Un discípulo de Mesmer
Habiendo tenido ocasión de observar varios casos de
sonambulismo, hemos deducido dos o tres leyes que vamos a someter al examen de
nuestros lectores; es de esperar que la opinión de algunos de ellos se nos
rebele cuando hablamos en nombre del magnetismo; mas no por eso hemos de
ofendernos: todo el que no haya visto y palpado los fenómenos, si es sabio,
debe reflexionarlos con madurez antes de darles crédito: nosotros que
escribimos estas líneas y que creemos lo que en ellas decimos, también dudamos
largo tiempo.
Lo que nos ha sorprendido desde luego en nuestro asunto es un
olvido, o por mejor decir un trastorno de tiempo, que tiene algo de eterno y de
divino. Una sonámbula anuncia como pasado lo futuro y como futuro lo pasado. -Habéis
recibido, dijo un día la de que hablamos, cabellos de una mujer rubia a quien amáis
y que ha muerto.- Era falso; pero algunas semanas después, aquel a quien se
dirigieron tales palabras y que había opuesto una sincera negativa recibió una
carta sellada con lacre negro, dentro de la cual encontró un rizo de cabello,
rubio. La sonámbula se había acordado de lo que debía sucederle: la segunda
vista podría muy bien no ser con frecuencia otra cosa sino la memoria del
porvenir. Hay una idea del antiguo William Shakespeare que se aproxima a esta
reminiscencia de las cosas futuras. "La vida," dice, “es fastidiosa
como un cuento referido dos veces."
Por otra parte la previsión
es en nuestro concepto un hecho fuera de duda: pudiéramos citar infinidad de
ejemplos en corroboración. Cierto día dirigíamos a la sonámbula varias preguntas
sobre los pasos infructuosos que habíamos dado. “La que buscáis, me contestó,
entrará el jueves próximo a las ocho de la noche en una iglesia que hace
esquina a la calle Montmartre: no sé cómo se llama." Esta iglesia era la
de S. Eustaquio, y me encaminé a ella: la noche estaba oscura: me paseaba a lo
largo de sus naves, donde las columnas lanzaban sobre mi inmensas sombras y
donde las lámparas de las capillas centelleaban aquí y allí en un fondo vasto,
tenebroso y tranquilo: la iglesia estaba vacía: ningún otro ruido se oía que el
de mis lentos pasos: reinaba un silencio solemne: la luna se elevaba sobre una
de las ventanas de la iglesia y parecía la pupila del ojo de un cíclope. Era el
mes de diciembre: y los relojes de las torres daban las siete y media; confieso
que entonces sentí que desfallecía mi fe: sin embargo la capilla del fondo
dedicada a la Santísima Virgen, se iluminó: se descorrió como un velo de luz
que descendió tras del coro, y que llenó de tinieblas el macizo y oscuro perfil
de la nave: hubo movimiento en las sombras. Cuando dieron las ocho llegaron a
mi oído acentos invisibles que salían al parecer con las olas de luz y el humo
de los inciensos de la misteriosa boca de las estatuas, y que entonaban los
graves versículos de la Biblia. Semejante espectáculo me atraía y me dediqué a
gozar de la claridad, de la sombra, del silencio y del ruido; y cuando al
través de la estrepitosa voz de los cantores, del silencioso horror de las
oscuras bóvedas, y la húmeda soledad, de aquellas hileras de columnas llegaron
hasta mí estas fúnebres palabras non timebis
a timore nocturno, a sagita volante in die, a negotio perambulante in tenebris;
imaginé que la cosa vana y fabulosa lo que se delira de noche en las tinieblas
y olvidé el motivo de mi cita: aun cuando el magnetismo me hubiera engañado en
aquella ocasión, le estaba agradecido del placer que me dio como artista. Sin
embargo, oigo en las sombras un ligero rumor: junto a la pilastra de una
columna ondea una túnica y un velo negro que deja traslucir una mirada fija:
era ella.
Otro hecho que he
repetido con mucha frecuencia y con harto cuidado para poderle dar como cierto,
aunque parezca increíble; es la vista de una persona en un espejo o en un vaso
de agua. Pienso en una persona ausente: me represento su imagen, y cuando la he
recordado bien, la soplo, por decirlo así, y la introduzco en el espejo o en el
líquido, y en seguida le pongo a disposición de mi somnámbula. [Risum teneatis, amici.]
-Buenos días, señora, exclamó en una de nuestras aventuras.
-¿Con quién habláis?
-Con una mujer vestida de negro.
-¿Donde se halla?
-En su cuarto.
-¿En qué se ocupa?
-Está leyendo una
novela.
-¿La conocéis?
-No.
-¿Pero la estáis
viendo?
-Sin duda alguna.
-¿Qué señas tiene?
-Es joven, morena, de
poca estatura; tiene los ojos verdemar y anchas las negras cejas.
-Todo es verdad.
Este experimento se
aproxima algo a los espejos encantados de la edad media. El duque de S. Simon
con aquella gravedad de historiador y aquella religión de gran Señor, que tanto
peso dan a sus obras, afirma que él mismo fue testigo de que un mágico de su
tiempo hacía que se apareciesen las personas ausentes en un vaso de agua. En la
magia había mucho magnetismo.-Pedimos perdón a nuestros lectores por descender
a tan minuciosas y personales explicaciones; es imposible hablar del
magnetismo, mucho más cuando se habla por curiosidad, como lo hago yo, sin
mezclar algo de su vida: me consuela la idea de que cuanto más fastidioso se
encuentre mi artículo, se le supondrá más sincero; y los lectores me harán el
favor de creer que si tuviera algo más de imaginación, hubiera tratado este
asunto en una novela.
Por otra parte, nada
más movible y fugitivo que los fenómenos magnéticos: he aquí lo que ocasiona
que los experimentos sean dudosos, y lo que ha desconcertado las importantes consecuencias
a que conduce el atractivo que tiene el descubrimiento de lo maravilloso, y el
éxito feliz de las primeras tentativas. Hasta ahora no encuentro en el magnetismo
sino una sola facultad invariable y es la de medir el tiempo y la de indicar la
hora en cualquier momento del día sin el auxilio de ningún reloj.
He adquirido además
la certidumbre que la acción magnética se establece entre dos seres en lo
relativo a cierta clase de ideas y de emociones simpáticas. Un amigo mío
atacado de una grave enfermedad para la cual habían sido vanos todos mis
cuidados, tenía fe en el magnetismo: viendo su hermana el deseo del enfermo y
la obstinada resistencia que oponía en el la naturaleza se obligó a servirme de
sujeto. Acepté: al principio la vi menos rebelde a mi influjo que su hermano;
mas no tuve sin embargo ánimo para someter la acción magnética hasta el sueño.
Eran las once de la noche cuando la dejé y prometí continuar al siguiente día el
experimento desde el punto en que quedaba: por la noche tuve un sueño poco
notable, pero que me agitó demasiado. Mi amigo y yo hablamos arrimados a la
lumbre, tenía el rostro como antes de caer enfermo y se reía, entonces se
oyeron tres golpes en la puerta. El que entró era el mismo que estaba sentado a
la lumbre, con sola la diferencia que tenía taciturno el semblante, empañados
los ojos, pálido y lívido el color: estaba más desfigurado y más siniestro que
lo que la enfermedad le había dejado: al ver en aquel doble ser, por una parte
toda su salud y por otra su palidez, se le hubiera creído un viviente en la
presencia de su espectro: se apoderó de mí el terror y me desperté. Repito que
este sueño nada tenía de particular: todos los días se sienten mucho más extraños.
A la mañana siguiente fui a casa de la hermana de mi amigo, y preguntando la
como lo había pasado desde nuestra última vista: “Bastante bien me dijo, a excepción
de un sueño horrible que me ha oprimido toda la no. che y que atribuyo a nuestros
menguados signos.” El sueño que la había causado un terror vago, se le refirió
a su madre al tiempo de despertar, y era el mismo que tuve yo. Estupefacto
quede al encontrarle en sus labios tal como se me apareció de noche en su
oscura desnudez y en su dudoso horror: pocos días después murió mi amigo.
Esta influencia me
parece sin embargo fugitiva y algo limitada: el poder misterioso de que hablan
los alemanes, introduciéndose en su semejante y haciéndose huésped y dueño de
una conciencia ajena, me parece exagerado; mas no puedo negar cierta especie de
fuerza que traslada de un punto a otro la conmoción de una idea o de una voluntad
firme: de aquí esos movimientos repentinos y unánimes que agitan a las masas en
ciertos días. Hay realmente épocas en que vaga por los aires el suicidio, la
guerra, la revolución, el asesinato, que pueden calificarse epidemias morales:
efectivamente estas son influencias que pesan en el centro que vivimos por una acción
estimulante y magnética. Nadie puede negar tampoco que hay en el mundo miradas
que nos fascinan, naturalezas que nos seducen o que nos fastidian sin que
podamos decir porqué: el mundo es también una lucha de influencias rivales, una
especie de magnetismo universal, donde las pasiones, las ideas y los hombres se
buscan en su orden de atracción y de simpatía.
La naturaleza toda es también
una vasta simpatía cuyas menores moléculas se atraen y se fecundizan en
ardientes raptos de amor, Yo creo con los Geneliathes que el gran magnetizador
de la naturaleza es el sol. El astro-dios sirve de receptáculo al Fluido, eterno
renegador de los mundos, y le esparce sobre la verde masa de la tierra para
mantenerla en una perpetua juventud: de aquí es que los antiguos adoraban como
padre de la vida al rubio Febo. Siempre se ha creído además que la fuerza
magnética residía en el rayo visual; luego el sol es un ojo fecundo, ornado de
cejas de oro, que desde el origen de las cosas suspende al mundo con su
inefable mirada.
El último fenómeno,
que he observado con todo el esmero que merece, es el trastorno de casi todos
los sentidos mientras dura el sueño magnético. Mi sonámbula no leía fácilmente una
carta sino cuando se la presentaban tras de la cabeza, es decir, en la nuca. El
gusto es con frecuencia el más equívoco, y el más sometido a la fantasía del
magnetizador, que puede dar al agua el sabor de vino, y renovar así sobre su
sujeto el milagro de las bodas de Caná. Mi sonámbula no oía sino lo que yo la
hablaba: Sucedíame con frecuencia darme a entender sin el auxilio de la palabra
y obtener respuestas que eran ininteligibles e imprevistas para los demás
testigos. Si se me pregunta la causa de tales fenómenos contestaré que no la
conozco: estos son los hechos que he visto y palpado, y se acabó. Al final de
casi todas las cuestiones humanas, si se dirige una pregunta quedará
probablemente sin respuesta: lo que puedo afirmar es que de todos los misterios
que he encontrado hasta el presente en la vida (y cuenta que me parece la vida
un gran misterio) el más sombrío y el más formidable es el del magnetismo.
La Cartera Cubana, 1839, Tomo 4, pp. 196-200.
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