Romualdo Paladín
Todos los periódicos se han ocupado más o menos extensamente y en las sociedades científicas se ha comentado, el curioso cuanto original caso de catalepsia ocurrido en el Hospital Militar de la Habana, por lo que creemos innecesario su reproducción, limitándonos sólo a estampar algunas reflexiones que el mismo nos sugiere.
Todos los periódicos se han ocupado más o menos extensamente y en las sociedades científicas se ha comentado, el curioso cuanto original caso de catalepsia ocurrido en el Hospital Militar de la Habana, por lo que creemos innecesario su reproducción, limitándonos sólo a estampar algunas reflexiones que el mismo nos sugiere.
Considerado como una especie nosológica
determinada, nada ofrece de raro ni anómalo que no pueda referirse a los tipos
descritos por los diferentes tratadistas de patología médica; sólo tiene de
extraño el tiempo de su duración; se nos habla de un período de 18 meses, lo
cual es verdaderamente extraordinario, pues a excepción del que se refiere por
Sauvages, y acogido con la reserva que la prudencia indica, a pesar de su
indisputable autoridad (8 años), no tenemos noticia de otro de tan larga
duración; y no se crea que eso sea desmentir la aseveración para nosotros muy respetable
del Dr. Tolezano, pero la verdad es, que cuando las noticias tienen que
recorrer distancias tan largas como la que nos separa del lugar escénico, o
sufren un aumento que las desfigura por completo de lo que primitivamente
fueron, o se las imprime una tan alta atenuación que muchas veces el
microscopio no descubre vestigios de su real existencia: por lo que hace al
caso que nos ocupa, nos inclinamos a creer se halle comprendido en el primero de
los conceptos expuestos, es decir, que las brisas del mar saturadas de vapor
acuoso y cloruro de sodio, han debido producir en él una infiltración edematosa
tal, que cuando le hemos cogido y examinado tiene toda la apariencia de un raro
fenómeno.
Es la catalepsia una neurosis cuya patogenia es
tan de suyo compleja e inexplicable, la anatomía patológica tan poco nos ha
revelado respecto a esta enfermedad, que bien pudiéramos tomar a esta entidad
morbosa como tipo de las enfermedades dinámicas con localizaciones
indeterminadas y nada concretas; los organicistas encontrarían en esta
dolencia, si no les alucinase su obstinación sistemática, la más palmaria decepción,
al ver con el espíritu de la más superficial investigación, en el complexus
armónico de la vida, sólo el resultado del juego combinado de los diferentes aparatos
que constituyen el organismo y haciendo depender, por consiguiente, el estado
de salud y enfermedad, según la regularidad o irregularidad con que se
desempeñan.
Es verdad que al tratar de dar forma y modelar
las diferentes determinaciones de los síntomas catalépticos, en lo que se
refiere a las operaciones cerebrales, se fijan con esmerada atención en las diversas
localizaciones orgánicas que el mal puede tomar deduciendo sus conclusiones, de
enseñanzas puramente fisiológicas; pero al tratar de formar eslabonamientos y
continuidad de causa entre estados tan opuestos de los centros cerebral y
espinal y el por qué se limitan las manifestaciones a los músculos de la vida animal,
entonces se estrella toda perspicua sagacidad y las más sutiles explicaciones
resultan deficientes.
Porque es muy bonito decir al tratar de dar
razón del por qué un cataléptico que tiene conocimiento y conciencia de sí
mismo, pues percibe y siente, no puede traducir en determinaciones voluntarias el
trabajo de ideación, que tal fenómeno depende en que la sustancia gris del
cerebro se encuentra en el complemento de su actividad funcional, residiendo en
tal caso la inercia sólo en las fibras nerviosas conductoras que unen el
aparato de formación al de ejecución.
Es igualmente seductora la teoría del acrecentamiento
de la inervación de estabilidad para basar el estado de contracción tónica en
que se hallan los músculos de la vida de relación; fenómeno reflejo que se
explica por la excitación centrípeta que los movimientos pasivos comunicados
por mano extraña a los músculos contraídos, producen al cambiar los miembros de
actitud; verdad es que sorprende soobremanera la rigurosa proporción que
siempre existe entre la cantidad de tensión y la excitación refleja
proporcionada por el movimiento pasivo, pero después de tan ingeniosas
argucias, no acertamos a comprender, cómo este mismo exceso de tono para
sostener a los miembros en posiciones sumamente difíciles y penosas, no sirve
también para dificultar el cambio de actitud pasivo (flexibilitas cérea)
cediendo lo mismo a una fuerza extraña, bien esté el miembro o cuerpo en una
posición violenta, que cuando se halla en otra más natural; porque si en el
primer caso, por ejemplo, se necesita para sostener el miembro, una cantidad de
contracción tónica representada por 10, y en el segundo sólo haría falta otra como
de 5, para variar la primera posición por un movimiento pasivo, habría que emplear
una fuerza proporcionada a 10 y sólo de 5 en el segundo, y sin embargo,
prácticamente en ambos casos es siempre igual.
Pero aparte de todo, lo que más me impresionó
al leer los detalles del caso, no fue, en verdad, la rareza del suceso ni
ninguna de las particularidades a él inherentes; si he de ser franco, más que
nada me asaltó en seguida la idea de cómo y en qué estado habrían dejado al
pobre gallego al tratarle alopáticamente su tan rebelde enfermedad: me asusté sólo
al considerar la cohorte de medios que la terapéutica tradicional recomienda contra
esta neurosis y que de fijo habrán ensayado en el infeliz paciente durante el
decurso de su padecimiento, pues su persistencia y duración se han prestado a
todo.
Y no vaya a tergiversarse el verdadero sentido
de mis palabras creyendo equivocadamente que envuelven una censura al Dr.
Tolezano, que después de todo mal podemos hacerlo no estando en antecedentes de
los medios que haya empleado antes de recurrir a la música; lejos de esto, a
fuer de hombres imparciales, y sin que tengamos para nada en cuenta diferencias
de sistema, no vemos en dicho señor otra cosa que un hermano nuestro de
sacrificio; y si es cierto que los peligros y vicisitudes que mancomunadamente corren
aquellos que persiguen un mismo fin, sirven para formar vínculos de unión tan
estrechos, hasta el extremo de fundir dos espíritus de modo que se identifiquen
en una sola individualidad, más que un compañero de profesión, más que un hermano
de sufrimiento, vemos en el Sr. Tolezano otro yo, que por lo mismo nos merece
toda clase de consideraciones y con más derecho a las muy merecidas alabanzas
por el éxito alcanzado, que nosotros mismos pudiéramos tributarnos, aunque no
fuese más que por el mal parecido. Si el Dr. Tolezano ha recorrido toda la
escala de agentes terapéuticos desde las fricciones en seco o con linimentos más
o menos irritantes, baños calientes o fríos, afusiones, sangrías, revulsivos,
etc., hasta los innumerables antiespasmódicos que se conocen, no ha hecho otra
cosa que cumplir la ordenanza de la escuela en que milita. No es, pues, él el
culpable caso de que culpabilidad moral pueda haber, sino que en todo caso lo
sería la deficiencia de la terapéutica llamada racionalista.
El medio con que al fin se consiguió curar tan
compleja enfermedad, en verdad que no pudo ser más sencillo, pero reflexionemos
un poco sobre su esencialidad o mejor dicho sobre la clase en que
terapéuticamente hablando pudiera colocársele para convenir en la clasificación
que le corresponde.
Convinimos al hablar de la patogenia de la catalepsia,
en que es una neurosis que, teniendo sus manifestaciones especiales que no
creemos oportuno detallar por suponerlo una vulgaridad dada la notoria
ilustración de nuestros lectores, está dependiente de alteraciones moleculares
de la sustancia gris cortical del cerebro, o de las fibras nerviosas que unen
el aparato de formación al de ejecución, cuyas modificaciones dan por resultado
la parálisis funcional del cerebro o de la médula.
Ahora bien: constituida de esta manera la
enfermedad, se ha obtenido su curación mediante la vibración de ciertos sonidos
que, puestos en combinación artística han dado por resultado un aire musical
determinado, que cuando más, habrán venido a herir de cierta manera el órgano
del oído del paciente, pero nada más. ¿Nos quieren explicar los que sólo ven en
la enfermedad alteraciones de estructura de los órganos, cómo han podido obrar
estos sonidos, para obtener el resultado que se apetecía? Porque aunque en el
estado actual de la ciencia se ignora el cómo se comportan la mayor parte de
los medicamentos dentro de la economía animal, esto que los físico-químicos
quieren que no sea otra cosa que una retorta, pero que por más vueltas que lo
den siempre será la manifestación animada del dinamismo universal, se sabe, no
obstante, que al ingerir ciertas sustancias de las que de antemano se tienen
apreciadas sus propiedades, han de ejercer acciones análogas sobre determinados
elementos orgánicos, viniéndonos a dar razón aunque bien es cierto que de una
manera vaga y poco satisfactoria del por qué o cómo de las curaciones.
¿Pero y aquellos otros que como el remedio del
cataléptico gallego, carecen de propiedades físicas y químicas, pues no es de
los agentes ponderables, ni tampoco puede colocársele entre los que conocemos
por imponderables pero de propiedades estudiadas, pues que estos mismos sonidos
descompuestos o alterados de la melodía en que les colocara la inspiración del
autor, resultando otra composición diferente, ningún resultado terapéutico
hubieran producido en el caso concreto que nos ocupa, ¿cómo o en virtud de qué han
reaccionado en el sentido de la curación? ¿Qué cambio molecular han podido
producir en ninguno de los elementos orgánicos?
Me parece que en fuerza de como los hechos se
van progresivamente sucediendo, deben los alópatas ceder en su obstinada
terquedad y entrar en las vías que conducen a la verdad. El Dr. Tolezano, acaso
sin sospecharlo, ha echado mano de un medio homeopático que le ha producido tan
excelentes resultados. Un muchacho joven, lleno de afecciones, rodeado de seres
queridos, poco versado en el trato de gentes, habituado, en fin, a cierto género
de vida, circunstancias que constituían para él la síntesis de todo su ser y
acaso como complemento de todo, habiendo de por medio una muchacha amada, sonriente
y benévola como suelen serlo las de esta tierra, que llora la separación de su
galante vecino y en la que habría cifrado las más halagüeñas esperanzas, verse
de repente privado de lo que constituía su encanto y su forma de ser, cae
primero en la melancolía, luego en el éxtasis, con el recuerdo siempre en su
tierra fijo, y por último en la catalepsia: se le hace oír un aire nacional y
su lenguaje patrio, es decir, se le provoca el recuerdo de aquello mismo que
torturándole su espíritu, le produjo su enfermedad, se excita aquel dinamismo a
que reaccione en el sentido que enfermó, en una palabra, se le trata por la ley
del Similia, y... ya lo sabemos, el enfermo se cura, y rápidamente.
¿Habrá necesidad de más pruebas para establecer
la bondad del sistema homeopático? La inteligencia de mis lectores suplirá lo
mucho más que referente a este solo caso con aplicaciones generales se pudiera
añadir. Réstame sólo para concluir,
decir dos palabras de las dosis a que se administró el medicamento. El Dr.
Tolezano, como médico que da un medicamento perfectamente homeopático,
prescribió también el suyo a dosis fraccionadas y reducidas; notó al instante
de lanzar al aire las primeras notas, cambiarse el aspecto del enfermo, temió
que la reacción fuese demasiado fuerte y violenta y le dio sólo un globulito de
música; repitió sucesivamente el medicamento también a dosis infinitesimales
hasta que consiguió su objeto. Nuestro cordial parabién al médico homeópata Dr.
Tolezano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario