Pedro Marqués de Armas
Guásima, garrote mambí. Adorada
no solo por líderes como Quintín Banderas.
Clemente Dantín, uno de los hombres más fieros
del 95, proponía desde el periódico matancero Paz y Libertad instituirlo en el instrumento capital de la nueva
nación:
“Acuérdense de la Convención francesa, que los
convencionales salían de sus poltronas para ir a la guillotina. Cuba no tiene [ahora] esa horrible máquina de muerte;
pero, en cambio, tiene su árbol simbólico: la guásima”.
A comienzos de la República, las escuelas celebran
la Fiesta del Árbol. Y desde luego, gana la guásima.
Cuando Rafael Blanco quiso representar la
crisis posterior al crack bancario dibujó, no a un burgués, sino a un campesino
colgado de una guásima.
Los ahorcamientos en racimo de esclavos y
colonos asiáticos ocurrían, mayormente, en guásimas. Dos ejemplos:
En Enfermedades
de las razas que no padecen la fiebre amarilla, el médico francés Henri
Dumont apuntó: “Los negros no se envenenan tampoco, pero acostumbran a vestir
con sus mejores ropas para morir ahorcándose de un árbol, generalmente guásima,
muy abundante en el campo, cuyos ramos bastante sólidos, aun los que están al
alcance de la mano, se prestan a soportar el peso del cuerpo y a mayor
facilidad en la colocación del lazo".
Y Fredrika Bremer, en Cartas desde Cuba: “Sucede a menudo entre los lucumíes, que pertenecen a una de las razas más nobles de África, y no hace mucho encontraron a
once lucumíes ahorcados en las ramas de una mata de guásima, árbol con ramas
largas y horizontales” que parece hecho (perdónese la tentación) para
colgamientos colectivos.
En el glosario de su semitestimonio
Biografía de un cimarrón, Miguel Barnet se tomaba el trabajo se añadir el término:
"Guásima: Árbol usado
para ajusticiar por colgamiento = La Justicia".
Y Esteban Montejo recuerda:
“El tal Aranda fue presidente del Consejo de Veteranos después de la
guerra. Yo lo vide mucho. Pero él no
se acordaba de mí. Por lo menos, nunca me saludó. A mi entender, se metió en la
guerra para que no lo cogiera la guásima, porque era un criminal”.
En la narrativa sobre las guerras de
independencia, toda ella floja salvo La
Manigua Sentimental, la guásima aparece en boca de La Tenienta, el logrado andrógino-mambí (¿reflejo especular del narrador?) de Jesús
Castellanos:
“La Tenienta me concedía su amistad; acaso con
cierto aire de protección varonil ante mi pobre timidez femenina. En cambio
odiaba a las mujeres, y aquella parte del campamento de donde surgían risas y
barboteo de agua jabonosa, le parecía una deshonra y un peligro del ejército.
—Perras, decía al verlas tejiendo sombreros bajo el sol. —¡Qué tonga de
satas!... Güeña guinda de guásima les daría…”.
Sobre la violencia desatada por Machado contra
los inmigrantes canarios acusados de secuestrar el comandante Pina, decía Alfonso
Camín en una de sus crónicas:
“Ni corto ni perezoso, mandó
colgar a unos cuantos de las guásimas criollas. Como ninguno cantaba, dejó de
colgar "isleños", por no despoblar la comarca. Las "auras
tiñosas" se regocijaron con aquel festín de carne canaria”.
El llamado a pasar por la guásima a enemigos y
“traidores”, funda, no quepa dudas, la serie cubanos buenos/cubanos malos y, en
consecuencia, el nacionalismo revolucionario que articula la identidad histórica
en Cuba.
Veamos
algunos momentos de los diarios de Fermín Valdés Domínguez, que alternan, como se sabe, la escritura de campaña con cartas y mimos familiares, así como con el recuerdo
permanente de José Martí.
“Pero hay otros cuadros de dolor que dejan
triste recuerdo, y entre estos, es el más triste, el traidor o el infame, a
quien hay que colgar de la guásima. El ahorcado es feo, y es la forma más
triste de la muerte. Y hemos tenido que ahorcar a muchos hombres. Por traidores
los unos, y por espías y plateados los otros”.
La guásima adquiere carta de naturaleza.
Pero el corazón del discurso gira, en
realidad, sobre la raza. A favor o no de la integración racial, conseguida o no
en alguna medida durante la Segunda Guerra, de lo que se trata es de desplazar
el enunciado sobre el color de la piel. El nuevo homo cubensis nacido de esa conflagración civil, viene al mundo
marcado, no solo, por una diferencia de signo político, sino por una división identitaria
(de sí mismo) que en adelante operará como un valor cambio.
Se es cubano malo (implícitamente negro) según
el contexto histórico. Dos o tres veces más según el tinte de la piel.
“No tienen la culpa estos pobres murmuradores
que así critican a los valientes orientales, culpa es de los hombres del
Gobierno que no recuerdan —al hablar—, que hoy para los patriotas no hay
colores ni razas, que sólo hay cubanos dignos, o cobardes miserables. Esta
cuestión de razas preocupa sólo a los cobardes o a los inútiles- en la guerra. —A
mí ni me asusta, ni me preocupa. Veo que los que son valientes y dignos se
levantan, y veo también despreciados a los cobardes. Veo
en lo alto de la guásima, tanto al plateado blanco como al plateado negro, y
para mí es tan honrado la mano del negro que la mano del blanco, que sabe estar
en su puesto. ¡Qué me importa que haya muchos negros en Oriente, si son esos
negros honrados, y valientes! Son cubanos, y por eso ya son tan dignos como el
blanco que sabe también serlo. Pero estos juicios de la gente pequeña no
obedecen más que a la inquina de los camagüeyanos o mejor dicho de algunos de
los camagüeyanos contra los hermanos Maceo, y más que esto a la ligereza de los
juicios del viejo Masó que era un bilioso y un hombre sin entereza bastante
para ocultar sus vanidades”.
Confirmación de lo anterior:
“Al lado de Quinco leo nombres de
cubanos autonomistas y entre los que figuran en la fuerza española como
guerrilleros, hay también cubanos que conozco y españoles como Jerónimo Abril y
otros. Ojalá pueda yo contribuir a que todos esos viles paguen en la horca de
los cubanos —la guásima— todos sus crímenes.
Más guásimas y enguasimados:
“Esto merecen los pueblos que aún tienen
hombres de la calaña de Marcos García, el rufián que le preparó para que se
alojara casa nueva y que para festejarlo hizo embanderar el pueblo. ¡La guásima
lo espera a este vil!”
“Me alegraría que mandaran estos hombres lejos
de nosotros o que los colgaran en una guásima”.
“Me tiene preocupado el que el gallego
asistente de Pinto, prisionero de los de la línea se nos ha desaparecido ¿se
habrá ido a Cascorro? Ya he dado órdenes para que lo busquen. Si lo encuentro coge
sin duda la guásima”.
“Al llegar aquí esta mañana nos encontramos
con el oficial secretario del Comandante Cervantes el que traía dos dispersos
del otro día y un soldado catalán él, bruto él, que se perdió en la marcha de
su columna en un guayaberal y al que
le he expedido por orden del General un pase que firmará Boza para que se
vuelva con su gente manifestando en él que el General en Jefe no accedió al
deseo de él tal de quedarse entre nosotros porque dada la estación se enferman
los peninsulares que se nos unen y no pueden resistir a nuestro lado la
campaña. Aún no le he dado el cuyo papel y yo creo que sería más político enguasimarlo. Se llama Antonio Romeu y
Turelló”.
Por su parte, el
intransigente Bernabé Boza apunta un día cualquiera en su diario:
“Se incorpora con
unos 30 hombres Florentino Rodríguez (a) "El Tuerto". Tiene una cara
y una facha que reclaman más una guásima que el grado de Capitán que pretende".
Finalmente, otro día:
"No pudimos enguasimarlo
como se merecía, porque al ser conducido preso por orden del General José
Miguel Gómez, al Cuartel General del Ejército, trató de fugarse en el camino,
siendo alcanzado y muerto por el oficial y números que lo conducían".
Un
poeta de la guerra:
Yo que hasta
Gómez llegué,
Y a su lado me senté
Sin vergüenza, descarado,
Casi, casi contemplé
Mi pescuezo guasimado.
Y de Crónica de la Guerra de Cuba, este
pasaje:
“Tres meses antes del pacto del Zanjón fue a parlamentar con los
rebeldes, explorar su ánimo, a saber lo que pensaban de la paz y de la guerra,
Esteban Varona, con otro compañero de infortunio, cuyo nombre me he olvidado.
Fueron allá provistos de salvoconducto, de autorización, y no volvieron. En la manigua
se quedaron. Los ahorcaron de la guásima y sus cadáveres fueron trofeo de la
intransigencia, que rechazaba todo convenio de la paz ansiada.
Unos versos de Fayad Jamís
evocan la familiar violencia de los campos de Cuba:
“No me asusté al
pasar la guásima en que ahorcaron al guardia rural que asesinó a mi abuelo, el
viejecito que me incrustó su tres en el cajón del pecho”.
Y signo de que el pathos patriótico termina en
sublime corrosión, también de Fayad, estos versos:
Mis
amigos se quedaron para siempre: fieles
a nuestras piedras,
fieles
a nuestras guásimas.
Guásima, pues,
garrote cubano. Símbolo, no de sombra, sino de intransigencia.
Un internauta tras la muerte de Fernández
Retamar dejaba este comentario:
“Murió el Goebbels de Castro. De haber
existido un Núremberg para el castrismo, hubiera sido colgado de una guásima”.
Reinaldo Arenas, que
de la historia como repetición sabía, apresó, por su parte, lo que su
recurrencia supone:
Ya con disparo en
la nuca
O despeñado en un abismo
Ya guindando de una guásima
O con una puñalada en el vientre
Ya con una cuerda en los testículos
O en un accidente aéreo
Ya balaceado en el mar
O acribillado en un muro
Ya enterrado vivo hasta el cuello
O con una piedra en la espalda
Ya por la corrupción de un menor
O por la confesión de un mayor
Ya por desacato a la Ley Fundamental
O por el asesinato de un fantasma
Ya en el fondo de una represa
O tras la lápida estricta
Ya en el centro del Océano
O en el corazón de la Plaza Pública.
Y termino.
Su uso es tan lejano
como el referido por el padre Las Casas.
Guásima, Guazuma. —Tomaban los indios dos
pedazos de la madera del árbol llamado Guásima y con el uno frotaban como
taladrando el otro con mucha fuerza, puesto el otro pedazo entre los pies y el
aserrín que salia se encendía como yesca; y ésta es la industria con que se
procuraban el fuego. (Las Casas, Hist.
pág. 325, t. V.).
Pero los más
socorridos serán:
Para hacer yugos, duelas de barril y hormas de
zapatos. Para alimentar cerdos y todo tipo de ganado. Para darle claridad al azúcar. Para cortar diarreas. Para limpiar el quicio de las puertas. Para aliviar las quemaduras del guao. Como jabón, para que rueden mejor las ruedas de las
carretas.
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