Pablo Neruda
Si hay en la duración de los dolores
una sofocación, un entretanto
que nos lleva y nos trae de temores
hasta llenar la copa del espanto,
hay en lo que hace el hombre y sus victorias
una rama de puro desencanto
y ésta crece sin pájaros ni pétalos:
no la riega la lluvia sino el llanto.
Este libro, primero entre los libros
que propagaron la intención cubana,
esta Canción de
Gesta que no tuvo
otro destino sino la esperanza
fue agredido por tristes escritores
que en Cuba nunca liberaron nada
sino sus presupuestos defendidos
por la chaqueta revolucionaria.
A uno conocí, cínico negro,
disfrazado hasta el fin de camarada;
éste de cabaret en cabaret
ganó en París las últimas batallas
para llegar campante como siempre
a cobrar sus laureles en La Habana.
Y a otro conocí neutral eterno,
que huyendo de los nazis como rata
se portó silencioso como un héroe
cuando era su voz más necesaria.
Y otro tan retamar que despojado
de su fernández ya no vale nada
sino lo que le cuesta a los cubanos
vendiendo elogios y comprando fama.
Ay, Cuba, tu fulgor de estrella dura
lo defiende tu pueblo con sus armas!
Mientras Miami propala sus gusanos
tus propios escritores te socavan
y uno que se da cuenta de las cosas
y participa en la común batalla
distingue a los que luchan frente a frete
contra la ira norteamericana
de los que gastan tinta de su pueblo
manchando la centella solidaria.
Pero sabemos que a través del tiempo
a la envidia que escribe enmascarada
se le cae su rostro de combate
y se le ve la piel aminorada,
se le ve la mentira en la estatura
y se le ven las manos mercenarias.
En esa hora nos veremos todo.
Y desde ahora toco las campanas
para el juicio final de la conciencia.
Yo llegaré con mi conciencia clara.
Yo llegaré con la canción que tengo:
con lo que mi partido me enseñara;
llegaré con los mismos ojos lentos,
la misma voz, y con la misma cara,
a defender frente al insulto muerto,
Cuba, tu gesta revolucionaria.
“XLIII, Juicio Final”, Canción de
gesta, edición definitiva, OC, II, 1999, 972-73.
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