgentemente
echar por tierra
el 100 por ciento de sus mitos
Leído
el 18 de enero de 1967, en el Encuentro de Rubén Darío, Varadero, Cuba.
Escrito
en Cuba, Ediciones Era S. A, 1969, México.
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