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miércoles, 20 de mayo de 2020

Un caso raro de catalepsia


  Romualdo Paladín 

 Todos los periódicos se han ocupado más o menos extensamente y en las sociedades científicas se ha comentado, el curioso cuanto original caso de catalepsia ocurrido en el Hospital Militar de la Habana, por lo que creemos innecesario su reproducción, limitándonos sólo a estampar algunas reflexiones que el mismo nos sugiere.
 Considerado como una especie nosológica determinada, nada ofrece de raro ni anómalo que no pueda referirse a los tipos descritos por los diferentes tratadistas de patología médica; sólo tiene de extraño el tiempo de su duración; se nos habla de un período de 18 meses, lo cual es verdaderamente extraordinario, pues a excepción del que se refiere por Sauvages, y acogido con la reserva que la prudencia indica, a pesar de su indisputable autoridad (8 años), no tenemos noticia de otro de tan larga duración; y no se crea que eso sea desmentir la aseveración para nosotros muy respetable del Dr. Tolezano, pero la verdad es, que cuando las noticias tienen que recorrer distancias tan largas como la que nos separa del lugar escénico, o sufren un aumento que las desfigura por completo de lo que primitivamente fueron, o se las imprime una tan alta atenuación que muchas veces el microscopio no descubre vestigios de su real existencia: por lo que hace al caso que nos ocupa, nos inclinamos a creer se halle comprendido en el primero de los conceptos expuestos, es decir, que las brisas del mar saturadas de vapor acuoso y cloruro de sodio, han debido producir en él una infiltración edematosa tal, que cuando le hemos cogido y examinado tiene toda la apariencia de un raro fenómeno.
 Es la catalepsia una neurosis cuya patogenia es tan de suyo compleja e inexplicable, la anatomía patológica tan poco nos ha revelado respecto a esta enfermedad, que bien pudiéramos tomar a esta entidad morbosa como tipo de las enfermedades dinámicas con localizaciones indeterminadas y nada concretas; los organicistas encontrarían en esta dolencia, si no les alucinase su obstinación sistemática, la más palmaria decepción, al ver con el espíritu de la más superficial investigación, en el complexus armónico de la vida, sólo el resultado del juego combinado de los diferentes aparatos que constituyen el organismo y haciendo depender, por consiguiente, el estado de salud y enfermedad, según la regularidad o irregularidad con que se desempeñan.
 Es verdad que al tratar de dar forma y modelar las diferentes determinaciones de los síntomas catalépticos, en lo que se refiere a las operaciones cerebrales, se fijan con esmerada atención en las diversas localizaciones orgánicas que el mal puede tomar deduciendo sus conclusiones, de enseñanzas puramente fisiológicas; pero al tratar de formar eslabonamientos y continuidad de causa entre estados tan opuestos de los centros cerebral y espinal y el por qué se limitan las manifestaciones a los músculos de la vida animal, entonces se estrella toda perspicua sagacidad y las más sutiles explicaciones resultan deficientes.
 Porque es muy bonito decir al tratar de dar razón del por qué un cataléptico que tiene conocimiento y conciencia de sí mismo, pues percibe y siente, no puede traducir en determinaciones voluntarias el trabajo de ideación, que tal fenómeno depende en que la sustancia gris del cerebro se encuentra en el complemento de su actividad funcional, residiendo en tal caso la inercia sólo en las fibras nerviosas conductoras que unen el aparato de formación al de ejecución.
 Es igualmente seductora la teoría del acrecentamiento de la inervación de estabilidad para basar el estado de contracción tónica en que se hallan los músculos de la vida de relación; fenómeno reflejo que se explica por la excitación centrípeta que los movimientos pasivos comunicados por mano extraña a los músculos contraídos, producen al cambiar los miembros de actitud; verdad es que sorprende soobremanera la rigurosa proporción que siempre existe entre la cantidad de tensión y la excitación refleja proporcionada por el movimiento pasivo, pero después de tan ingeniosas argucias, no acertamos a comprender, cómo este mismo exceso de tono para sostener a los miembros en posiciones sumamente difíciles y penosas, no sirve también para dificultar el cambio de actitud pasivo (flexibilitas cérea) cediendo lo mismo a una fuerza extraña, bien esté el miembro o cuerpo en una posición violenta, que cuando se halla en otra más natural; porque si en el primer caso, por ejemplo, se necesita para sostener el miembro, una cantidad de contracción tónica representada por 10, y en el segundo sólo haría falta otra como de 5, para variar la primera posición por un movimiento pasivo, habría que emplear una fuerza proporcionada a 10 y sólo de 5 en el segundo, y sin embargo, prácticamente en ambos casos es siempre igual.
 Pero aparte de todo, lo que más me impresionó al leer los detalles del caso, no fue, en verdad, la rareza del suceso ni ninguna de las particularidades a él inherentes; si he de ser franco, más que nada me asaltó en seguida la idea de cómo y en qué estado habrían dejado al pobre gallego al tratarle alopáticamente su tan rebelde enfermedad: me asusté sólo al considerar la cohorte de medios que la terapéutica tradicional recomienda contra esta neurosis y que de fijo habrán ensayado en el infeliz paciente durante el decurso de su padecimiento, pues su persistencia y duración se han prestado a todo.
 Y no vaya a tergiversarse el verdadero sentido de mis palabras creyendo equivocadamente que envuelven una censura al Dr. Tolezano, que después de todo mal podemos hacerlo no estando en antecedentes de los medios que haya empleado antes de recurrir a la música; lejos de esto, a fuer de hombres imparciales, y sin que tengamos para nada en cuenta diferencias de sistema, no vemos en dicho señor otra cosa que un hermano nuestro de sacrificio; y si es cierto que los peligros y vicisitudes que mancomunadamente corren aquellos que persiguen un mismo fin, sirven para formar vínculos de unión tan estrechos, hasta el extremo de fundir dos espíritus de modo que se identifiquen en una sola individualidad, más que un compañero de profesión, más que un hermano de sufrimiento, vemos en el Sr. Tolezano otro yo, que por lo mismo nos merece toda clase de consideraciones y con más derecho a las muy merecidas alabanzas por el éxito alcanzado, que nosotros mismos pudiéramos tributarnos, aunque no fuese más que por el mal parecido. Si el Dr. Tolezano ha recorrido toda la escala de agentes terapéuticos desde las fricciones en seco o con linimentos más o menos irritantes, baños calientes o fríos, afusiones, sangrías, revulsivos, etc., hasta los innumerables antiespasmódicos que se conocen, no ha hecho otra cosa que cumplir la ordenanza de la escuela en que milita. No es, pues, él el culpable caso de que culpabilidad moral pueda haber, sino que en todo caso lo sería la deficiencia de la terapéutica llamada racionalista. 
 El medio con que al fin se consiguió curar tan compleja enfermedad, en verdad que no pudo ser más sencillo, pero reflexionemos un poco sobre su esencialidad o mejor dicho sobre la clase en que terapéuticamente hablando pudiera colocársele para convenir en la clasificación que le corresponde.
 Convinimos al hablar de la patogenia de la catalepsia, en que es una neurosis que, teniendo sus manifestaciones especiales que no creemos oportuno detallar por suponerlo una vulgaridad dada la notoria ilustración de nuestros lectores, está dependiente de alteraciones moleculares de la sustancia gris cortical del cerebro, o de las fibras nerviosas que unen el aparato de formación al de ejecución, cuyas modificaciones dan por resultado la parálisis funcional del cerebro o de la médula.
 Ahora bien: constituida de esta manera la enfermedad, se ha obtenido su curación mediante la vibración de ciertos sonidos que, puestos en combinación artística han dado por resultado un aire musical determinado, que cuando más, habrán venido a herir de cierta manera el órgano del oído del paciente, pero nada más. ¿Nos quieren explicar los que sólo ven en la enfermedad alteraciones de estructura de los órganos, cómo han podido obrar estos sonidos, para obtener el resultado que se apetecía? Porque aunque en el estado actual de la ciencia se ignora el cómo se comportan la mayor parte de los medicamentos dentro de la economía animal, esto que los físico-químicos quieren que no sea otra cosa que una retorta, pero que por más vueltas que lo den siempre será la manifestación animada del dinamismo universal, se sabe, no obstante, que al ingerir ciertas sustancias de las que de antemano se tienen apreciadas sus propiedades, han de ejercer acciones análogas sobre determinados elementos orgánicos, viniéndonos a dar razón aunque bien es cierto que de una manera vaga y poco satisfactoria del por qué o cómo de las curaciones.
 ¿Pero y aquellos otros que como el remedio del cataléptico gallego, carecen de propiedades físicas y químicas, pues no es de los agentes ponderables, ni tampoco puede colocársele entre los que conocemos por imponderables pero de propiedades estudiadas, pues que estos mismos sonidos descompuestos o alterados de la melodía en que les colocara la inspiración del autor, resultando otra composición diferente, ningún resultado terapéutico hubieran producido en el caso concreto que nos ocupa, ¿cómo o en virtud de qué han reaccionado en el sentido de la curación? ¿Qué cambio molecular han podido producir en ninguno de los elementos orgánicos?
 Me parece que en fuerza de como los hechos se van progresivamente sucediendo, deben los alópatas ceder en su obstinada terquedad y entrar en las vías que conducen a la verdad. El Dr. Tolezano, acaso sin sospecharlo, ha echado mano de un medio homeopático que le ha producido tan excelentes resultados. Un muchacho joven, lleno de afecciones, rodeado de seres queridos, poco versado en el trato de gentes, habituado, en fin, a cierto género de vida, circunstancias que constituían para él la síntesis de todo su ser y acaso como complemento de todo, habiendo de por medio una muchacha amada, sonriente y benévola como suelen serlo las de esta tierra, que llora la separación de su galante vecino y en la que habría cifrado las más halagüeñas esperanzas, verse de repente privado de lo que constituía su encanto y su forma de ser, cae primero en la melancolía, luego en el éxtasis, con el recuerdo siempre en su tierra fijo, y por último en la catalepsia: se le hace oír un aire nacional y su lenguaje patrio, es decir, se le provoca el recuerdo de aquello mismo que torturándole su espíritu, le produjo su enfermedad, se excita aquel dinamismo a que reaccione en el sentido que enfermó, en una palabra, se le trata por la ley del Similia, y... ya lo sabemos, el enfermo se cura, y rápidamente.
 ¿Habrá necesidad de más pruebas para establecer la bondad del sistema homeopático? La inteligencia de mis lectores suplirá lo mucho más que referente a este solo caso con aplicaciones generales se pudiera añadir.  Réstame sólo para concluir, decir dos palabras de las dosis a que se administró el medicamento. El Dr. Tolezano, como médico que da un medicamento perfectamente homeopático, prescribió también el suyo a dosis fraccionadas y reducidas; notó al instante de lanzar al aire las primeras notas, cambiarse el aspecto del enfermo, temió que la reacción fuese demasiado fuerte y violenta y le dio sólo un globulito de música; repitió sucesivamente el medicamento también a dosis infinitesimales hasta que consiguió su objeto. Nuestro cordial parabién al médico homeópata Dr. Tolezano.


 Revista Hahnemanniana, Madrid, Núm. 5, 31 de mayo 1886, pp. 153-58. Más sobre el cataléptico de La Habana, aquí y acá

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