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domingo, 17 de mayo de 2020

Una cuchilla bien afilada y una mano ligera y diestra



 Francisco A. Sauvalle

 Hace ya unos veinte y seis años que se descubrió el modo de ejecutar sin dolor las operaciones quirúrgicas. Esta cuestión ocupó la atención de los cirujanos desde el principio de la era cristiana. Los médicos romanos del siglo primero hablan de las propiedades del vino de mandrágora para producir sueño e insensibilidad cuando había de emplearse la cuchilla o el cauterio. En diversas épocas se emplearon, con resultados raras veces satisfactorios, la cicuta, el cáñamo, el opio y el alcohol: vino luego el mesmerismo y el magnetismo. Se probó asimismo la aplicacion del frío y la presión sobre la parte que debía operarse. Juvet recomendó una fuerte ligadura un poco más arriba del punto en que se había de practicar la amputación. Unos aconsejaron remojar el bisturí en agua caliente, otros en aceite.
 Cansados de tantos experimentos infructuosos los cirujanos llegaron a convencerse de que una cuchilla bien afilada y una mano ligera y diestra, según la máxima antigua cortar “tuto, cito et jucunde," era lo único con que debía contarse para aliviar los dolores de una operacion. “Pretender aliviar el dolor en las operaciones, escribía el célebre Velpeau, es una quimera que nadie persigue ya en nuestros días. En la cirugía operatoria cuchilla y dolor son dos palabras que no pueden separarse de la mente del paciente. Que la mano del operador sea ligera y firme, el bisturí pulido y bien afilado, que el primer corte sea de una vez de todo el largo y profundidad que deba tener la incisión y luego sígase la operación con prontitud y sin vacilación, no caben otras prescripciones para aliviar los dolores inevitables de una operacion.” 
 Estas palabras fueron el único consuelo que ofrecía a la humanidad doliente el cirujano más afamado de la época. Y sin embargo, apenas acababan de pronunciarse, que el Dr. Horatio Wells, dentista de Hartford, publicaba el resultado satisfactorio obtenido en sus ensayos con el óxido nitroso (protóxido de ázoe)* y demostraba que alejar el dolor de las operaciones quirúrgicas dejaba de ser ya una quimera. Dos años despues, en 1846, los Doctores Jackson y Morton descubrieron iguales propiedades anestésicas en el éter sulfúrico, y el año subsecuente de 1847 el Dr. Simpson de Edimburgo reconoció que el cloroformo era un anestésico mucho más poderoso que los precedentes, aunque la experiencia ha probado que es más peligroso.
 Algunos experimentos fisiológicos hechos recientemente por el profesor Claude Bernard tienden sin embargo a demostrar que los peligros consecuentes al uso del cloroformo, se evitan en gran parte combinando este con uno de los alcaloides del opio, por ejemplo, la morfina. Esta última sustancia ejerce una acción cuya esencia fisiológica no se conoce aun suficientemente. Lejos de suprimir la sensibilidad como el cloroformo, produce en la mayor parte de los animales un exceso de excitabilidad. Administrada en alta dósis se consigue, es verdad, la estupefacción y la inmovilidad del animal; pero se aumenta en él la sensibilidad. En dósis más moderadas la estupefacción es menos completa, y en este estado si se aplica uno de los agentes anestésicos, v. g. el cloroformo, se neutraliza esa excesiva sensibilidad. Cree el Sr. Bernard que se debe administrar primero la morfina, puesto que siempre que se empieza por el cloroformo, la insensibilidad que produce se prolonga a veces de un modo alarmante, mientras que hallándose el individuo bajo la influencia de la morfina, basta interrumpir la inhalación del cloroformo para que reaparezca la sensibilidad; pudiendo así el operador a voluntad suprimirla o restablacerla alternativamente, lo que en ciertos casos ofrece grandes ventajas, alejando al mismo tiempo el riesgo de los graves accidentes que deben temerse del cloroformo administrado en altas dósis. Estas combinaciones merecen ser estudiadas.

 * No es la primera vez que entre nosotros se habla de las aplicaciones del protóxido de ázoe. V. La Emulación, T. 1: ent. XII, pg. 7. En cirugía dental se ha empleado muchas veces en la Habana por el Sr. G. Tincker; y con este motivo presento a la Academia (1863) el Dr. D. Fernando G. del Valle una observacion recogida en los Estados Unidos, en que ocurrió la muerte, para demostrar los peligros que podían acaecer por su administración y la necesidad de que el agente arestésico fuese manejado por personas expertas. Véase también la memoria del Dr. Miranda sobre la "Anestesia local," en los Anales, T. III, págs. 260 y 300,

 
 "Anestesia quirúrgica" (fragmento), (Sesiones del 12 de Febrero y 12 de Marzo de 1871.- Anales, V. pág. 598.)


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